Por estos días, lo más dinámico que he hecho después de las seis de la tarde es intentar predecir en qué casa pondrán la bandera que veremos todos cuando aplaudan a las nueve de la noche, y quién será la persona que gritará los “vivas” y los complementos afines que tú conoces y yo también. Ayer le tocó a una señora del edificio. “Vivas” demasiado previsibles, pero puso el tema de Buena Fe y otro que dice “eternos salvadores de alas blancas” o algo así. La del día anterior solo reprodujo el de Buena Fe. Punto para la del edificio, quien, además, quiso sacar una sábana para proyectar videos, pero no encontró la sábana o el proyector, aunque creo haberle escuchado que sólo tenía el del tema del Tosco, pero ese no le gustaba porque el Tosco era un chabacano desde sus tiempos de juventud, cuando rompía la Tropical.
Mañana aplaudiré por ella. Cuando aplaudo ‒casi nunca‒ lo hago pensando en alguien. Siempre desde mi cuarto. Ayer, por ejemplo, no sé por qué repasaba cosas tristes y aplaudí mirando dos afiches del Barça de Guardiola que están detrás de mi cama. De fondo se escuchaba viva esto, viva lo otro, viva aquello (hubo, incluso, un “viva” por un enfermero que no sabía que vivía en mi cuadra), mientras yo veía pasar las angustias de mis años madridistas mozos por las rodillas de Xavi, Iniesta, Messi y compañía, con música incidental de Buena Fe:
Iniesta metiéndola en el ángulo en la Champions de 2009 contra el Chelsea…
¿Qué estoy haciendo aquí?
Xavi dando vueltas en círculos para desahogar el mediocampo.
Amando este país como a mí mismo.
Messi haciendo lo de Messi.
No, qué va, no hay heroísmo.
Mourinho metiéndole el dedo en el ojo a Tito Vilanova en un Clásico.
Vine a darle un beso al mundo y nada más.
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