Cuando se acercan eventos importantes, muchas personas van hacia las tiendas para adquirir esa prenda que la haga sentir especial, única, y luego resulta que en la fiesta se encuentran a una vestida igual y a otra con su mismo diseño, pero diferente color. Ninguna entiende nada, pues asumen que como su vestido carísimo Prada no habría otro igual. No imaginan, quizás, que esta y otras marcas siguen la línea de diseños prêt-à-porter.
Uno de los conceptos básicos que debe dominar todo principiante en el mundo de la moda es la diferencia entre una prenda de haute couture (alta costura) y otra identificada como prêt-à-porter (lista para usar): la exclusividad del diseño.
La explicación y la historia detrás de estas clasificaciones se remonta a los finales de la monarquía francesa, donde la diseñadora Rose Bertin tenía como su clienta más popular a la reina María Antonieta, cuyos vestidos eran una obra de arte y se comenzaron a identificar con el término haute couture.
Aunque el término se acuñó en Francia, el padre de la alta costura es el inglés Charles Frederick Worth, quien abrió el primer salón de modas de alta costura en París en el año 1858 y fue el encargado de formar la Cámara Sindical de la Alta Costura, institución que en la actualidad sigue regulando la moda y que desde 1945 planteó los requisitos que deben seguir todas las marcas o casas de moda que quieran llevar la etiqueta de haute couture.
Para que una marca o casa de moda sea considerada como de alta costura debe cumplir una serie de parámetros, entre ellos, sus piezas deben ser únicas, cosidas a mano (artesanía), hechas a medida para clientes exclusivos. Se debe prestar, además, mucha atención en los remates, a los tejidos (materiales de lujo), debe tener un taller con varios empleados a tiempo completo y cada temporada, la colección debe mostrar, como mínimo, cincuenta diseños originales.
En resumen, se acercan al significado de arte, pues un modelo es, en la mayoría de los casos, usado por una única persona en el mundo. Según las cifras, en 1946 existían 106 casas que trabajaban bajo estos parámetros y, en la actualidad, el número ronda los 10 (entre ellas Chanel, Christian Dior, Jean Paul Gaultier, Atelier Versace).
Se requiere, por ejemplo, del trabajo de seis personas para confeccionar un vestido de Versace y en la confección de un traje de bordados, como los de Chanel, se emplean 6000 horas (por eso esta marca requiere 120 costureras de planta). Estos factores encarecen la producción, otro dato que diferencia las prendas de un tipo u otro.
Entonces, ¿qué pasa con las personas que no pueden costearse una obra de arte, y aun así quieren lucir bien? Para ellas, el diseñador Pierre Cardin acuñó en la década de 1950 el término que más adelante fuera identificado por Yves Saint Laurent para tratar de democratizar la moda y que las prendas fueran adquiridas por un público más abierto.
En sus inicios no tuvo muy buena acogida por los diseñadores de la época, pues limitaba su trabajo. Ahora, a partir de un prototipo que se presenta a la red comercial, se escala el patrón en distintas tallas y se reproduce masivamente, hasta que llega a las tiendas con otros precios más asequibles y, eso sí, con la posibilidad de coincidir con otra persona que lleve la misma prenda.
La ropa Ready-to-Wear, como también se le conoce, está hecha de una manera industrial, con materiales más económicos y se producen tallas (S, M, L, etc), y en cuanto a los diseños, siguen las tendencias de cada temporada. Algunos de sus representantes son Prada, Gucci, Marc Jacobs y Calvin Klein y se caracterizan por tener sus prendas expuestas en tiendas de todo el mundo.
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