“Recuerdo que era de madrugada y había mucha calma. Yo estaba intentando dormir a mi hijo de meses y sentí que soplaba un viento muy fuerte en el placer que quedaba al costado de mi casa, en el barrio de La Víbora. De pronto, el cielo se puso como rojo y pensé lo peor. Lo primero que me vino a la mente era una guerra o algo así de malo. Asustada, desperté a mi papá y juntos nos pasamos el resto de la noche esperando lo peor.
“Al día siguiente, las calzadas de 10 de octubre y de Bejucal estaban casi totalmente obstruidas. Se cayeron árboles por todas partes de aquí hasta allá. Por suerte, nosotros no sufrimos tanto, pero en la zona en donde vivía la familia de mi esposo sí les fue mal, tanto, que estuvieron hasta 15 días sin luz”, nos cuenta Sarah, quien, 29 años después, aún no ha olvidado lo que sintió durante las horas en que la llamada «tormenta del siglo» azotó Cuba.
La historia de este fenómeno, digna de una película, comenzó el viernes 12 de marzo de 1993. Según refiere la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) en su archivo digital, durante esa jornada, un fuerte sistema de baja presión fue tomando forma en el Golfo de México y 24 horas más tarde se había convertido en una seria amenaza. El 13 de marzo llegó a su punto álgido el desastre.
Lo primero que pudo notarse fue que el este de los Estados Unidos sufrió una tormenta de nieve que rompió varios récords. Luego, el noreste de la costa atlántica se convirtió en el nuevo centro de los “castigos”. Las turbonadas que acompañaban la tormenta provocaron lo que se conoce como derecho en serie, algo que, según explica el doctor José Rubiera, puede traducirse como un “sistema muy extenso de tormentas severas, de relativamente larga vida, asociadas en forma de banda recta que se mueve muy rápido”.
De acuerdo al análisis realizado por el también meteorólogo Danier Ernesto González, la «tormenta del siglo» fue una reedición de un suceso similar acaecido en la primavera de 1983, el cual incluyó, entre otras cosas, la aparición de siete tornados.
El experto refiere que por esos días de 1993 coincidieron los vientos cálidos y húmedos del Caribe con un frente frío que se trasladaba por el Golfo, al cual se sumó después una intensa vaguada que terminó por completar lo que podríamos llamar una receta perfecta para el desastre.
En resumen, el fenómeno afectó a toda la península de Florida, así como el oeste y parte del centro de la mayor de las Antillas. Primeramente, trajo vientos desde 80 hasta 160 kilómetros por hora en ciertas áreas, e incluso algunos eventos de tornado. Las penetraciones costeras fueron múltiples y extremadamente agresivas. Las lluvias, que no fueron lo peor, alcanzaron los 100 milímetros y, para colmo, en algunos territorios la temperatura bajó hasta un aproximado de 7 a 8 grados centígrados.
Como consecuencia de los embates, en Cuba se perdieron diez vidas y los heridos se contaron en decenas, mientras que los daños materiales ascendieron a un billón de dólares. Aunque duró solo unas horas, los poderosos vientos de esta fuerza de la naturaleza arrasaron áreas de Viñales (Pinar del Río), casi toda La Habana, Varadero y la Ciénaga de Zapata (Matanzas), así como Caibarién (Villa Clara) y Morón (Ciego de Ávila).
Por donde pasó esta tempestad, quedaron varios edificios dañados y sembradíos arrasados. Mucha gente se quedó parcial o totalmente sin hogar y, por otra parte, incontables plantaciones de tabaco, plátano y otros cultivos se fueron a bolina en una noche.
Muchos podrán pensar que todo sucedió por sorpresa, pero lo cierto es que dos días antes de este hecho, el Instituto de Meteorología (Insmet) reconoció entre sus predicciones un patrón llamativamente peligroso e informó a la Defensa Civil al igual que a los medios de comunicación. Sin embargo, la velocidad con que se “armó” la tormenta superó la capacidad de monitorización de los especialistas liderados por el profesor Rubiera.
Según explica el doctor Lino García Naranjo, de la Universidad de Santiago de Compostela, España, en su artículo Supertormenta 93: Un caso escenario 12-15 marzo 1993. El caso escenario en el sector cubano, sí hubiera sido posible haberse preparado mejor y alertar más por diferentes vías, teniendo en cuenta la combinación de condiciones climatológicas percibida por los científicos del Insmet. No obstante, el propio autor reconoce que el gran margen de error en torno a la previsibilidad del evento es un motivo de peso para no culpar a los expertos cubanos, quienes, por aquellos años de tantas dificultades, hacían un esfuerzo brutal para proteger a la población de este tipo de fenómenos.
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