La historia del bigleaguer cubano que sobrevivió a un cáncer de tiroides

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Eli Marrero con los Cardinals en su primera etapa en la MLB. Foto: Getty Images.

Hay peloteros que sufren porque no son capaces de chocar la bola cuando les lanzan una curva. Luego hay otros que son excelentes bateadores, pero a la defensa resultan ser un desastre, y también tenemos casos como el del cubano Álex Sánchez, a quien algunos expertos calificaron como “pelotero de una sola herramienta”, debido a su virtud de ser un corredor muy veloz entre las bases.

Sin embargo, hay atletas que debieron enfrentarse en su momento a un rival mucho más duro que la recta de Nolan Ryan y la knuckle-ball de R. A. Dickey o los amenazantes swings de Barry Bonds y Aaron Judge. Al fin y al cabo, a veces es preferible luchar con las dificultades que se presentan en el terreno que con aquellas que surgen fuera de él.

Cuando al cubano Elieser Marrero (conocido en la Gran Carpa como Eli Marrero) le diagnosticaron cáncer de tiroides durante una revisión física rutinaria, en el año 2000, su primera reacción fue que ese bulto de células malignas que le crecía en la base del cuello no iba a impedirle jugar al béisbol durante demasiado tiempo. Nada más fue diagnosticado, supo que quería salir de aquello rápido, para estar de vuelta lo antes posible a la disciplina de los St. Louis Cardinals, equipo que le eligió en la tercera ronda del draft de 1993 y cuatro años más tarde lo hizo debutar en Grandes Ligas.

El proceso para deshacerse del cáncer no fue tan complicado como en otros casos, pero tampoco resultó algo tan sencillo. Después de la cirugía, Eli debió someterse a un tratamiento con yodo radioactivo con tal de eliminar los restos que quedaban en su interior. Aunque el proceso de tragarse aquella agresiva mezcla no era tan desagradable a primera vista, el efecto que tenía en su cuerpo lo obligaba a estar alejado de su esposa Marisol hasta dos días después de haberse sometido a ello.

Su determinación era demasiado fuerte como para hacerle cambiar de planes. Al salir del hospital, anunció a su esposa que se marchaba a catchear en las “granjas” de los Cardinals. No obstante, su incorporación a la élite fue lenta, pues la ausencia de su glándula tiroidea le impidió estar al máximo de su capacidad durante el tiempo en que se mantuvo consumiendo el yodo.

Más adelante, cuando esa etapa de su recuperación estuvo cerrada y comenzó a tomar las pastillas para regular su producción hormonal, fue que los de Missouri le incorporaron poco a poco a los entrenamientos. A esas alturas, en marzo de 2001, había pasado más o menos un año desde su diagnóstico, y sólo le dio tiempo a participar en un juego de los entrenamientos primaverales antes de que comenzara la temporada.

La campaña comenzó para Marrero sin muchas esperanzas de jugar como titular. No obstante, en abril se lesionó Tom Pagnozzi, receptor regular del club, y le llegó la oportunidad de regresar a hacer lo que más le gustaba. Su segundo debut en las Mayores no pudo ser mejor: conectó un cuadrangular de tres carreras ante los San Francisco Giants, el cual vino a funcionar como un bálsamo para aliviar dolores que sólo él conocía.

El tema es que, aunque en ese momento no dijo una sola palabra al respecto, luego se supo que aquel regreso fue mucho más duro que lo que se vio en cámara.

“Cuando estaba catcheando me sentí muy mal. No sentía mis piernas, y pelotas que debí haber capturado fácilmente se me escapaban. Sentí como si mi trasero fuera un gran tanque de aceite”, declaró tiempo después este hombre, nacido el 17 de noviembre de 1973 en La Habana, Cuba.

Tras su histórico y sufrido regreso, tuvo que adaptarse a jugar otras posiciones. Con la receptoría más o menos descartada, comenzó a desempeñarse en los jardines y en primera base. No obstante, el destino quiso que el 3 de septiembre de 2001 fuera él quien estaría detrás de home recibiéndole a Bud Smith cuando este lanzó un no-hitter para vencer 4-0 a los San Diego Padres.

Después de su paso por los Cardinals, Marrero fue cambiado en 2003 a los Braves por el lanzador Jason Marquis y el prospecto Adam Wainwright. Con los de Atlanta jugó exclusivamente como outfielder y ahí tuvo sus mejores números ofensivos: slash line de .320/ .374/ .520 y compiló para .415 contra lanzadores zurdos.

Dos años más tarde, cambió su camiseta por la de los Kansas City Royals, quienes le trajeron con el objetivo de sumar un jardinero con poder al bate. Sin embargo, terminaron por dejarlo ir pronto, luego de que Marrero bateara para .159 en 32 encuentros durante la campaña.

Tras su paso gris por esa franquicia, en junio de 2005 se fue a Baltimore. Allí su recorrido tampoco fue demasiado notable, y para 2006 se encontró jugando en AAA con un filial de los Colorado Rockies. A continuación, pasó a los Mets, con quienes también se desempeñó en la categoría inmediatamente inferior a las Mayores. Por último, firmó nuevamente con los Cardinals, aunque ese pacto incluyó una cláusula que le permitía jugar únicamente en menores.

Tras el acuerdo con los Cards, duró un solo choque con la camiseta de los Memphis Redbirds antes de ser liberado. Era el fin de un período de 14 años como pelotero profesional, en los que su mayor victoria fue ganarle a su propio cuerpo una particular batalla por la supervivencia.

Ya retirado, ha tenido diferentes trabajos desde 2011, cuando fue contratado para trabajar como coach de bateo de los Billings Mustangs. En 2013 estuvo como mánager de los Arizona League Reds, ambas escuadras de clase rookie, afiliadas a los Cincinnati Reds. En diciembre del ’14, también como parte de su contrato con los Reds, se fue a entrenar a los Daytona Tortugas de A+ y allí estuvo hasta 2017.

Tiene dos sobrinos: Chris y Deven, quienes también son peloteros profesionales. Asimismo, su hijo, Elih, fue elegido en el puesto 29 en el draft de 2015 por los Reds, aunque eligió irse a jugar en la universidad Mississippi State y en 2018 volvió a ser elegido, esta vez en la octava ronda por los Boston Red Sox.

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