Eurídice sueña una quimera y lucha por ella, pero no es suficiente… Eurídice no puede ser pianista y esposa a la vez.
Guida quiere una familia, pero la suya reniega de ella… A Guida le cambia la vida el discernimiento entre sangre y amor.
Río de Janeiro, Brasil, 1950. Las dos hijas de una familia inmigrante portuguesa de primera generación viven lo último de su adolescencia sin saber cuán rápido la adultez las condenará. En realidad, nacieron condenadas: Eurídice y Guida Guzmao son mujeres y pesa sobre ellas una cadena perpetua desde el útero, también condenado, de su madre.
Una separación (temporal), ocasionada por Guida, se vuelve irrevocable. A partir de entonces, ambas incompletas, pasarán la vida buscando a la otra, en un intento de hallarse también a sí mismas. Decir aquí el desenlace sería arruinar lo mejor de la película y, en realidad, tampoco es lo más importante.
La vida invisible de Eurídice Guzmao (Brasil, 2019) tiene un final estremecedor, pero el final es solo eso, el cierre a la altura de un filme en el que, afortunadamente, no hay que esperar a los últimos minutos para encontrar sentidos.
En poco más de dos horas y con un estilo narrativo que por momentos sabe a telenovela, el melodrama rompe en contenido con cualquier similitud formal que recuerde a una producción comercial: La vida invisible… es una película profundamente antisistema.
El leitmotiv de la cinta resulta la búsqueda infatigable de la mitad perdida, del miembro amputado, sin embargo, el ansia de reencuentro se desdobla en la conformación (y también la pérdida) de la propia identidad, en el precio de la independencia y en el costo de renunciar a ella.
Dos hermanas que se necesitan mutuamente son la excusa y, a la vez, la máxima expresión de la crueldad del sistema patriarcal; las vidas que llevan por separado, tan diferentes, al tiempo que regidas por la misma premisa, devienen la verdadera denuncia de la obra.
Y es que, si bien su director, Karim Ainouz, ha expresado que la película canta a la libertad, a la emancipación, lo hace desde el encierro y a veces asfixia.
Varias generaciones de mujeres confluyen en el largometraje brasileño, pero todas tienen algo en común: sus destinos han estado signados por los hombres. Los personajes, entonces, se antojan prototipos sociales. El ama de casa en la sombra, la prostituta en desgracia, la madre soltera y Eurídice, quien intenta compaginar su sueño con lo que se espera de ella, sin entender, hasta que es demasiado tarde, la imposibilidad de su propósito.
La violencia de género es tangencial a la historia: relaciones de poder al interior del matrimonio, imposibilidad de abortar –Brasil aún hoy tiene regulada la interrupción voluntaria del embarazo–, la maternidad como arma de doble filo: contención en un caso, marginación en otro… Y el sexo.
Solo alguna alusión positiva a los encuentros sexuales se realiza en la película, por lo demás, todas las escenas “eróticas” son catastróficas, torpes, ridículas, dolorosas. No hay erotismo en algún desnudo ni gracilidad en ningún movimiento, es sexo sin consenso, sexo sin acuerdos, sexo entre dueño y propiedad, sexo desequilibrado de cada manera posible.
La música exuberante, casi tercera protagonista del filme, acompaña magníficamente una historia llena de excesos: de color, de injusticia, de amor, de (des)esperanza.
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Eurídice quiere desaparecer, quiere tocar el piano para ya no estar, pero es imposible… Eurídice no puede ser libre.
Guida quiere volver, pero la libertad tiene un precio… A Guida la desaparecen.
Nota: Puedes verla el Jueves 12 a las 3 pm en el Yara
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