Canción de Flow y Fuego: Capítulo X (Ojos que no ven, reguetón que no siente)

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Recapitulemos: sobre el trono vacío yace la corona sin dueño. En la larga era de republicanismo y democracia repartera, muchos han intentado sin mucho éxito hacerse con el poder absoluto. Alguno ha plantado sus glúteos apenas unos segundos antes de ser suplantado por otro usurpador que ha de correr igual suerte. La corona es demasiado grande para ceñirse en testas estrechas. El reparto es entonces un género acéfalo, a pesar de que muestre como fachada la metáfora de una hidra.

En la generación de la Guerra ya no había esperanzas de encontrar un nuevo monarca. Estaban desgastados, cansados, viejos y, hasta cierto punto, repetitivos en sus estrategias. Si había de surgir un nuevo rey que rompiera la calma del consenso (recordemos que el conflicto es consustancial al reparto), no podía ser uno que cargase con los traumas de un pasado beligerante. Era preciso que surgiese de esa nueva generación de la posguerra o que, por lo menos, hubiese tenido la astucia suficiente para no haber participado en ella. Nuevamente, el candidato al que apuntaban todas las probabilidades era el Chacal, pero este, curiosamente, no deseaba tanto poder. En el fragmento inicial de la misiva que escribiera a uno de sus grandes amigos, Yakarta, creo que encontramos respuesta a su negativa:

“Hermano del alma, o sea, consorte:

Redacto esta talla porque sé que has de cuestionarte aquello que todos se preguntan ¿Por qué no asumo de una vez este privilegio que, si bien no me viene de abolengo, me lo he ganado por mis santos timbales y mi fulaldad? Debes saber que he estado tentado a hacerlo, incluso, que en algún momento lo hice, pero no sirvió. Brother, te confieso que me sentí como Pancho Villa al bajar del norte de México y ocupar la silla presidencial. Para que entiendas: el trono me resultó incómodo. Así que seguiré en lo mío, comiendo picadillo, pero contento…”

Con el Chacal definitivamente fuera de juego –de la lucha de poder, digo–, dos viejos secesionistas unieron fuerzas para intentar instaurarse como monarcas. Por supuesto que hablamos de El Taiger (entonces El Príncipe) y Damián. Si en algún momento estos guerreros pretendieron compartir la hegemonía repartera entre cuatro, no les fue difícil ceder uno con el otro a la hora de plantearse dividirla entre dos. Y lo hubiesen logrado si desde el principio su objetivo no estuviese condenado al fracaso por las rencillas y las diferencias entre ambos. Basta recordar que se hicieron llamar Los Desiguales.

De esta coalición, sin embargo, es necesario estudiar a fondo aspectos que van más allá del flow y la lírica. A fin de cuentas, su música no era nada nueva; algo que dejaría bien claro Stephen King en terrorífico ensayo sobre el reparto, El ritmo maldito: “Los Desiguales eran a la música lo que yo a la literatura. Como mismo percibo cualquier animal, vegetal o mineral y me basta simplemente volverlo un asesino para sacar una novela, los Desiguales percibían cualquier situación cotidiana y la convertían en una canción”.  O sea, lo interesante de este grupo no era cómo se oía, sino cómo se veía. Con ellos nació la estrategia militar del fashiotón.

El fashiotón debe más al sentido de la vista que a la audición, por más que sus detractores afirmen que lo peor de este subgénero era que ya no solo les sangraban los oídos. El Príncipe y Damián impusieron una moda en el vestir y el peinar que marcó pauta. Se hicieron de un ejército de seguidores y tuvieron la genial idea de uniformar a estas hordas, de estilizarlas a su imagen y semejanza. En su lucha por el trono, Los Desiguales fueron apoyados por su popular “escuadrón Gucci”, bersekers de la moda, cosacos de las marcas italianas made in China, puros protodurakos que cegaban con las lentejuelas pegadas a sus camisetas y el falso dorado de sus carteras. Estos soldados se sentían fuertes y amaban a sus líderes por sobre todas las cosas. Ya lo había dicho El Taiger: “Ponte a pensar, si no existiera, nadie tuviera el pelo a mi manera, como yo nadie se vistiera ¿quién sería el líder de la nueva era?”.

En estas últimas palabras de El Taiger se advierten pequeñas insinuaciones o tendencias a un caudillismo incompatible con el formato de dúo, cosa que molestó a su compañero de lucha. La molestia, en un principio, fue poca, pero pronto las declaraciones de El Taiger subirían cada vez más de tono. Damián, finalmente, no pudo soportar que su amigo se regodeara diciendo “Como yo no hay dos”. Testimonios de quienes presenciaron el momento de ruptura narran que Damián se marchó enojado mientras su ex camarada intentaba hacerle notar que no había expresado nada errado. “Claro que soy único, Damián. ¿No es que éramos desiguales?”, decía.

El fashiotón hubiese muerto prematuro de no ser por otro par de reparteros (secesionistas también) que decidieron continuar la joven tradición del reparto visual: Yomil y El Dany. Este dúo logró posicionarse como no lo lograron Los Desiguales en la lucha por el trono, aunque, en verdad, nunca tuvieron oportunidad de realmente portar la corona. Los pretendientes más sonados habían olvidado parte de la profecía más antigua del reino: los reparteros serían sometidos por un marginado entre ellos; solo un outsider podría gobernarlos a todos.

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