Descubrir una serie extraordinaria, mucho después de su estreno, resulta siempre un ejercicio a medio camino entre el placer y el remordimiento. La frase “cómo no la vi antes” nos golpea sin misericordia mientras descubrimos la pieza que desconocimos durante largo tiempo. Sin embargo, al final se impone el “mejor tarde que nunca” y el seriéfilo que llevamos dentro se apunta una nueva victoria.
Entre los títulos que pudieran llevarnos hasta esa sensación está Maid, miniserie lanzada por Netflix en octubre de 2021 que cerró en el cuarto puesto de las más vistas en la plataforma durante aquel año. Pero este show va mucho más allá de los índices de audiencia.
La propuesta fue desarrollada por Molly Smith Metzler a partir del testimonio ofrecido por Stephanie Land en el libro Maid: Hard Work, Low Pay, and a Mother’s Will to Survive (2019).
En el centro de la historia está Alex, interpretada por la misma Margaret Qualley que ya disfrutamos en The Leftovers y The Substance. La chica, con un talento natural para la narrativa, queda embarazada a las puertas de la universidad y, poco a poco, ve cómo su relación pierde el halo romántico y muta hacia un caso de abuso doméstico.
Tras varios años de aguantar en silencio, la joven decide escapar de Sean (Nick Robinson), su novio maltratador y padre de su hija, Maddy (Rylea Nevaeh Whittet). Entonces, esta mujer iniciará un nuevo calvario, ahora con la aspiración de salvar a la niña, y a ella misma, de las consecuencias a largo plazo de este ciclo de violencia.
En el camino hacia su emancipación, la protagonista deberá batallar con su ex por la custodia de la pequeña y, a la par, tendrá que lidiar con su madre, Paula (Andie MacDowell), una artista bipolar y narcicista; Hank (Billy Burke), un padre al que apenas conoce; y Yolanda (Tracy Vilar), una jefa que parece disfrutar cada uno de sus traspiés.
La luz vendrá de lugares inesperados. Uno de sus soportes será Denise, una señora que antaño fue víctima de abuso y ahora dirige un refugio para mujeres en situación similar. La otra es Regina (Anika Noni Rose), una clienta adinerada que se parece a Alex más de lo está dispuesta a aceptar.
El drama de Maid sirve como conducto para exponer de forma sutil las carencias del sistema de servicios sociales de Estados Unidos. El argumento busca mostrar, sin ingenuidad ni efectismo, los obstáculos psicológicos y económicos que enfrentan las mujeres que intentan rehacer sus vidas luego de atravesar una etapa de maltratos.
Claro que también se muestra luz en este mundo. El bien es representado por las contadas personas que intentan hacer la diferencia cuando los recursos legales resultan insuficientes.
Si bien el viaje que hace Alex desde la pobre víctima hasta la mujer empoderada resulta inspirador y realista, a la vez está lleno de matices que lo mejoran. Uno de los aspectos más interesantes en ese sentido, es que el personaje central no siempre actúe de forma paradigmática e idealista; la chica mete la pata y hace cosas cuestionables muchas veces.
El objetivo de Smith Metzler no es que nos “guste” el personaje principal, sino que conectemos con Alex a un nivel más profundo y, durante el proceso, entendamos lo difícil que es, para personas que han sufrido como ella, salir del abismo del maltrato sistemático.
Por otra parte, la serie discursa en torno a fenómenos cotidianos como la maternidad, el desamparo y la pobreza, sin atreverse a romantizar ninguno de esos asuntos en función de la dramaturgia. Igual que la vida misma, la trama tiene muchos altibajos y, aunque al final intenta darnos esperanza, igual nos muestra que no siempre la salvación es posible.
El vínculo entre Alex y Paula es uno de los elementos más conmovedores de este show. La interacción escénica entre Qualley y McDowell, madre e hija en la vida real, sirve para explicar la delicadeza y complejidad del vínculo íntimo, irrompible, e incluso insufrible, entre una hija y su madre.
Palmas aparte merece Robinson en el rol del padre/novio/abusador. Igual que pasa con la protagonista, este actor nos regala su mejor trabajo hasta la fecha. En este caso, lo consigue metiéndose en la piel de un tipo simplón y roto por las circunstancias de la vida.
La capacidad de Robinson para reflejar emociones complejas y mostrar atisbos de “humanidad” en su alter ego funciona, igual que la historia de Alex, como una metáfora de la peligrosa complementariedad que puede existir entre la luz y la oscuridad.
Maid es una serie terriblemente cercana que nos invita a dialogar con una problemática muy vigente en nuestras sociedades. La obra acude a la sensibilidad individual y colectiva en un intento por revelar fallas estructurales y culturales originadas en el mismo mundo en que vivimos hoy.
En contraposición a su crudeza, el audiovisual sabe tirar del optimismo sin endulzar demasiado la píldora. Resaltar el valor que se requiere para tomar la decisión correcta, aún cuando parece haber llegado a destiempo, es otro de los grandes méritos de esta obra atemporal.
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