Sígueme para más consejos: «El ruido y la furia», rompecabezas de la destrucción

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Portada de la edición de Alfaguara de El ruido y la furia.

Eeeeexactamente: El ruido y la furia es cualquier cosa menos una novela simple.

Muchas sinopsis sobre este texto del estadounidense William Faulkner (1897-1962; galardonado con el Nobel de Literatura en 1949) coinciden en que el autor, mediante los puntos de vista de varios de sus integrantes (Benjamin, Quentin y Jason Compson), narra algo así como el derrumbe de una familia tradicionalista en el sur del país. Nada más cercano a la realidad, pero la degradación ocurre, al menos textualmente, de forma caótica, y asistimos a un puzzle que debemos ir armando mientras avanzamos.

En algún momento de la lectura podrías pensar, entre otras cuestiones, que:

  • la novela no vale la pena;
  • los personajes tienen problemas para identificar a uno de sus familiares;
  • a veces no hay comas donde debería;
  • no resisto ciertos saltos temporales;
  • a veces no hay puntos donde debería;
  • qué hago yo leyendo este bodrio cuando podría estar viendo, por ejemplo, el Noticiero.

Pero… estamos hablando de una de las mejores novelas norteamericanas de todos los tiempos (solo por eso debería merecer una oportunidad). Por otro lado, piensa ¿qué otras cosas tan importantes tienes que hacer en tu tiempo libre? («tiempo libre», ahora mismo, casi una repetición innecesaria de palabras).

Bueno, sin más rodeos, pasamos a la venta o, lo que es lo mismo, a ciertos parlamentos que quizás te motiven a dedicarle unas horas:

Uno puede percibir el mediodía. Me pregunto si hasta los mineros en las entrañas de la tierra. Para eso las sirenas: por los que sudan y encontrándose uno suficientemente lejos del sudor no se oyen las sirenas y en Boston uno se aleja del sudor en ocho minutos. Mi padre decía que un hombre es la suma de sus desgracias. Se puede creer que la desgracia acabará cansándose algún día, pero entonces tu desgracia es el tiempo dijo mi Padre.

***

morí el año pasado te lo dije pero entonces no sabía lo que quería decir no sabía qué estaba diciendo Algunos días a finales de Agosto son en casa como éste, el aire fino y anhelante como éste, habiendo en él algo triste y nostálgico y familiar. El hombre la suma de sus experiencias climáticas, dijo Padre. El hombre la suma de lo que te dé la gana. Un problema de propiedades impuras tediosamente arrastrado hacia una inmutable nada: jaquemate de polvo y deseo. Pero ahora sé que estoy muerta te lo aseguro.

***

«No me hables de la función. Cuando acabe con este balde estaré tan cansada que ni voy a poder moverme».

«Ya verás como acabas yendo», dijo Luster. «Seguro que estuviste anoche. Me juego algo a que todos estaréis allí para cuando abran la carpa».

«Ya habrá suficientes negros sin que esté yo. Como anoche».

«Pues el dinero de los negros vale tanto como el de los blancos».

«Los blancos dan dinero a los negros porque como los que vienen a tocar son blancos, vuelven a dejarles el dinero y así los negros tienen que seguir trabajando para ganar más».

***

Te lo entrego no para que recuerdes el tiempo, sino para que de vez en cuando lo olvides durante un instante y no agotes tus fuerzas intentando someterlo. Porque nunca se gana una batalla dijo. Ni siquiera se libran. El campo de batalla solamente revela al hombre su propia estupidez y desesperación, y la victoria es una ilusión de filósofos e imbéciles.

P.D. 1: Si resistes la primera parte, no paras hasta el final.

P.D. 2: Por suerte, en el cierre, Faulkner colocó un apéndice para aclarar algunas «malformaciones congénitas» (intenta leer la novela sin manipular ese fragmento, como si no existiera una Wikipedia en todas partes).

P.D. 3: Recuerda que puedes descargar el libro en nuestro canal en Telegram (@CubaLite).

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