Mario Aguirre cuenta con más de 60 años de vida artística. Ha recibido el premio ACTUAR por la obra de la vida y el Premio Nacional de Humor. Se ha destacado en espacios dramatizados, humorísticos, en el teatro musical y hasta en cabarets, pero nada de lo anterior es fortuito.
“Desde niño supe que iba a ser actor, pero mi sueño era ser un actor dramático, trágico, de novelas de época, como las que veía en La novela de las diez o Miércoles y domingos de amor”, confesó el año pasado en el programa Entre tú y yo.
Sus inicios tuvieron lugar en la Academia de Arte Dramático, en un curso de teatro infantil impartido por Elvira Cervera. Una vez alcanzada la mayoría de edad continuó su formación en el propio centro. Su siguiente etapa la desarrolló sobre las tablas, en presentaciones en teatros privados.
Por esos años también surgió su nombre artístico. Ha contado que: “mi nombre es Mario Rodríguez Aguirre, pero lo mudé un día, cuando en la Sala Prometeo, su director, Francisco Morín, me dijo que Mario Rodríguez podía ser cualquiera, pero Mario Aguirre, era más particular”.
En una ocasión, cuando contaba con 17 años, participó en la sala Arlequín en una obra llamada Fiebre de primavera, como homenaje a Rita Montaner con la última pieza donde la actriz trabajó en aquel mismo lugar. Todo ello ocurrió el primero de enero de 1959.
Después de esa fecha actuó durante doce años en Teatro Estudio, el grupo más antiguo y consolidado, donde había grandes figuras.
“Yo he logrado muchas cosas en mi vida, pero siempre digo que no solamente por el talento que la naturaleza pudo haberme dado, sino porque trabajé con gente muy buena”, confesó en una entrevista y mencionó a grandes de la escena como Raquel y Vicente Revuelta, Héctor Quintero, Nelson Dorr…
En su carrera artística, como contamos al inicio, resaltan varios géneros. Del teatro musical, donde se destacó, ha dicho que en My Fair Lady (Mi bella dama) interpretó el papel más difícil de su trayectoria. Ahí dio vida al padre de la protagonista. Aunque él solo tenía poco más de 30 años, encarnó a una persona mayor, “un tipo vulgar, borracho”, según lo definió. También estuvo en una versión musical de El Decamerón.
Sobre esta faceta y sus exigencias, comentó: “me obligué a ser cantante, porque yo cantaba un poco en la ducha y un poco en alguna que otra fiesta, pero nunca con una orquesta, y menos de cuerda; en los espectáculos unipersonales la canción tenía un peso tremendo”. En cambio, dijo que mientras bailaba, “casi nunca se daban cuenta de que yo lo estaba haciendo mal, pues todo el mundo pensaba que eran los demás bailarines quienes se equivocaban”.
Por otra parte, cuando en 2022 recibió el Premio Nacional de Humor, en la web de Juventud Rebelde se acercaron a su quehacer en esta rama. En ese momento, él explicó que no distingue entre las exigencias de los géneros. “El rigor con el que enfrento el humor es el mismo con que interpreto un musical o una obra dramática, porque para mí no hay diferencias.
“Respeto mucho a los actores humorísticos que crean un personaje a partir de la verdad. Pienso que el primero fue Chaplin, y el segundo, Cantinflas. Yo veía que el público se reía en una escena de Cantinflas, donde él suplicaba llorando, diciendo los disparates a los que estaba el público acostumbrado, pero llorando de verdad y con una emoción muy real. A veces para el personaje la situación es desgarradora, pero es graciosa al mismo tiempo por la situación en que está. Otro de mis referentes en Cuba en ese sentido fue Erdwin Fernández: él creó siempre a partir de la verdad”, sentenció.
Atanasio Pindueles fue su primer personaje cómico: un cantante que ganaba un premio con una canción horrible. Ese rol nació en Teatro Estudio. “Era una novedad que el grupo dramático por excelencia hiciera una revista musical humorística y satírica, donde se usaba el humor para criticar y tratar de mejorar lo mal hecho. Buenas tardes fue el espacio donde apareció Atanasio por primera vez en la TV”.
“Hay personas que todavía me dicen así, cosa que agradezco mucho, pues aunque yo no soy él, forma parte de mi vida, nació de mí y, si dejé eso en alguna gente, entonces fue porque le toqué el corazón”.
«El niño de la gorra» y «la señora Regla» son otras de sus célebres caracterizaciones. “A Regla la inventé en un camerino. Nosotros estuvimos haciendo La verdadera historia de Pedro Navaja casi siete meses todas las noches y un día, para entretenernos antes de la función, me buscaron un vestuario y me inventé a la vieja esa. Luego Lolina Cuadras la llevó a la TV, al espacio Los domingos no están contados, y en lo adelante se hizo famosa”. Regla estuvo como invitada en el humorístico Vivir del cuento, también en Donde hay hombres no hay fantasmas, y con ese rol también apareció en el canal 41 de Miami, donde trabajó Aguirre durante algún tiempo.
En la vida de Mario ha habido mucha constancia. Tuvo durante 16 años una peña fija semanal en Arte Habana, un sitio de Artex. Permaneció una década en el Teatro Musical de La Habana. Continuó otro tanto en Dos gardenias y en hoteles como el Habana Libre, el Capri y el Jagua en Cienfuegos, en shows donde recitaba poemas y cantaba boleros.
Estuvo en los programas Joven Joven, Juntos a las 9, Mañana es domingo, ¿Quién sabe?; en la serie humorística Cosas de la vida y en la telenovela Aquí estamos (2010), donde se convirtió en uno de los personajes muertos que se le aparecían a Miriam Learra.
El año pasado actuó durante una temporada con Toc/toc, de la compañía A teatro limpio, bajo la dirección de Hugo Vargas, y también lo vimos en la telenovela Tan lejos y tan cerca, dirigida por Alberto Luberta y Loysis Inclán. Allí se puso sobre la piel de Sixto, quien parecía que iba a morir a causa de la Covid-19.
En febrero de este año, con Perfectos desconocidos, versión del grupo A teatro limpio del filme italiano de 2016, regresó a las tablas este primerísimo actor, que se mantiene expectante por trabajar, aunque en ocasiones no lo convoquen.
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