Estoy cayendo redondo en la cama. Las tres horas que duermo se me va el mundo, se desaparece, me muero. Y eso que en todo el día apenas me muevo: de la cama al baño, frente a la máquina hasta por la noche, y a la cama. Entregué aquel reportaje. Anteayer. Y me pareció magnífico. Así que ayer pasé la tarde entera viendo una serie cómica española, El Pueblo, que compré al azar en el puesto donde copian el Paquete. Ese lugar, por cierto, sigue abierto, lo que pasa es que ahora hay que quedarse en la acera. El hombre va hasta la reja, coge tu memoria, le dices lo que quieres y regresas como a la media hora a recogerla. En esa media hora, como había sol, me puse a caminar y llegué a una tienda. Había dos patrullas, como diez policías, gente histérica: estaban en la cola desde las 12 del día y a las cinco el administrador cerró la tienda y dejó a everybody en eso. La gente estaba a punto de entrarles a pedradas a los cristales. Qué divertido. Entré en el tumulto, me camuflé. Eran 50, fácil. Médicos, enfermeras y de todo. Dos policías bloqueaban la entrada a la tienda y los demás discutían, con sus argumentos de policías, con la gente de la cola. El cabecilla era un subteniente. Panzón y como de 50 años. No sé a qué coño aspira un subteniente que a los 50 años sabe que no va a ser ni capitán, a no ser que aspire a eso, a ir por la calle con el gas pimienta y la pistola en el cinto, a dar dos trompones de vez en cuando y quedar inmune. Hay gente así, cobarde. Cobarde y bruta. Este, además, era bocón. En un momento le propuso a un médico que, si quería que la tienda abriera hasta más tarde, trajera una camilla del hospital para que durmieran los tenderos. Y tan ancho. El médico le dijo que los médicos no tienen que hacer cola, y que él ya le había explicado eso cuando llegó a las cuatro, pero el subteniente dijo que la cola era pareja para todo el mundo y el médico acató. El subteniente le respondió a mí eso no me importa, vuelve mañana. El médico le dijo que mañana estaba de guardia, el subteniente dijo que mandara a otra gente. Y tan ancho. El médico se fue. Los policías tienen la razón siempre. Una mujer filmó todo con el móvil. Dijo que iba a poner una denuncia contra un policía que le alzó la voz, y que iba a hacer tanto escándalo que ese más nunca iba a ser policía. Otro subteniente con un dedo de frente explicó que el problema es que la guagua que transporta a los tenderos llega a las cinco de la tarde y por eso había que cerrar. Un hombre respondió que él alquilaba una guagua para llevar a los tenderos a cualquier hora, pero que por favor siguieran vendiendo porque había 50 personas ahí desde las 12 del día que necesitaban su atún y su aceite. El subteniente respondió que el hombre no tenía dinero para alquilar una guagua. El hombre le enseñó la billetera y el subteniente dijo que eso era especulación y que podía conducirlo. Más bulla, más escándalo. Pero ya había pasado media hora y tenía que recoger mi memoria. La serie El Pueblo, repito, está cómica. Me partí de la risa con un chiste. Estuve 15 minutos riéndome con mandíbula abierta y dolor abdominal, sin poder parar, porque repetía el chiste, que ni era tan bueno, y me daba todavía más risa. Me caí de la cama en esa gracia. Me despingué. Me dormí a la mitad del tercer capítulo y aquí de nuevo, frente a la máquina. Acabo este texto y voy a la tienda. Se acabó el aceite. Tengo que ir antes de las 12 del día, no sea que a las cinco me manden a traer una camilla de un hospital.
PD: Si quieres leer las entradas anteriores, puedes hacerlo aquí.
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