Sin miedo, a ninguno de ustedes le sucederá ninguna de las siguientes versiones. Tampoco lo sabrán. Es muy probable que no hayan visto la película de la que se hablará en este texto…
- Susan (Amy Adams), pelirroja, marchante de arte con éxito, vive una casa en las colinas de Hollywood, digamos. Una de esas casas con lagos y perros artificiales, de esos inflados al vacío, que Jeff Koons produce en serie. Tiene un esposo que se dedica también al arte, y usa trajes de cinco mil dólares para tardear. Es un tipo bellísimo, casi griego, seguramente campeón de remo en la universidad. No importa, igual ya no quiere a Susan, aunque tengan una casa grande y un perro inflable en el jardín y una vida como de fotografía de Navidad. Una mañana, Susan recibe un libro, el manuscrito de su primer esposo, un tipo a quien abandonó casi veinte años atrás por ser pobre dos veces: por nacimiento y porque su sueño era ser escritor. Un simple, innombrado Edward Sheffield (Jake Gyllenhaal) …
- El libro, es decir, la novela, se llama Animales Nocturnos. Y es un relato texano, duro, incómodo como el polvo dentro de las botas; algo a lo McCarthy. En el relato hay una familia: un Tony Hastings (Jake Gyllenhaal otra vez), pobre profesor, su esposa pelirroja y su hija, pelirroja adolescente. Van por la carretera, hacia alguna parte a donde, sabemos, no llegarán. Por el camino aparece un tal Ray Marcus (Aaron Taylor-Johnson), midnight cowboy, chico duro texano: uñas largas, bigote para la espuma, tabaco masticado… En lo siguiente: golpes a Hastings; consecuente violación de su mujer y su hija (incluye desgarramientos); asfixia y golpe contundente en el cráneo respectivamente. En el libro (que es la película), ellas mueren; ellas, tan pelirrojas y parecidas a Susan y su hija en la vida real…
- Edward Sheffield y Susan en el reencuentro: una mesa en un restaurante de Nueva York, recordando sus tardes soleadas a los quince años, cuando se profanaron. Cuatro años después, entonces, Edward dice que quiere ser escritor, aunque apenas escribe; Susan es una mujer que ha perdido el rumbo tan joven y solo quiere ir por ahí, con su pelo rojo, con su amor por el arte y sus idilios de pobreza dentro de su porte burgués. Al final, ellos se casan y se separan luego, cuando ella le dice al esposo que sus cuentos son malos, cuando ella se empata con un tipo bellísimo, casi griego, seguramente campeón de remo en la universidad. Y para que no le reste nada del pobre aspirante a escritor frustrado, aborta al hijo de ambos.
Diecinueve años después, en el presente de Susan, Edward le envía el original de su primer libro, inspirado, en parte, en la historia de ambos. Eso es Nocturnal Animals (2016), la película no perfecta, pero sí única, que nos regaló el director de cine, Tom Ford.
Este filme es una trenza de 1 h y 56 min. Una historia dentro de otra historia enlazada a un pecado original; un depurado ejercicio de metaficción. Lo mejor de ver es la puesta artística, el cuidado de los elementos estéticos. Tom Ford quiso establecer su visión del arte cinematográfico, su universo particular en apenas su segundo largometraje. Lo consigue, más que lo esperado, y deja un sabor agradable, diferente a la producción serializada hollywoodense. Se agradece.
A quienes conozcan un poco más de cine, digamos, a nivel premium, les doy una esquela: cuando vean la película, fíjense en las transiciones temporales donde se produce el salto entre las historias. Y en una cadena en el cuello, un gorrión muerto; el fuego…
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Tom Ford: texano, gay, diseñador de modas, sobre todo esto. Si buscas en Google: “tom ford perfume”, “tom ford loción hombre”. Encontrarás eso y fechas de sus colecciones y un cartel de sus dos películas. Pero uno sabe antes, o luego, que Ford es, en todas sus versiones, un hombre inteligente. Lo demostró cuando fue Director Creativo de Gucci y levantó a esa marca de las cenizas y cuando filmó su ópera prima, A Single Man (2009) y llevó a Colin Firth a ganar la Copa Volpi en Venecia y a competir por el Oscar. Podemos suponer que dirigir modelos, sus egos, es muy parecido a dirigir actores. Si hay un hombre donde el cine y la moda se unen, en estética y ambición, ese es Tom Ford.
Ya veremos qué nos traerá en el futuro.
Aaron Taylor-Johnson: es inglés. No tiene una lista de éxitos, pero es un actor con unas maneras que recuerdan a la escuela shakesperiana —esas facciones y poses—, algo así como Joseph Fiennes en sus días de gloria. Taylor-Johnson sorprende en Nocturnal Animals (le valió un Globo de Oro). Es abusivo, sicópata; un tipo de pelo largo que caga a la intemperie. Lo odiamos al instante. Sin fisuras. Lo mejor del reparto.
Jake Gyllenhaal: Todavía le queremos por Brokeback Mountain (2005). Desde Demolition (2015), donde alcanzó la categoría de actor Senior, siempre parece el hombre más triste del mundo. En el film que analizamos, lo es por partida doble.
Amy Adams: No sé ustedes… Yo es verle los ojos y meterme en la playa: sol tenue, gaviotas. Si me concentro en su pelo, desayuno en la cama: galletas y leche, algo con olor a coco… Amy siempre lo hace bien. Apenas falla y menos en esas ocasiones donde tiene que parecerse a ella dos veces para ser otra. Los del Oscar también la aman. Por eso le han negado el premio seis veces, para seguir viéndola.
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