Ocho años atrás:
-Dale, vístete que vamos a salir.
-¿A dónde?
-A donde siempre, a G.
-Creo que hoy no. Ahorita son las pruebas de ingreso a la Universidad y hay que estudiar. Además, ¿no estás cansado ya de G?
-Dime algo. ¿No crees que algún día te cansarás de la Universidad?
***
La calle G se construyó con asfalto, cemento y algo de bronce para las estatuas de los presidentes; su imaginario fatídico y de pecado con la pudicia santurrona de algunos escandalizados que creyeron ver en ella una céntrica avenida de Sodoma; en cambio, su significado real se levantó con el tedio adolescente de no tener más opción.
G fue lo más cercano a una utopía social. En las noches se volvía una república en el significado original de tan vilipendiada palabra: una res publicae, es decir, una “cosa” pública. Tierra democrática y, digamos, hasta socialista. Estratificada, cierto, pero no por clases; construida en conjunto, por todos y, lo que es más importante, al alcance de todos. Era, a su manera, una sociedad perfecta…
Hasta que llegó la propiedad privada. Luego vinieron los bares con la seguridad de un techo, sus juegos de luces y sus tragos tan costosos como exóticos para quienes solo sabían de “planchaos” y matarratas embotellados. Se instaló la industria del ocio para trasnochados y con ella, la exclusividad.
Un Marx contemporáneo y adolescente quizás acompañaría tales lucubraciones.
***
Solía caminar por la calle viendo a jóvenes como yo reír, cantar, fumar, beber, vomitar hasta la bilis, beber de nuevo, besarse. A veces los vi ser vampiros, hombres lobos, frikis, mikis, repas o emos. Otras veces los vi ser ellos mismos. Recordaba entonces una frase que escuché en algún lugar: “Ellos nacieron en el Período Especial, por tanto, son una generación especial”. Después miraba loma arriba, hacia 25, y observaba a los viejos rockeros, adultos ya, todos vestidos de negro, armados con botas toscas, cabelleras largas y barbas salpicadas de canas… entonces me preguntaba:
“Y ellos, ¿en qué período nacieron?”
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G era una ruta, un peregrinar por escasas calles, arriba y abajo, abajo y arriba, como un bucle. Te asaltaban en el camino los viejos compañeros que nunca recordaste, el amor de una noche -quizás el de los próximos meses- y, a veces, amigos nuevos. Muchos quizás estaban alrededor de una guitarra que se esforzaba por replicar los acordes de la canción del momento. Buenos tiempos aquellos. Guitarras y voces, todas desafinadas. A veces creo que murieron porque no soportaron, como no soporto aún, la llegada de las bocinas bluetooth.
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Menú para ex noctámbulos de la calle G:
-Panes baratos, duros y malamente rellenos con cualquier cosa, que venían envueltos en el mito de ser sofocadores de los más avanzados estados de embriaguez.
-Desnutridos cucuruchos de maní.
-Alcohol barato que vendía un viejo desde la reja de su casa, bebida asesina de hígados que algunos llamaban 666.
-Alcohol made in Estado cubano, quizás Don Diego, Galeón, Havana Club… porque sí, había para escoger.
-Cigarros fuertes y suaves.
-Otras drogas más exclusivas. Podían incluir un acompañamiento… quizás de la policía.
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La retirada siempre fue una cuestión difícil en G. Llegaba la madrugada sin darnos cuenta y la “confronta” nos negaba el regreso a casa. Siempre hubo quien creyó que lo mejor era contemplar desde allí el amanecer.
De día, G era una marea de autos y personas; de noche, solo de personas. Calle curiosa esta donde la gente no descansaba y las máquinas dormían.
***
No pocas veces, ya cansados de caminar, nos tirábamos un rato a pensar en el futuro. Hablábamos de la Universidad y nos veíamos entonces distantes de G. Aquella calle nos parecía, con el pensamiento en el cuerpo de ese ser que todavía no éramos, agua pasada, ridícula, como un parque infantil cuyos aparatos no se ajustarán más a nuestras proporciones. Un año después, ya en la Universidad, seguíamos allí, observando la avenida desde la terraza de la Casa Balear sin acordarnos de aquel momento en que, sentados en el suelo o en un banco, soñamos ese presente.
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