Mi vecino es yuma

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Foto tomada de CNN (Ilustrativa).

En el apartamento de al lado está viviendo un yuma. No tiene por qué ser un acontecimiento, ni siquiera un hecho relevante. Pero, en ciertas dinámicas concurrentes, un yuma es, casi siempre, un tipo exótico, un cuerpo extraño que viene de un espacio exterior para conocer las interioridades de la sociedad que odias y él ama, del sistema político que odias y él defiende, de las figuras políticas que te han jodido el futuro, y que, con tanta ingenuidad, casi miserablemente, él admira. Sin embargo, este yuma en particular es, por su estética tan lisa, apenas un calvo holandés con un mérito reconocido en tierras nacionales: es el único hombre que ha sido capaz de lograr que mi vecina, su casera, se cambie la bata de casa…

Esto, créanlo, es una proeza.

Dos años viviendo puerta con puerta, dos años de saludarla todos los días y verla caminar por el pasillo, contra la luz de la ventana, con tan poca tela y tanta transparencia… He visto de ella paisajes inenarrables; las pendientes flácidas de sus 70 años. No hay recompensa por el castigo. Aunque el suplicio se volvió algo cotidiano, como la salida de sus dos perros pequineses a las cinco de la tarde, para mearse sobre mi alfombra de “WELCOME”. Y todo iba de sucio a peor, hasta la tarde de la llamada. El sábado en que una hermana la llamó desde Holanda para pedirle que acogiera a su amigo yuma.

Aquí las paredes son estrechas. La conversación de mi vecina la escucho como si mediara entre nosotros una mesa, una tasa de té. Lo mismo sucede cuando, dos puertas más allá de la mía, Félix, vecino octogenario, experto en canasta básica, se suena esos pedos libertinos después del café de la mañana. Es que no deja caer el espíritu de la comunidad…

Y todo es risa en mi vecina, un “sí, claro que se puede”, “ay, cómo no, mañana está todo listo” … Frases por el estilo. El domingo la mujer limpió, bajó los perros para que mearan en la calle. Ese tipo de cosas que no haría por sí misma, pero, claro, un yuma es otra cosa: un tipo exótico. Un tipo calvo que llegó el lunes y limpió sus zapatos capitalistas en mi alfombra WELCOME que —por ese mismo espíritu comunitario fortalecido con pedos matutinos— mi vecina tuvo a bien tomar prestada para ponerla debajo de los pies del visitante.

Hay sumisiones simbólicas. Los cubanos sabemos de eso. Sabemos también cómo se trata a un yuma, cómo puede convertirse éste en una figura de porcelana en el centro de la vida de un cubano durante un tiempo. En todas las épocas, Cuba fue un hospicio, una tierra de sibaritas.

Por eso mi vecina se quitó la bata de casa, sacó los perros a mear al césped. Nada es suficiente para convencer al yuma de la ductilidad de su servidumbre, de la postración de una latina retirada ante él, un calvo de mierda que tal vez en su país ordena los estantes en un supermercado. Pero aquí es un rey que se limpió los zapatos en mi alfombra WELCOME hasta esta mañana.

En casa de mi vecina está viviendo un yuma. Lo digo porque, a fin de cuentas, por ciertas dinámicas concurrentes, puede que, para mí, su presencia se convierta en un hecho relevante.

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