Eric Barone se graduó de Ingeniería Informática y no pudo encontrar un empleo relacionado con su carrera ¿Qué hacer ante esta situación? Aprovecharla para hacer un videojuego. Por cuatro años dedicó diez horas diarias a Stardew Valley (2016), y para sobrevivir, se mantenía con un empleo a medio tiempo. Un hombre orquesta (realizó las animaciones, los gráficos, el guion, y por supuesto, la programación del juego). Su ópera prima ¿El resultado? Un éxito de crítica y público. Su obra es un simulador de granja, con pinceladas de diferentes géneros y un mundo inmenso por explorar.
No se deje engañar con lo de simulador de granja. Estos juegos son ideales para disfrutar de una experiencia menos vertiginosa, más relajada; su idea no es acercarnos a la vida rural, más bien es regalarnos un espacio donde podamos jugar a nuestro ritmo, sin presiones, sin obligaciones. En Stardew Valley nuestro avatar puede cansarse o perder puntos de vida, pero no necesita alimentarse para vivir; si no lo deseamos, ni siquiera es necesario cultivar la granja. Puede ser incluso una experiencia contemplativa gracias al pixel art de dieciséis bits empleado para crear un universo con un nivel de detalle impresionante, ya sea el mar, las casas de los habitantes del pueblo, la torre del mago y su interior, los ríos y paisajes, los cambios de colores según la estación del año. Hay una belleza intrínseca en cada pantalla y un cuidado extremo en los decorados. A partir de las habitaciones de cada uno de los NPC nos es posible conocer sus gustos, preferencias y crear un pequeño perfil a partir de estos.
Además de cosechar en nuestra granja, criar animales, convertir los frutos y vegetales en conservas, jugos o vinos, crear queso y mayonesa, podemos investigar muchísimos espacios. Tenemos una mina abandonada que funciona como calabozo donde nos enfrentamos a distintos monstruos y recolectamos materiales para crear nuevos objetos o construcciones. Hay ríos, mares y lagos con una gran variedad de peces, donde nuestra pesca puede cambiar a partir de la estación del año, la hora del día o las condiciones meteorológicas. En el pueblo existe un museo donde todos los objetos fueron robados por el anterior encargado, y si lo deseamos, es nuestra labor nutrir una nueva colección. Gracias a programas televisivos o a nuestras relaciones con los vecinos, podemos cocinar una buena cantidad de platos que además de aportarnos energía, nos aumentan las diferentes habilidades del personaje por un tiempo limitado. Sí, el juego bebe de diferentes estilos y géneros para crear un espacio temporal donde atraparnos con su fina selección de mecánicas.
El eje principal de la historia gira alrededor del conflicto entre una trasnacional, JoJa Corporation, y la vida del pueblo, trastocada tras la llegada de esta y su modelo económico. Nos toca elegir si ayudamos a esta compañía a terminar de imponerse o si recuperamos el espíritu de Pelican Town a través de su centro comunitario, prácticamente destruido, pero que podemos restaurar gracias a unas criaturas mágicas del bosque. Y, en una opinión muy personal, el otro gancho narrativo son las historias de los habitantes. Cada uno de ellos está construido desde una perspectiva humana, con conflictos, dramas, traumas o incapacidades. Son adultos, incluso los más jóvenes y, les guste o no, deben lidiar con sus problemas, y con ese movimiento el juego intenta mostrarnos una realidad: a pesar de estar en un pequeño mundo donde podríamos evadirnos de todo, debemos aprender a lidiar con la realidad, sin importar cuán desagradable sea.
Una de las mayores virtudes de Stardew Valley es su desarrollo progresivo. Incluso cuando tenemos las mejores tecnologías y empleamos menos tiempo en el cuidado de la granja, no sentimos como si hubiésemos superado por completo esa etapa del juego; su creador se encargó de no hacernos sentir demasiado poderosos, más bien nos regala tiempo, pero nunca un sistema donde nos sentimos omnipotentes. Cada fase tiene un ritmo lento, y una vez superada, encontramos nuevas aventuras o historias donde emplear nuestras horas. Además, el universo de Stardew Valley está lleno de secretos, premios ocultos, pequeños momentos hechos con el único objetivo de robarnos el aliento, ya sea a través de sus festivales y danzas, o al avanzar en la historia de alguno de sus habitantes. Son muchas las pequeñas gratificaciones a medida que nos adentramos en su mundo.
Este juego está hecho con mimo y amor, y ese amor podemos sentirlo desde el primer momento con su declaración de principios: no podemos dejarnos agobiar por la vida en la ciudad. Y para nada es una lucha entre lo urbano y lo rural, más bien es una defensa de una vida más pausada, más contemplativa, una suerte de alegato frente al sistema que intenta despojarnos de nuestra individualidad.
Es difícil de explicar la armonía de la obra de Barone; hay una sensación de que todo está en su sitio: cada diálogo, cada objeto, cada píxel. Así es muy fácil enamorarse. Y ese balance entre diferentes estilos y mecánicas ayudan mucho a no hartarnos, siempre podemos cambiar de actividad. Y quizás ese sea uno de los mayores logros de Stardew Valley, invitarnos dentro del mismo juego a desarrollar diferentes actividades y no agobiarnos al realizar lo mismo una y otra vez. Haz lo que debes hacer, pero no dejes de hacer lo que disfrutas.
P.D: No te pierdas las entregas anteriores de #chekpoint. Puedes leerlas aquí.
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