A mí, que hace algunos años ya no me preocupa mucho el inicio del curso escolar, el segundo día siempre me pareció más difícil que el primero. A este último se llega con la emoción de lo inaugural. Las cosas nuevas -entiéndase libros, libretas y demás accesorios y complementos-, los reencuentros -amigos, profesores, aulas-, las historias de lo vivido y las expectativas de lo que vendrá; todo confluye en ese primer momento.
Sin embargo, en la segunda jornada, ya ese entusiasmo se pasó. Empieza a chocar la idea de volver a lo mismo. La rutina de despertar temprano cada mañana -algo que, si lo piensas bien, te acompañará para siempre- y la añoranza por no tener nada que hacer, como en los dos meses anteriores.
En ciertos casos, en la fecha que se elige para el comienzo de las clases, no se hace prácticamente nada. Es, digamos, casi festiva. Al segundo toca seguir la planificación, los horarios, las asignaturas. Debido a ello, es preciso preparar libros y cuadernos. Para los más pequeños, los padres se deben implicar en las labores de forrar, pegar, arreglar; otros alumnos mayores, deben conseguir, al menos, una libreta para anotar eso que consideren “contenidos importantes”.
Vuelve a amanecer, llegas a la escuela y ya se te agotaron los cuentos de las vacaciones y enseñaste todos los lápices nuevos. Es ahí cuando ocurre el verdadero inicio y te predispones más, pues se acerca a lo que será la realidad del resto del curso. Te prepara, en cierta medida, para lo que vendrá en los próximos tiempos.
El primero te levantas con la emoción de llegar a conocer el nuevo local –para aquellos que cambian de centro, de nivel de enseñanza o dentro de la misma institución y tienen la suerte de variar-. A la mañana siguiente, cuando ya conoces el aula y las paredes te parecen familiares, es más difícil salir de la pereza de la cama.
Alguien, supongo, debe haber publicado en algún sitio un estudio cuyos resultados parecen estar hechos a la medida de las necesidades de este texto: el porcentaje de tardanzas quizás aumente casi el doble el segundo día del curso escolar.
En época de selfies y teléfonos móviles inteligentes con cámaras de muchos megapíxeles, en la inauguración todo el mundo fotografía a los estudiantes y sus nuevos uniformes. Lo más triste: dentro de 24 horas, el uniforme seguirá siendo el mismo y ya a nadie le parecerá cool la raya de tu peinado.
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