Se conoce como bigote al pelo que crece en la cara, pero entre el límite inferior de la nariz y el labio superior. Es de suponer que estos siempre estuvieron ahí y que, entonces, la moda sería no tenerlos. En la época del Neolítico empieza a usarse el rasurado con cuchillas de piedra. La historia recoge como una de las representaciones más antiguas de un hombre afeitado y con bigote al mayordomo Keti, en el tercer milenio antes de Cristo.
Más adelantados en el tiempo, los romanos empleaban a barberos para que se encargaran de los cuidados de esta área. Según la revista De Mostacho, la barba larga era signo de dejadez, mientras que en Muy Interesante relacionan el origen de la palabra bigote con una frase alemana que aludía a virilidad, masculinidad y arrogancia.
En el siglo pasado, cada década fue alternando su moda: en los años 30 muy poco bello facial -recuerda el bigote representativo de Adolf Hitler-; para los 60`s, los hippies volvieron a relanzar su uso. A fines de los 90 los hombres de negocio iban perfectamente rasurados y en la actualidad hay dos tendencias: metrosexual (marcado interés por el cuidado físico y personal) y lumbersexual (aparentemente desarreglado, con abundante vello facial y corporal)
En Cuba estas etapas se han vivido de una manera diferente. Hubo un tiempo y un lugar en el que estuvo prohibido usar bigote. Según Juan Blas Rodríguez, durante la época de la colonia, específicamente al inicio de la Guerra de los Diez Años, se aplicó una normativa que giraba en torno al uso distintivo e identitario del bigote.
El entonces recién nombrado Comandante militar de Santa Clara, el Coronel Villafranca, aprobó como primer acto de su gobierno una resolución que recogía sus preocupaciones y anunciaba:
“Resultando: que he visto con bastante extrañeza que los naturales de esta villa se permiten usar bigotes imitando a los hijos de España, que ostentan con orgullo esta característica de abnegación y valor.
Considerando: que está en mis deberes impedir confusiones fisonómicas que oculten a los desleales, laborantes, desafectos que, por otra parte, se han hecho indignos de usar el mostacho, demostrativo de la virilidad e hidalguía española.
Ordeno y Mando: que dentro de tres días siguientes a la publicación de este Bando, los habitantes deben estar rasurados, bajo pena de destierro o muerte; según el caso. De igual manera queda prohibido el uso de peras, conocidas por el vulgo con el nombre de chivo.”
Algunos encontraron la solución para evadir la justicia apuntándose al Cuerpo de Voluntarios, donde sí podían mantener esta seña; otros marcharon al campo insurrecto como mambises.
Cuando finalizó la guerra, con la intervención norteamericana y posterior implantación de la República, ya se habían olvidado las prohibiciones en torno al bigote y muchos hombres lo llevaban.
Sin embargo, de acuerdo con el cronista Ciro Bianchi, en La Habana de los inicios del pasado siglo hubo un hotel que causó furor, el ya desaparecido Miramar, ubicado en Malecón y Prado. En las intersecciones de estas calles se emplazó lo que llegó a constituir un sitio de lujo, el más caro de la ciudad. Fue el primero que prohibió a sus empleados tener bigote, y todo hombre o mujer que se desempeñara en la instalación, debía usar una redecilla en la cabeza.
Por esa época, se popularizó un coro:
“Cuando vayas a La Habana/ a cenar al Miramar/ verás a los dependientes/ sin bigote y delantal”.
Esta medida, entendible hasta cierto punto, venía ligada a la higiene y pulcritud del establecimiento hotelero y la manipulación de alimentos y bebidas.
Fuera de Cuba, existen otras leyes, absurdas si se quiere ver así, relacionadas con este tema:
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