Nuclear Throne (2015, Vlambeer), estuvo en Early Access por dos años. Y durante esos dos años sus creadores publicaron diferentes actualizaciones cada 15 días; así, a través de la interacción con los usuarios y escuchando las opiniones de sus fans, crearon un juego que se perfeccionó con el tiempo. También utilizaban la plataforma Twitch para explicar cómo era el proceso de creación y desarrollo, cómo debían programar cada detalle (como las colisiones con las balas). Muchas de las dinámicas de la aplicación cambiaron debido a ese feedback y podemos afirmar que Nuclear Throne es una joya gracias a ese proceso creativo entre desarrolladores y jugadores. Su espectacular acabado también se debe en parte este estilo de trabajo y a no tener una fecha límite para terminarlo. Con respecto a los cambios, alguien que lo juegue por primera vez no los notará, pero, por ejemplo, yo lo jugué por primera vez en la actualización sesenta y pico. Ahí me enamoré de Chicken, un avatar que comenzaba con una espada como única arma y su poder era ralentizar el tiempo por unos segundos. Esto facilitaba muchísimo la supervivencia con este personaje, por lo que en la versión final a mi querido espadachín le fue asignada una nueva habilidad única: lanzar armas a los enemigos.
La historia se centra en un grupo de mutantes (algunos disponibles desde el inicio, otros los desbloqueamos al avanzar) que han sobrevivido en un mundo postapocalíptico. Cada uno de ellos tiene una habilidad especial y características diferentes. Crystal tiene más puntos de vida y puede generar un escudo por pocos segundos. Melting apenas tiene puntos de vida, pero puede provocar explosiones a partir de los cadáveres que genere y obtiene más experiencia al asesinar enemigos. Steroids puede disparar dos armas al unísono, pero con poca puntería. Si tomamos de ejemplos estos tres personajes, con cada uno de ellos necesitamos desarrollar un estilo diferente: Crystal permite tomar riesgos gracias a su escudo y puntos de vida extra; Melt nos obliga a ser precavidos y un poco más estratégicos; y Steroids nos invita a un juego más dinámico y alocado, pues al poder disparar dos armas, los tiempos de carga entre una y otra se ven reducidos. Con esto, los creadores de Nuclear Throne nos proponen diferentes tipos de partidas, huirle a lo repetitivo, aunque el espíritu de su videojuego sea el mismo de cualquier otro roguelite como Spelunky HD (2008, Derek Yu) o Caveblazers (2017, Deadpan Games); además, la variedad de personajes también busca complacer a los diferentes tipos de jugadores. En mi caso, Chicken es uno de mis favoritos porque comienza con un arma de cuerpo a cuerpo, y me permite jugar de forma caótica y extrema.
El objetivo es llegar al trono nuclear. Comenzamos en un desierto y avanzamos por diferentes áreas donde los enemigos cambian y aumentan en dificultad y cantidad a medida que avanzamos. Las balas casi siempre son las mismas, unas esferas del mismo tamaño del avatar. Sí, Nuclear Throne además de ser un roguelike, es un bullet hell (juego donde casi toda la pantalla es ocupada por balas enemigas), y cada nivel es creado a través de generación procedural. En otras palabras, este es un videojuego de reflejos, donde la toma rápida de decisiones es uno de los factores más importantes. Donde único podemos aprender (y utilizar a nuestro favor) un patrón de ataque es con los jefes de nivel.
Por el camino debemos derrotar a todos los enemigos en pantalla para avanzar a la siguiente a través de un portal que solo se genera cuando somos el último individuo en pie. Cada enemigo deja caer una suerte de cápsulas de plutonio, o material radiactivo, y cuando acumulamos una cantidad determinada, podemos elegir una mutación, un nuevo poder que nos permitirá mejorar nuestro avatar. Con estas mutaciones, Nuclear Throne intenta una vez más evitar ser repetitivo y le permitir a sus jugadores trazar una estrategia o plan de cómo deberá ser su partida. A la hora de evolucionar, podemos escoger entre cuatro opciones. Esto nos deja un poco a merced de la suerte, a veces ninguna de las mutaciones que nos muestran son las que deseamos, y esto nos obliga a improvisar y cambiar quizás la idea que teníamos de la partida en curso. Varias mutaciones están relacionadas con la municiones, puntería o tiempos de recarga de las armas; estas nos permiten crear un perfil más cauteloso, que apuesta por resolver los conflictos sin arriesgar mucho, desde cierta distancia. Otras, aumentan los puntos de vida, o están relacionadas con la regeneración, lo cual permite ser un poco más arriesgados e intentar solucionar cada nivel lo más rápido posible. Incluso puede hacerse una combinación de ambos estilos o perfeccionar a uno de los personajes.
Unos párrafos atrás mencionaba que los enemigos eran más difíciles al avanzar, lo cual puede parecer una obviedad. El tema de la dificultad está dado por el aumento de la cantidad de puntos de vida de cada uno. Las armas iniciales ya no serán tan útiles, debemos cambiarlas. Las más potentes solo aparecen cuando las necesitamos, en otras palabras, cuando los enemigos parecen inmortales. A veces la suerte no nos acompaña y nos vemos obligados a defendernos con las iniciales. Esta mala suerte, unida a la posibilidad de iniciar el nivel en una zona sin refugio, con diez o quince enemigos disparándonos, dan la sensación de que Nuclear Throne no es justo; ellos lo saben, en una de las pantallas de cargas, nos lo dicen, “it’s not fair, it’s not right”. No importa, la frustración por perder dura poco. Nuclear Throne parece sencillo, y en toda su dificultad infernal, nos regala pequeñas sonrisas, y la gratificación por ganar un nivel es muy superior a la rabia de la derrota, quizás por eso sea tan adictivo.
La maravillosa jugabilidad y el diseño de niveles no son los únicos motivos para alabar Nuclear Throne. Su banda sonora es perfecta. Sincroniza las sensaciones del jugador con lo que ocurre en pantalla; si sientes temor al llegar a un nivel avanzado y oscuro, suena un suspenso; si perdiste y vuelves a empezar, una tonadilla combativa; ¿jefe de nivel? Histeria y adrenalina; ¿estás en un desierto? Una armónica de fondo. Y la animación también es otro de sus puntos más altos; más allá de ser pixel art, cada frame, cada movimiento de los avatares o enemigos, todo es orgánico. Hay una belleza en ese estilo retro, mucho más cuando está hecho con sumo cuidado y amor.
Nuclear Throne es un juego eterno, nunca hay un cierre. Da igual si derrotamos a los diferentes jefes finales, siempre volvemos al desierto donde todo empezó, esta vez con la dificultad multiplicada. Un homenaje a los arcade donde podías pasar horas jugando o mirando, pero siempre, ganaras o perdieras, nos invitaba con un nuevo “Ready Player One”. Nuclear Throne es uno de esos videojuegos, da igual si ganas o pierdes, lo importante es jugar una partida más.
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