Honesta Lilly acababa de entrar por la otra puerta del establecimiento. Sentada al extremo de un mostrador donde sólo destacaba su lindo rostro moreno, estaba encantadora. La grasa acumulada por todo su cuerpo quedaba disimulada y casi oculta por la pulida madera de la barra. Ahora avanzando desde la puerta hacia ellos no había forma de ocultar su gordura. Se acercó todo lo precipitadamente que pudo, sin echar a correr, contoneándose, para ocupar el taburete que Thomas Hudson acababa de abandonar. Ello lo obligó a desplazarse un sitio más a la derecha y a ella le permitió ocultar el flanco izquierdo.
Ernest Hemingway, Islas en el Golfo
La historia entre Ernest Hemingway y la cubana Leopoldina Rodríguez, aunque duró cerca de una década, fue casi un secreto hasta el pasado año. En 2019 vio la luz, Hemingway desconocido, libro del periodista peruano Omar Zevallos en el que detalla esta relación.
Según BBC, fue “una pequeña fotografía enmarcada y colgada cerca de la cama que solía usar Ernest Hemingway en el hotel Ambos Mundos, en La Habana”, la que llamó la atención del investigador y a partir de ahí comenzó a indagar. Incluso, no fue la imagen en sí lo que llenó de curiosidad a Zevallos; para él lo especial de la instantánea es el modo en que el escritor norteamericano miraba “absorto” a una mujer mientras tomaban un daiquirí.
La foto, única que existe de la pareja, fue tomada por Fernando Campoamor. La dama de ojos enigmaticos era la cubana Leopoldina Rodríguez.
Tenía una linda sonrisa, unos maravillosos ojos oscuros y espléndido pelo negro. Cuando las canas empezaban a apuntar por la línea de la frente o la raya, Honesta Lilly pedía dinero a Thomas Hudson para teñírselo y cuando volvía de la peluquería estaba tan reluciente y parecía tan natural como el de una jovencita. Su piel era suave como el marfil de color aceituna, si es que hubiera marfil color aceituna, con un ligero tinte color de rosa. Mirándolo, Thomas Hudson recordaba el tono de un tronco de mahagua recién cortado, pulido y apenas encerado. En ninguna otra parte había visto aquel cutis algo verdoso y como difumado. Pero el mahagua no tenía el tinte rosado. Ese toque rosado no era más que el color de los polvos que usaba, pero resultaba tan suave como el de una joven china. Vio de lejos su rostro delicioso, mirándole desde el otro lado del bar cada vez más bello a medida que se acercaba. Se encontró junto a ella, y el cuerpo era enorme y el toque de rosa era artificial y nada tenía misterio. A pesar de lo cual, su rostro seguía siendo lindo.
Ernest Hemingway, Islas en el Golfo
De acuerdo con varias fuentes, Leopoldina era una prostituta “de lujo» en la década de los años 40 en La Habana. Había conocido a Hemingway en El Floridita, bar que ambos frecuentaban: ella para conseguir clientes, y él, fanático de su barra. En este local merodeaban otras mujeres para intentar sonsacar a algunos hombres que allí se reunían, pero Leopoldina era diferente.
De acuerdo con la publicación de BBC, su madre fue empleada doméstica en la casa de una poderosa familia. De ellos aprendió a leer, a escribir y también los buenos modales.
Hasta el momento de la investigación del peruano, se decía que esta mujer había sido una de tantas en la vida del escritor y ganador del premio Nobel de Literatura. Sin embargo, Leopoldina cautivó a Hemingway por su carácter y preparación. Zevallos habla de enamoramiento y utiliza la palabra «amor» para referirse al sentimiento entre ambos.
El peruano resalta el interés que prestaba la cubana hacia el trabajo del escritor norteamericano, que llevó a este a hacerla partícipe –algo que no pasaba ni con su esposa Mary Welsh– y le dio acceso a sus manuscritos. «Ella lo leía fervientemente, lo analizaba y era una mujer suficientemente inteligente para saber con quién estaba hablando. Y el hecho de que Hemingway la escuchara, quiere decir que la valoraba», declaró el periodista peruano a BBC Mundo.
Durante los diez años que duró el idilio, los encuentros se sucedían en un apartamento del edificio Astral, en La Habana, cuya renta pagaba el norteamericano. Estuvieron juntos desde 1940 hasta 1950, cuando la cubana fue diagnosticada de cáncer y luego falleció.
Para el escritor peruano, otra muestra del amor de Hemingway hacia Leopoldina fue su preocupación durante y después de la enfermedad. Costeó el tratamiento, el funeral y se encargó de que no faltaran flores en su tumba, hasta donde fue para dar el último adiós.
De momento echaremos un trago –dijo Henry–. Estoy seguro de que Lilly encontrará alguna amiguita. ¿Verdad que sí, encanto?
–Claro –dijo Honesta Lilly en español–
Ernest Hemingway, Islas en el Golfo
Corría el año 1956 y Ernest Hemingway, desde su Finca Vigía, en La Habana, trabaja en la novela Islas en el Golfo, que sería publicada póstumamente. En esta obra se habla de un personaje femenino, de nombre Lilliana, indistintamente llamada Honesta Lilly o Lilly. Este estaba inspirado en una mujer real y se asume, según las descripciones, que haya sido Leopoldina.
En los distintos fragmentos que hemos dejado por acá y otros tantos que aparecen en la obra, el parecido entre ambas –el personaje y la persona– son evidentes en cuanto al carácter, el físico y a otras cuestiones.
PD: Algunos comentan que Leopoldina llegó a predecir que Hemingway ganaría el premio Nobel.
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