Un año antes, Robert Johnson desapareció en Robinsonville luego de que Ike Zimmerman le dijera que aprendió a tocar la guitarra sobre una tumba en un cementerio de Alabama.
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El hoodoo man (brujo) le dice: Vas a un cruce de carreteras a media noche de una noche blanca, y tocas una canción. Entonces vendrá él y te pedirá tocar la guitarra, una sola canción con ella. Cuando desaparezca puedes irte. Ya sabrás todo lo que necesites.…
Clarksdale, Mississippi, alrededor de 1930.
El cruce de las carreteras 61 y 49 es una cruz de polvo entre la sombra de los magnolios. Casualmente, la noche es blanca.
A las 12, sentado en una piedra, Robert Johnson toca su guitarra. Es torpe, incluso falla los acordes más simples; la mano le tiembla. Toca otra canción que escuchó alguna vez en tren o un prostíbulo… Pero nada.
Entre las manos el sombrero, dentro del sombrero la cara de Robert, que llora. A la guitarra, echada en el polvo, le han caído encima las hojas secas.
Un sinsonte abandona la rama.
Segundos después un hombre negro, desnudo, se acerca a Johnson y levanta la guitarra del suelo. Toca una canción, solo tres acordes, y se va.
Robert, sentado en la piedra, lloró todavía.
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Un año después, el bluesman cuenta en Crossroad Blues:
“Fui a la encrucijada/ y caí de rodillas/ pedí al señor ten piedad/ salva, por favor, al pobre Bob” …
Seis de las canciones de Johnson hablan del diablo. Seis, casualmente.
Son House, otro guitarrista de blues contemporáneo con Johnson, afirmó que antes de desparecer, Robert era un pésimo guitarrista y que apenas podía cantar.
Cuando regresó, luego de la noche blanca y los magnolios del cruce de caminos, Johnson se inscribió en la historiografía musical como el mejor guitarrista de blues de todos los tiempos.
La primera vez que Keith Richards escuchó una grabación del negro americano preguntó quién era el otro hombre que tocaba con él. Sin embargo, sabemos que Johnson siempre grabó solo. También sabemos que nadie jamás ha vuelto a tocar como lo hizo Johnson, las cuatro manos cabrías de Johnson.
En Clarksdale, Mississippi, el diablo afinó su guitarra.
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En el pueblo de Three Forks estaba el local de Ralph, lugar donde el bluesman actuaba habitualmente, y estaba, también, la mujer de Ralph, delicia ilícita de Johnson.
Una noche de agosto, Johnson cantaba Love in Vain y miraba a la mujer de Ralph, prometiéndole un después. Al concluir la canción, ella, sonriente, le acercó una botella de whisky abierta. Y Robert bebió la estricnina.
Tras varios días de agonía, murió convulsionando en la casa de un amigo. Mientras deliraba, repetía: “Ya vienes por mí, ya vienes”.
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Veintinueve pistas en cinco sesiones de grabación. Tres de ellas en el Hotel Gunter, Texas, en 1936; otras dos en un almacén en Dallas, al año siguiente.
Eso es toda la obra de Johnson en la tierra.
Enterrad mi cuerpo junto a la carretera/ para que mi viejo y malvado espíritu pueda/ subirse a un autobús de la Greyhound y viajar…
Son los primeros versos de su canción Me and the Devil Blues.
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Ocho años después de desaparecer en Robinsonville, un segundo antes de convertirse en mito, Robert Johnson fue sepultado bajo un árbol, en una tumba sin nombre.
En Greenwood, Mississippi, a un tiro de piedra entre dos caminos.
Muy interesante el artículo!!
Pudieras compartir algunas referencias que usaste para la redacción del artículo… Saludos