Lose yourself

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Foto: Jan Strecha/ Unsplash.

Eran aquellos tiempos en los que yo quería ser rapero. Habíamos hecho un pequeño estudio con la computadora y un micrófono en casa de Luis Daniel y allí echábamos las tardes, Arnau, Luis y yo, escribiendo y haciendo instrumentales con el Fruity Loops. Grabábamos todo. Contábamos el barrio y la tristeza y hacíamos tiraderas para los demás grupos de la escuela.

Antes del rap hicimos reguetón como todo el mundo, robándole frases a Héctor el Father y usando brillantes en las orejas como Daddy Yankee. Cortábamos pedazos de backgrounds portorriqueños y con eso cantábamos en los matutinos sobre discotecas y autos a los que nunca subimos. Era muy divertido soñar así. Creernos populares. Pero en octavo grado descubrimos La Esquina del Rap, un programa de radio, y decidimos que era mejor desahogarnos que soñar tanto. Entonces empezamos a leer y a mirar noticieros buscando material inspirativo.

El Danel era el mejor de mi barrio. Tenía la voz linda y lo invitaban a las fiestas de 15. A los 19 tenía un demo y había hecho un grupo llamado Código 113, que llegó a ser más o menos notorio. Un día me lo encontré en una esquina, improvisando. Tenía mucho arte: lo mismo rapeaba que cantaba que bailaba como Usher. Un espectáculo. Cuatro o cinco chiquillos lo aplaudían obnubilados. El Danel me llamó y se puso a improvisar algo tirándome. No sé qué me dijo, pero recuerdo que cuando me tocaba responderle me quedé en blanco y bajé la cabeza y salí de allí.

Arnau sí era bueno improvisando. Lo ensayaba solo frente al espejo. Podía estar hasta 20 minutos sin confundirse. A veces caminábamos desde la entrada al final de reparto con él en eso: si veía un pájaro hablaba del pájaro, así todo el tiempo. Yo le hacía el background con la boca, pero me parecía insostenible poder pensar en la rima siguiente a la velocidad de la anterior. Yo era un poco más metódico. Salía con la libreta en el bolsillo. Pensaba cada métrica y buscaba rimas exactas en el diccionario.

Después de lo de El Danel me puse a improvisar frente al espejo.

La primera vez que cantamos en público fue en el teatro del parque Almendares. Alexis D’Boys –dj de L3Y8, letal en las máquinas– había organizado aquella peña y unos amigos nos habían resuelto para echarla allí. Estábamos nerviosos. En aquel escenario se hacía el proyecto Almendares Vivo, el más notable del panorama hiphopero cubano de la época y, por tanto, ese público era el mismo que medía a los grupos que imitábamos.

Yo llegué como a las seis de la tarde, con los Adidas blancos y una ropa tres tallas por encima de la mía. Habíamos ensayado mil veces, pero le pedimos a D’Boys que pusiera el background en las bocinas. Era temprano, pocos en las gradas, ni comenzaba la prueba de sonido. Ensayamos rápido.

En el backstage había diez chiquillos como nosotros. Raperos, bailarines. Había ron y se filtraban las luces y el seseo de la gente. Humberto y Deinis tenían demasiada seguridad. Nos habíamos visto días antes en una audición para Súper 12, programa dominical que hacía un concurso para aficionados. En la audición alguien determinó que no había chance para los raperos. Nos fuimos a improvisar en la acera –en realidad yo no improvisé nada: me sudaron las manos, tuve ganas de vomitar; dije versos ya escritos. Arnau formó lo suyo y Humberto y Deinis formaron lo suyo.

Humberto era dos años mayor que yo y Deinis era un año mayor que Humberto. Ellos eran un dúo, Lecciones Graves. Tenían flows maduros, letras magníficas. Tenían fuerza. Vivían en San José de Las Lajas, a unos 30 kilómetros de La Habana, y habían compartido escenario con Los Aldeanos, que ya comenzaban el nudoso camino al estrellato. Nos caímos bien en lo de Súper 12 y nos invitaron a lo del Almendares.

Salí al escenario con las rodillas débiles. Recité mis estrofas con una vena gorda en la garganta. Estático; movía una mano apenas. Hip hop, esto es hip hop/ de izquierda a derecha lo mío es duro, decía Arnau moviéndose vertiginosamente entre las luces. Yo repetía el tema en mi cabeza queriendo acabar pronto. Humberto y Deinis levantaron al público y al final D’Boys pidió freestyle (improvisación) y subió todo el mundo. Los diez chiquillos. Yo bajé a las gradas. D’Boys me hizo señas de que subiera y respondí que ni muerto.

(Tengo un video: freestyle en la casa de cultura de Alamar. Fulano de Altahabana la echa buena; Mengano de La Lisa la echa buena. Yo digo cuatro o cinco estupideces y viene uno y me quita el micrófono y empieza a decir frases rapidísimas. Sigo en silencio hasta que todos terminan y queda la música, da, dumb, da, da).

Seguí frente al espejo hasta que fui capaz de hacer rimar algunas ideas instantáneamente. Iba a entrenar casi todas las noches al Parque G, con unos que empezaban, con otros que llevaban tiempo haciéndolo. Alguna vez estuve hasta 20 minutos sin confundirme. Nunca tuve revancha con El Danel. Pero la gente del Parque me decía que lo hacía bien y eso era suficiente.

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Jesús Jank Curbelo
Jesús Jank Curbelo (La Habana, 1991). Padre de Ignacio en 2014. Graduado de Periodismo en 2016. Ha publicado Los Perros (novela, Guantanamera, 2017) y textos en revistas y antologías en dos o tres países. Guionista de espacios dramatizados para RadioArte (2013–2015). Reportero y columnista del diario Granma (2015–2018). Reportero en Periodismo de Barrio y columnista en El Toque.
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