La triste historia de Antonio Meucci, el auténtico inventor de lo que hoy conocemos como teléfono, no es actualmente tan desconocida como lo fue hace unos años. Por una parte, su odisea trunca por demostrar su “paternidad” sobre el susodicho aparato, y por otra, la tardía reivindicación, que le llegó en 2002, casi 113 años después de su muerte, son dos de los más trágicos relatos de la ciencia moderna.
Pero ese cuento que va del ‘teletrófono’ tiene mucho que ver con Cuba.
Don Antonio Santi Giuseppe Meucci nació en Florencia el 13 de abril de 1808. Se graduó de las ingenierías química e industrial en la Academia de Bellas Artes de esa ciudad, y años más tarde, luego de casarse con Ester Mochi, estuvo preso durante tres meses, debido a su vínculo con el Movimiento de Unificación Italiana. Poco después de salir de la cárcel, decidió irse de Italia para siempre junto a su amada. Su primera parada —una bastante larga, por cierto— tuvo lugar en La Habana.
Luego de algún tiempo en la capital cubana, el científico consiguió trabajo como ¿jefe de mecánica o tramoyista? del Teatro Tacón, majestuoso centro inaugurado en 1838. Según cuenta Ciro Bianchi en una de sus crónicas, este fue el terreno en donde el europeo puso en práctica la primera versión de su revolucionario dispositivo de comunicación.
De acuerdo con el periodista, las razones que llevaron a Meucci a desarrollar y perfeccionar el invento que había esbozado mientras trabajaba en el Teatro de la Pérgola de Florencia, se produjeron a partir de “los continuos reclamos que el empresario del establecimiento hacía de su trabajo”. Por esa razón, él dio forma a lo que bautizó como ‘teletrófono’, un mecanismo que le permitía responder a los llamados de su jefe sin tener que moverse de un lugar a otro constantemente.
Sin embargo, otras fuentes conectan al teletrófono con la medicina y no con un superior insistente.
Resulta que en 1849, el italiano comenzó a colaborar con el doctor austriaco Franz Anton Mesmer, quien usaba un sistema de electroterapia para tratar el reumatismo, enfermedad que padecía la esposa de Antonio.
Así fue relatado en la web oficial del Foro Histórico de Telecomunicaciones, el experimento que llevó al ingeniero a dar con la clave del futuro teléfono:
“En 1849, en el curso de uno de estos tratamientos, el paciente sujetaba una placa de cobre, conectada a los hilos conductores, y Meucci se fue a otra habitación en la que disponía del instrumento que regulaba la corriente suministrada, lo conectó a una batería e indicó al paciente que introdujera la placa en la boca. El hombre dio un grito de dolor por el efecto de la descarga y Meucci, desde la otra habitación, notó cómo el sonido le había llegado con más claridad de lo que sería normal, dada la distancia a que se encontraba el paciente. Enseguida acercó su oído al instrumento, desde el que estaba administrando la corriente, y comprobó que podía escuchar la voz del paciente a través de él”.
Después de aquello quiso hacer de nuevo la prueba, pero sin dañar al enfermo. Para ello empleó un embudo con el fin de aislar la placa de cobre y lo colocó en la boca del doliente, a quien pidió que hablara. Luego se fue a otro cuarto y desde allí verificó que la voz de esa persona le llegaba con claridad mediante los conductores, lo cual le permitió certificar que iba en el camino correcto rumbo a la creación del telégrafo parlante.
Sus experimentos habaneros quedaron registrados en una carta suya, publicada por dos diarios italianos en 1865: El Comercio de Génova (1 de diciembre) y El Eco de Italia (21 de octubre).
Más allá de la génesis de una de las creaciones más influyentes de la historia humana, don Antonio encontró en la Villa de San Cristóbal un lugar para demostrar su ingenio de otras maneras.
Mientras trabajaba en el teatro, Meucci logró tener una situación económica holgada, que lo llevó no solo a mantener a su esposa, sino a darse el gusto de armar un laboratorio en donde se dedicó a sacar adelante otros proyectos, como un sistema de filtros para la depuración del agua y el uso de la parafina en la fabricación de velas.
Además, también en su centro doméstico, el florentino aumentó sus ingresos gracias al montaje de un negocio de galvanizado*, casi siempre al servicio del ejército colonial.
También desarrolló un sistema de electroshocks terapéuticos que administraba en la capital cubana. El gobierno de Italia lo honró luego con el título de Inventore ufficiale del telefono.
En 1850 sucedió algo que cambió la ruta de Antonio y Ester. Un gran incendio acabó con el teatro Tacón y la pareja pensó que era mejor irse de la mayor de las Antillas. Su siguiente y último destino fue Nueva York, a donde llegaron en abril de aquel año.
Una vez instalados en la zona de Clifton, dentro de Staten Island, Meucci invirtió sus ahorros en una fábrica de velas de sebo, y dio trabajo a muchos compatriotas y hermanos de la causa de la unificación italiana, que habían llegado a Estados Unidos huyendo de la represión a la que eran sometidos en su tierra natal.
Sin embargo, su negocio no dio los resultados esperados y la empresa quebró al cabo de un tiempo corto. Para colmo, la artritis reumatoide de Ester empeoró y la confinó prácticamente a su habitación. Ambos hechos hicieron que Antonio decidiera enfrascarse en desarrollar plenamente su teléfono, primero para ganar dinero, pero también para comunicarse con su mujer mientras trabajaba.
Encontró un patrocinador en William E. Ryder y ello lo ayudó a avanzar en su idea hasta 1867. No obstante, nunca pudo reunir los 250 dólares necesarios para pagar la patente oficial, finalmente concedida al estadounidense Alexander Graham Bell, quien le impuso todo tipo de obstáculos e incluso sobornó a funcionarios estatales para evitar que Meucci obtuviera la documentación que lo acreditara como el inventor oficial del teléfono.
Por el camino, Antonio sí pudo patentar muchas otras ideas, gracias a las cuales él y su mujer no murieron de hambre. Sin embargo, su nombre cayó en el olvido luego su fallecimiento el 18 de octubre de 1889.
En 2002, la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó la Resolución 269 sobre Antonio Meucci, en la cual se estableció que “debe reconocerse la vida y los logros de Antonio Meucci y su trabajo en la invención del teléfono”.
* Proceso electroquímico por el cual se puede cubrir un metal con otro.
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