«Ted»: mucho más allá del humor desvergonzado

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Durante la segunda mitad de los 90, el entonces joven Seth MacFarlane comenzó a destacar como una de las estrellas en ascenso de los estudios de animación Hannah-Barbera. Su labor como dibujante y guionista en shows como Johnny Bravo o Dexter’s Lab (El laboratorio de Dexter) le dio el currículum suficiente para llegar a probarse como creador y no dejó pasar la oportunidad.

Su salto de calidad lo dio en el 96 con los cortos de Larry and Steve, cuya excelente recepción hizo que FOX le ofreciera un contrato para crear su propia serie. Por ahí empezó a nacer lo que sería Family Guy (Padre de familia), serie animada lanzada en 2000 que colocó a MacFarlane entre los guionistas de televisión con mayor salario del mundo.

Desde entonces, la carrera del bueno de Seth, quien pone su voz —o directamente su persona— en casi todas sus producciones, ha sido un no parar de éxitos. Además de la historia de Family Guy, ha dado en la tecla con otros shows animados como American Dad y The Cleveland Show, además de conseguir unos cuantos aplausos por su The Orville, serie de acción real protagonizada por él mismo, mediante la cual homenajea y parodia a Star Trek, uno de sus clásicos favoritos de la ciencia ficción.

MacFarlane volvió a acaparar titulares a comienzos de 2024 gracias al estreno de Ted, su más reciente serie de acción real. Estrenada el 11 de enero pasado en Peacock, plataforma de streaming de NBC, esta propuesta funciona como una precuela a los filmes estelarizados en 2012 y 2015 por Mark Wahlberg y el propio MacFarlane en la voz de un oso de felpa con la lengua demasiado suelta.

La historia nos lleva de vuelta a 1985, un tiempo en que John Bennet, hijo único que vive con sus padres en Framingham, Massachussets, no sabe lo que es tener amigos. Una noche, mientras mira al cielo buscando una respuesta para sus problemas, el chico ve pasar una estrella fugaz y pide con todas sus fuerzas que Ted, su osito de peluche, cobre vida y se convierta en su compañero de aventuras.

El deseo del niño se cumple y el juguete con alma se transforma en una celebridad durante la segunda mitad de los 80. Sin embargo, para 1993 la fama se ha desvanecido y ahora el gracioso oso —de nuevo con la voz de MacFarlane—, está de vuelta en el hogar de los Bennet, donde convive con su socio favorito, que ahora tiene 16 años (Mark Burkholder), además de sus padres: la dulce Susan y el ácido Matty (Alana Ubach y Scott Grimes), y también Blaire (Giorgia Whigham), la joven prima universitaria de su amigo.

Lo que vimos en las películas es ampliado en este caso para ofrecernos una combinación de historia de origen con algo del género coming-of-age. Este relato, cuyo argumento de carácter episódico no huye de la continuidad, brinda el trasfondo necesario para los largometrajes de hace algunos años, pero, tal vez sin quererlo, supera en toda la línea a sus predecesores, no por la calidad del humor, sino porque se atreve a jugar fuera de la línea chistosa para ofrecer algo más de “sustancia”.

De Ted llama notablemente la atención su desarrollo de personajes y también los mensajes que nos deja caer MacFarlane en esta nueva entrega. Solo en The Orville habíamos visto esta arista más sentimental del creador, cuyas otras series destacaban sobre todo todo por su gran irreverencia y el uso de lo políticamente incorrecto como arma principal.

En cambio, en esta historia llena de diálogos absurdos y mucho humor desvergonzado, hay personajes muy queribles que mantienen una dinámica fabulosa y nos hacen soltar algún que otro “awww” durante los siete episodios de 45 minutos que conforman esta primera temporada.

Los roles en Ted, construidos como estereotipos, esconden varios matices que nos sorprenden y así mismo sucede con el guion, que detrás de tantas “tonterías” esconde algunos momentos que nos tocan la fibra y enseñan un trozo del “alma” que MacFarlane no suele sacar a la luz con frecuencia.

Lo que consigue el creador con esta historia que nadie había pedido, es que uno venga en busca de un montón de risas ocasionales y termine completamente enganchado a las brillantes actuaciones del elenco —principalmente de Grimes y Ubach—, su fantástica química en escena y los bien colocados “oasis”, en los cuales el libreto nos deja pensando en algo más que lo obvio.

El principal defecto que tiene la serie viene curiosamente de algo que hasta ahora había sido una fortaleza en las creaciones de su guionista: el chiste extendido. Con anterioridad MacFarlane había usado acertadamente esos diálogos que “estiran la gracia” más allá de lo esperado y, pese a ello, mantienen el nivel de comicidad. El tema es que esto no funciona siempre en Ted y hay ciertos tramos de comedia que se notan forzados y hasta poco chistosos.

Pero los pocos pecados de Ted no opacan su “pegada”. Esta grata sorpresa que nos llegó a principios de año es la enésima confirmación del “toque” de Seth MacFarlane y, de paso, confirma su crecimiento y maduración como escritor de series humorísticas. Quien otrora fuera un adalid de la comedia más atrevida, ahora prueba que se puede colar  una “píldora” de sentimiento entre esas groserías y vulgaridades que tanto nos gustan.

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