Diego Grillo, el esclavo cubano que se convirtió en un pirata diabólico

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Imagen ficticia de Diego Grillo, perteneciente a la serie de cartas coleccionables Sea Raiders de la empresa World Wide Gum Co (1933).

Si uno oye hablar de piratería en estos tiempos, lo más normal es que piense en discos compactos con películas de estreno, sistemas operativos crackeados, transmisión ilegal de señales televisivas o descargas gratuitas de música o videojuegos a través de internet.

Sin embargo, siglos atrás, en una época sin más tecnología que la brújula, la pólvora, las armas sin repetición y el vino caliente, navegaban por los mares de casi todo el planeta tipos como los que describiera el mismísimo Joaquín Sabina en aquella canción “del pirata cojo con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo”.

Lo que pasa es que por culpa de Hollywood y su manía de que el 99% por ciento de estos trúhanes sean blancos, atléticos, bien parecidos y carismáticos, muchas veces nos olvidamos de cómo eran realmente estas personas que aterrorizaban a los viajeros con sus actos de violencia y todo tipo de pillerías imaginables.

En esa larga lista de infames individuos de origen inglés, francés, español u holandés, resulta que también hubo varios criollos que destacaron por su arte para el robo y el saqueo de naves en alta mar. Y, por supuesto, que, en ese mundo de banderas negras con tibias y calaveras, hubo también un cubano que dejó su huella.

Luego de establecer un consenso entre las diferentes fuentes consultadas, podemos estimar que el hombre que todos llegaron a conocer como Diego Grillo vio la luz en la villa de San Cristóbal de La Habana en algún momento en la década del 50 del siglo XVI.

Hijo de un español y una negra, sus genes africanos parecían tenerle garantizado un futuro entre cadenas. El muchacho terminó siendo enviado hacia México, por entonces conocido como Virreinato de Nueva España. Allí sirvió o, mejor dicho, sufrió al gobernador de Campeche durante el tiempo necesario para entender que su vida no duraría mucho más si se quedaba en esos lares.

Según se dice, un buen día tomó lo poquísimo que poseía y echó a correr lo más lejos que pudo de su amo. Se escondió en el mangle costero durante un rato para que se enfriara su rastro y, poco después, más o menos con quince años en las costillas, terminó enrolado en el galeón de un capitán sin demasiada curiosidad por su pasado y, de esa forma, comenzó sus aventuras por el Caribe.

No obstante, sus días de marinero honesto duraron poco, pues justo en su primer trayecto, la embarcación en que viajaba fue atacada alrededor de la Isla de la Juventud por el Pearl (Perla) y el Swan (Cisne), par de navíos que estaban a las órdenes del mismísimo Francis Drake, una de las figuras más relevantes durante la era dorada de la piratería.

Vaya usted a saber cómo, Diego salvó el pellejo durante el asalto y casi de carambola llegó a convertirse en el protegido de Drake, quien, a partir de ese momento se tomó muy en serio la responsabilidad de formar a su nuevo discípulo en la dura carrera del bandidaje marítimo.

En cuestión de unos meses, Grillo estuvo en Inglaterra, aprendió inglés, se convirtió en un espadachín decente, conoció sobre rutas de comercio, navegación, artillería y todos los trucos que Francis tenía para enseñarle. De paso, también aprovechó para echarse en el bolsillo a unos cuantos (y cuantas, seguramente) en la corte, quienes parecían deslumbrados por su valor y astucia a las órdenes de su experimentado valedor.

Regresó a Campeche, Veracruz, y luego se dirigió hacia El Callao, La Plata y Río de Oro, sitios en donde asaltó y saqueó; todo ello para orgullo de su mentor. Se dice que, incluso, circunnavegó el globo junto a Drake, aunque no hay evidencia totalmente sólida que lo confirme.

Cuando Francis fue nombrado Almirante por la Corona, Diego inició su recorrido como alejado de este. Luego de muchas hazañas criminales, ya en la veintena fue rebautizado como El Mulato Lucifer, mote que le acompañó durante sus viajes por el Atlántico y el Pacífico.

Cuba, su tierra natal, fue uno de los sitios que más veces puso en jaque. Incluso el capitán general de la Isla, Don Juan de Maldonado Barnuevo, organizó un plan para detenerlo definitivamente. Sin embargo, ni una sola vez logró evitar que el mestizo y su tropa de forajidos europeos cesaran sus actividades en las proximidades del archipiélago más grande de las Antillas.

En 1595, Drake sintió nuevamente el “pinchazo” de sus pasiones piratas y organizó una importante flota de más de veinte barcos y, acompañado de John Hawkins, tuvo la intención de golpear Cartagena y Puerto Cabello. Desgraciadamente, y para fortuna de los habitantes de esos sitios, la fiebre amarilla diezmó la tripulación y los forzó a replantearse su estrategia. Como parte del nuevo plan, tomaron Santo Domingo por varias semanas, volvieron a dar dolores de cabeza en La Habana y dejaron la zona floridana de San Agustín al borde de la erradicación total, todo ello antes de dar marcha atrás hacia la Gran Bretaña.

Tras el parcial fracaso de aquella expedición, Diego se juntó con el igualmente reconocido neerlandés Cornelio Jol, alias Pata de Palo, a las órdenes del cual azotó el oriente cubano, sobre todo Santiago de Cuba y la bahía de Nuevitas.

Luego, siguió junto a él rumbo a Campeche, territorio en donde le esperaba un momento agridulce. Resulta que, luego de doblegar a sus enemigos, bajó a tierra para inspeccionar el área y encontró entre los caídos a Domingo Galván Romero, quien fuera nada menos que su padrino de bautismo. Tal vez este golpe anímico le hizo “ablandarse” y conceder una guardia especial para evitar que sus rabiosos subordinados vejaran aún más a Isabel de Caraveo, viuda del gobernador campechano, Centeno Maldonado.

Luego de casi cinco décadas de peripecias y con un currículum que lo colocaba en la élite de los piratas de su tiempo, un día se dejó de tener noticias de Diego Grillo. Unos han expuesto la teoría de que fue capturado y ahorcado por los españoles. Otros descartan esa posibilidad y, en cambio, afirman que se retiró a Inglaterra o alguna de las Antillas Menores para vivir sus últimos años a costa del botín acumulado. Por último, los más atrevidos aseguran que echó raíces en Las Villas y tuvo una numerosa familia.

Sea cual sea la realidad en torno a su final, siempre existirá un halo de misterio en torno a Diego Grillo y su despedida de este mundo. De lo que nadie tendrá jamás duda alguna es de que este criollo mulato dejó su propia marca en la historia como uno de los más feroces y osados piratas del Caribe.

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