Si voy por La Habana, enciendo la cámara como enciendo un cigarro; fumo, boto el cabo en una orilla donde la mala hierba nace debajo de los escombros. Miro los restos de las paredes, las pinturas primitivas…
Hago una foto, enciendo otro cigarro. Y así un rato más, hasta cansarme de fumar o hasta que me duelen los ojos. No me preocupo: cualquiera de estas paredes será ruina antes de que exploten mis pulmones.
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