Oscar Valdés: «Nunca habrá otra orquesta como Irakere»

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Oscar Valdés. Foto tomada de Expresión Latina.

Oscar Valdés está sentado de frente al mar. Un tiro en el abdomen y otro en el hombro izquierdo. Años 60 del siglo pasado. El rastro de sangre puede seguirse hasta lo que es hoy el círculo social Gerardo Abreu Fontán. Allí eran enviados a recuperarse aquellos que sufrían heridas en la primera línea de fuego, mientras hacían frente a la contrarrevolución de la época.

Los que sobrevivían pasaban un buen tiempo en ese lugar antes de volver a la acción. Durante aquellos días, entre el calor del verano y la soledad impuesta, Oscar toma una decisión crucial. La música, ingrediente infaltable en su composición genética, ganó el pulso ante una posible vida de ordeno-y-mando. Dedicarse a otra cosa hubiera sido traicionarse.

Entonces, el aun joven Oscarito ya tenía currículum para pensar en dedicarse en serio al arte de los sonidos. Había pasado por las orquestas de Benny Moré, Rumbavana, la del Hotel Habana Libre y hasta por la Sinfónica Nacional.

Academia aparte, en la escuela de la calle había descubierto los tambores. Aprendió a fabricar los batá, arará y abacuá cuando era muchacho. Su primer maestro fue un señor de nombre Delfín.

“Un amigo de mi papá me llevó a conocerlo y cuando llegué a la primera lección me llevé tremenda sorpresa: el tipo me dio un martillo y una gubia y me dijo que para ser un buen batasero había que fabricar el tambor uno mismo, para saber cómo se forra y cómo se le da forma”. Profesores suyos fueron, además, “Pilili”, “Masacó” y Gustavo, entre otros.

“Más tarde me di cuenta de que ese ambiente no era el mejor. Ron, mujeres cantando y bailando, broncas y problemas. Un día me dije: ‘mi vida no es esta. Esto da negocio, pero metiéndolo en la música popular’. El resto es historia».

Termina en el Ejército y lo convocan para formar parte de la Orquesta Cubana de Música Moderna (OCMM), un proyecto que terminaría por marcar los años siguientes de su carrera. Allí se junta con su padre y con Roberto García en la percusión. En esa época se acerca a Dionisio Jesús Valdés Rodríguez, Chucho, a quien ya conocía de antes por mediación de su padre, el gran Bebo.

La idea de la ONMM era echar por tierra el mito —más que real— de que en Cuba no se podía tocar con demasiada libertad música norteamericana como el jazz, el blues o el rock and roll. Primero, estuvo a cargo de Armando Romeu, y luego con Rafael Somavilla y Manuel Duchesne Cuzán al frente. De ahí surgió lo que después se llamaría Irakere.

Una serie de virtuosos como Enrique Plá (batería), Arturo Sandoval, Jorge Varona (trompeta), Carlos Averhoff (saxo tenor) y Carlos del Puerto (bajo) confluyeron en la Orquesta, que ya a la altura de 1971 había perdido fuerza y era utilizada mayormente como grupo acompañante. Sin embargo, aquellos muchachones tenían muchas ideas de lo que querían hacer, y ninguna de ellas implicaba quedarse detrás de la acción.  

Un día, sentados afuera del Amadeo Roldán, esperando la hora del ensayo, Chucho y Oscar   empiezan a hablar acerca de lo que había en la escena de ese momento. El éxito de Van Van los animó a crear su propia orquesta de música popular, aunque lo cierto es que tuvieron que hacerla prácticamente de la nada, porque no tenían cantante, instrumentos. El resto fue convocar a otros jóvenes para comentarles la idea. Junto con lo de la música estaba el natural embullo de salir algún día de viaje al extranjero.

Mientras Irakere iba cocinándose, Chucho, Del Puerto y Oscar crearon un trío llamado Jazz Batá, con el que triunfaron en Polonia.

Los primeros ensayos de Irakere fueron en la cocina de la casa de la madre de Oscar, unida a su propia casa a través del patio. Con algunas cosas prestadas, en ese pequeño espacio la banda empezaría a crear lo que sería su primer álbum. Luego vendría el proceso de las grabaciones.

De una forma misteriosa —como tantas en este país— consiguieron grabar las maquetas de algunos temas, entre ellos la de su primer éxito, que como casi todas las cosas buenas, nació de casualidad, aunque hay quien prefiere decir que fue toda una jodedera.

“Estábamos escuchando lo que habíamos grabado, y a mí me dio por ponerme a imitar el tono de Los Compadres mientras hacía un coro a la par de la música. Se me ocurrió lo del Bacalao con pan, porque esa era una comida muy popular de la época en que existían los puestos de comida de los chinos. El problema fue que cuando Chucho y Carlos (Del Puerto) escucharon aquello, me dijeron que había que ponerle la voz, y que tenía que ser yo mismo. Hasta ese momento yo nunca en mi vida había cantado”.

“Estuve como tres semanas en eso, tratando de convencerme. Yo no quería hacer aquello, porque no es lo mismo tocar tus tambores que pararte a cantar delante de todo el mundo, con la gente mirándote, y menos si yo no tenía costumbre. Al final, me convencieron con la muela y arranqué yo con el bacalao”.

De esos años, historias hay para hacer varios libros.

De izquierda a derecha: Cachaíto, Paquito D’ Rivera, Enrique Plá, Oscar Valdés y Chucho Valdés. Foto tomada de El blog de Arsenio Rodríguez.

Oscar reconoce que en los inicios de la orquesta existía lo que él llama “un alto nivel alcohólico”. En una de tantas giras, recuerda una vez en la que hubo que poner de rodillas sobre el escenario al bajista.

“Todo el mundo diciendo: ‘ese bajista es un enfermo, ese tipo es un locoy lo que no sabían era que Carlos tenía una “nota” que no podía ni pararse. Y lo más cómico es que así, borracho y todo, tocaba a la perfección”.

Aunque durante su paso por Irakere, Oscar se convirtió en la figura protagónica sobre el escenario, confiesa que nunca ensayó para que eso sucediera.

“La improvisación me surgía sola. Es verdad que yo tuve estudios musicales, pero de canto, ninguno. Al principio me fatigaba mucho, porque no tenía técnica. Más adelante, cuando el grupo era popular, recibí algunas clases para aprender a controlar mejor la respiración y a usar el diafragma. El problema es que el cantante popular tiene una voz natural, por eso se cansa más, algo que no tiene comparación. Después de un concierto me pasaba casi un día entero durmiendo, porque además de cantar, tenía que bailar y hacer los coros”.

En medio del espectáculo, Oscar era un demonio entre las pailas, los bongós, los tambores batá y arará, y el chekeré. Con otro tambor colgado de la cintura iba tocando los demás instrumentos, generando un contagio colectivo entre el público, que difícilmente podía apartar la vista de semejante espectáculo.

“Yo me colgaba el tambor y tocaba así mismo, algo que luego me provocó un desvío en la columna. Ya de viejo me alumbré y me hice un atril, para no tener que cargar nada, pero creo que fue tarde”.

A pesar de que Chucho Valdés fue la mente maestra detrás de Irakere, el trabajo de Oscar en la rítmica de la agrupación tuvo una influencia masiva en la música popular de las siguientes décadas.

“Aquí nunca habrá otra orquesta como Irakere, ni nadie podrá llegar hasta donde llegó Irakere. Creo que la clave de aquel éxito fue que Chucho y yo separamos el trabajo en dos partes: él hacía los arreglos, y yo cogía después las partituras para darle forma a la percusión y al bajo. Creamos una mecánica increíble. De ahí surgió originalmente la timba”.

“Me acuerdo que un día cogí a un hermano mío que no era músico, y con una maceta le enseñé el ritmo que tenía que llevar con tres tumbadoras. Luego, le quité el cencerro a Plá de su batería y se lo adapté a un costado de la tumbadora. Puse el cencerro a tiempo, y a eso le sumé el tambor batá con un toque yesá. Esa fue la fórmula de lo que después todos empezaron a llamar timba”.

En la actualidad, reconoce el mérito de varias orquestas como Habana D’ Primera o Salsa Mayor, que suenan más originales, y en cuyos músicos se nota el talento en cada uno de los instrumentos. “El resto, casi todas suenan igual, y es muy difícil diferenciarlas”.

En Irakere trabajamos con músicos brillantes, como Paquito de Rivera o Carlos Emilio Morales, entre otros, pero además de eso, nos unía un sentimiento de hacer buena música. Actualmente, si un músico viene a verte para tocar contigo, lo primero que te pregunta es cuánto pagan y si hay viajes, o sea, que si quieres tener buenos músicos en tu grupo tienes que garantizarles montarse en el avión y tener dinero.

“El otro día mismo yo llamé a un trompeta para que tocara conmigo. Él estaba interesado porque aquí hacemos jazz y eso te da mayor libertad para hacer cosas. Cuando le dije del pago se puso pensativo, y me dijo que con la gente que él tocaba música campesina le pagaban un poco más. Además, no es secreto que es más fácil tocar algo básico, que fajarse con nosotros a improvisar y hacer mil cosas. En resumen, decidí ni volver a llamarlo”.

“En estos días te encuentras músicos que tienen tres y cuatro trabajos. Yo entiendo que la gente necesita comer, eso es verdad, pero al final se sacrifica la identidad del grupo. Nosotros en Irakere no dejábamos que nadie tocara con otra agrupación, porque había que cuidar el estilo por encima de todo”.

“Los músicos de hoy tienen una posibilidad que nosotros no tuvimos. Ellos han tenido más posibilidades de estudiar y salir convertidos en grandes profesionales de la escuela. La cosa está en que muchas veces salen tremendos instrumentistas y luego ves que están tocando con dos bongocitos y unas maracas en una paladar, y es porque ahí es donde está el billete”.

“La parte económica es un poco mejor en estos tiempos. Ahora tú viajas, haces un negocio de X cantidad, le das un por ciento a Cultura y lo demás es para ti. En nuestra época no había eso. Antes, el único dinero que te entraba, además del salario normal, eran las dietas que te daban para los viajes, dinero que cambiábamos cuando veníamos para Cuba y con eso resolvíamos las cosas”.

“En aquel momento nosotros nos estábamos pensando tanto en eso. La cosa era tocar bien por una cuestión de orgullo, no por lo que íbamos a ganar”.

A pesar de sus múltiples reconocimientos, a Oscar le duele mucho el olvido. Junto a Enrique Plá, es el único de los integrantes fundadores del grupo que sigue viviendo permanentemente en Cuba. Parece que a nadie le importan demasiado. Él mismo cuenta que solo dos personas de la Empresa de Música Popular: Vitico, el director, y otra compañera de nombre Lucía, le tienen en cuenta.

 “De aquí se han ido casi todos, pero yo nunca tuve el valor para irme de mi país. Nadie viene por aquí a saber de mí, ni del Ejército, ni de Cultura, ni de ningún lado. Ahora mismo estoy operado de la vista y como si no hubiera pasado nada”.

Varios días al mes alterna su trabajo entre el Jazz Café y La Zorra y el Cuervo con su grupo Diákara, donde su hija más pequeña es la cantante principal.  Oscar no se detiene.

“Yo no he dejado de hacer lo mío, pero lo que pasa es que ahora mismo si quieres estar pegado tienes que ir a la televisión y a la radio, y eso hay que pagarlo. Aunque nadie lo diga, ni hablen de eso, en este país hay que dar dinero y otras cosas para estar en el centro de la popularidad”

Hace poco tiempo fue invitado especial de La Colmena TV y también fue recibido como un huésped ilustre en La Banda Gigante.

“La Colmena fue una experiencia tremenda, con todos aquellos niños cayéndome arriba. Me sentí especial. Fue curioso, porque había algunos que me conocían a mí o al grupo, gracias a sus padres. Sin embargo, fue bonito ver también cómo otros muchachos que ni siquiera sabían cómo yo me llamaba, ni dónde había tocado, se interesaban por conocerme, y me hacían preguntas”.

“Ese día me sentía como si estuviera en una crisis, porque me estaba preparando para operarme de la vista, no veía casi nada, pero fui muy dispuesto para allá, me subí al escenario con las dos muchachitas y cantamos Rucu Rucu a Santa Clara. Es un recuerdo muy bonito”.

En su casa, Oscar tiene un santuario dedicado a la tumbadora. En la segunda planta, un cuarto completo está repleto de sus instrumentos y herramientas y equipos para grabar. Ahí da clases a cualquiera que desee aprender. Para los extranjeros hay diferentes tarifas; para los cubanos una sola: las lecciones son gratis, siempre y cuando se dediquen a eso como Dios manda.

Entre sus antiguos aprendices se cuentan el desaparecido Miguel “Angá” Díaz, integrante de Irakere y un verdadero genio de las tumbadoras.  También aparecen en la lista Elier Lazo y su hermano Yasiel —un aspirante a arquitecto que dejó los estudios para dedicarse a la música.

Las fotos de la familia ocupan, por encima de cualquier cosa, sitios de lujo. Ahí están las imágenes con la larga prole, llenas de alegría y de dolor. Tres de sus hijos ya no están, y eso, aunque él no lo diga, se le nota al hablar.

Varios de sus hijos y nietos han seguido el camino de Oscar. Tal vez el más célebre sea Oscarito, enorme baterista y percusionista fallecido hace algunos años. Igualmente, entre sus grandes alegrías está su hija más pequeña, Laiza, graduada de bajo y canto coral. En este momento ella es la solista de su grupo, y a decir de su padre y profesor, tiene un futuro prometedor en este mundo.

Además de un Grammy y varias distinciones, en su pequeño estudio Oscar guarda también el símbolo de un fracaso. Una trompeta vieja, inmaculada, en representación de uno de sus muchachos, quien decidió cambiarla por los bloques y el cemento del contingente “Blas Roca”.

De tantos escenarios que ha pisado, para él es difícil hablar de uno que lo haya impresionado más. Tiene bien grabado el momento en que llegaron a Estados Unidos. Allí fueron recibidos como dioses por “monstruos” como Chick Corea, Herbie Hancock y Dizzy Gillespie, quienes subieron al escenario a saludar y conocer a esa banda de “locos” cubanos que habían sacudido al mundo entero con su arte.

Durante su época de mayor gloria también recuerda cuando un magnate musical los invitó a su casa y en un aparte le ofreció la oportunidad de su vida.

“El tipo vino y me dijo que quería hablar conmigo algo serio. Bajamos al sótano de la casa, donde había unos carros de lujo. Yo, que siempre tuve mi lío con los autos y eso, me acuerdo que me enseñó un Mercedes-Benz último modelo, y me dijo que si me gustaba me lo podría llevar”.

“Luego me ofreció un millón de dólares anuales con tal de que me quedara a trabajar con él en su fábrica de instrumentos. Al principio me reí, pensando que era jodedera, pero el tipo seguía diciéndome aquello con cara seria. Al otro día fue a verme al hotel para decirme lo mismo. Yo le contesté que no me interesaba quedarme, pero le di un consejo que lo ayudó bastante: le dije que mandara a hacer cada parte de sus instrumentos por separado, y que en la fábrica sólo se dedicara a ensamblarlos. Años después seguimos comunicándonos, y yo a cualquier país que llegaba donde había una tienda de su marca, me llevaba lo que quisiera de piezas para ensamblar”.

Después de dos décadas de actividad, la salida de Irakere fue un momento que marcó su vida. Eran los años 90 y ya Chucho tenía la mente puesta en otras cosas. Oscar cree que influyeron también en esa decisión muchas personas que le metieron dentro la idea de que el conjunto, por ser de música popular, estaba sobrevalorado, y no merecía realmente los galardones que había obtenido.

“Un día Chucho habló conmigo y me dijo que él quería hacer un trabajo diferente, con otro estilo. Además, me dijo que no soportaba trabajar con fulano o mengano. Me mencionó varios nombres. Sentí que era el momento de irme porque, de alguna forma, pensé que yo también era de esa gente junto a la que él no quería seguir”.

Durante su tiempo en Irakere, Oscar se ocupó de la contabilidad del grupo, así como de mantener unido de una forma inexplicable a aquel “combo” tan diverso y complejo. Su forma de imponer la disciplina fue posiblemente lo que hizo que todo continuara. Hasta que no lo hizo.

“A falta de dos semanas para irnos para Europa, me senté con Chucho y le dije que se había acabado para mí. Recogí mis cosas y vine para mi casa. Seis meses después, los músicos volvieron a Cuba y cuando fueron a cobrar su salario, se enteraron de que les habían dado de baja a todos”.

En lo adelante vendría su cruzada personal con la música. Tras años haciendo lo suyo con Diákara, en 2010 grabó Leyenda Vida, álbum con el que ganó el Cubadisco. Así siguió su vida, sin dejar ni un solo momento de alimentar su pasión. Desprenderse de la música es algo que Oscar probablemente nunca podría hacer. Dice que, aunque no lo parezca, Radio Enciclopedia es su solución más frecuente.  

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