El Vedado alguna vez fue monte. Hoy es una de las barriadas más famosas de Cuba, punto de referencia de la majestuosidad habanera y bandera de la sofisticación, casi obligada, para los que allí nacieron.
Pero, realmente, ¿cuánto sabemos de este territorio?
En los tiempos de La Habana española, cuando los relojes marcaban las 9 de la noche y los cañones del Morro el cierre de las puertas de la Villa, estaba prohibido construir al oeste de la franja amurallada, donde crecía un bosque de caobas y robles, cerca de la costa. De ahí el nombre de Monte Vedado.
Fue en vano la prescripción del Acta de Cabildo. Pronto comenzaron a llegar pescadores, soldados, constructores, esclavos, contrabandistas; todo tipo de persona aventurada, con ánimos de aprovechar las facilidades del territorio, casi virgen, casi selvático y hosco. Aquellos, considerados marginados, terminaban a un lado de la ciudad extramuros, apenas controlada. La zona, hecha de caseríos y chozas de tránsito donde descansaban los trabajadores de las canteras, décadas posteriores sería el asentamiento de burgueses e intelectuales.
No puede hablarse con claridad de un territorio específico. En esa época no existían límites geográficos o de superficies. Según el libro Cuba en la Mano, de 1940, la localidad capitalina comenzaba “en el paseo Isabel II (hoy, Paseo del Prado) siguiendo por el litoral marítimo hasta la calzada de Belascoaín, llegando hasta el Río Almendares o Chorrera”.
A Francisco Frías y Jacott, Conde de Pozos Dulces, se le atribuye la fundación de la barriada. El Ayuntamiento de La Habana acepta la parcelación de su finca El Vedado en 1859, que cubría el espacio de 29 manzanas. Un año antes ya se había certificado la división de El Carmelo, propiedad de José Domingo Trigo y Juan Espino, de 105 manzanas.
Se dice que Frías y Jacott, agrónomo e ilustrado político, mantuvo el nombre de El Vedado por tener un matiz laico, lo cual correspondía a su estatus de masón. Incluso en el texto Hacia una antropología urbana cubana: comunidades metropolitanas, se explica que los planos del reparto fueron aprobados solamente luego de incluir un espacio para el culto católico.
La división de estas dos propiedades determinó el surgimiento del entorno vedadeño. Antes de la omnipresencia del topónimo Vedado, el área que hoy conocemos como tal, comprendía los repartos El Carmelo, El Vedado y Medina. Con el tiempo, fueron fusionándose, y cuando todavía eran representados en los planos de la ciudad, ya la población los reconocía por un único nombre.
Si estas áreas son tan parecidas entre sí, tanto que se convirtieron en una sin notarlo, es porque los dos primeros repartos fueron diseñados por el mismo arquitecto: Luis Yboleon Bosquet, quien creó una estética urbanística que años más tarde se tuvo en cuenta para la construcción del barrio Medina.
Un fragmento de la novela La Habana para un infante difunto, de Guillermo Cabrera Infante ilustra algunos rasgos:
“Regresábamos siempre a través del bosque a orillas del Almendares para salir a El Vedado con sus ricas mansiones (los rascacielos estaban confinados en La Habana propia y ya los había visto en el mes que viví allá: su verticalidad me dio vértigo invertido) y las avenidas interminables, rectas, abiertas, tan diferentes de las calles sinuosas de La Habana Vieja”.
El informe de la Comisión de Historia, Ornato y Urbanismo de 1936 (recogido en el quinto cuaderno de Historia Habanera), establece un conjunto de Bases Generales para regular la nomenclatura de las calles. Una de ellas decía: “se conservará en los barrios de El Vedado, Medina, Carmelo y sus ampliaciones el sistema de números y letras”.
Desde Paseo hasta el Río Almendares (El Carmelo) las calles que terminan en el litoral son representadas con números pares (desde 2 a 26), y las que son paralelas se distinguen con números impares (desde 1ra hasta la 15, siete cuadras más arriba). Mientras, al otro lado de Paseo, hacia el noreste (segmento del antiguo Vedado) se extienden las mismas calles de cifras impares y sus perpendiculares están señaladas por letras (de la A a la G).
Una característica peculiar de la infraestructura vial de estos repartos es que al trazarse desde las lomas hacia el mar, sus respectivas perpendiculares permiten la circulación de los vientos alisios, lo que ayuda a mantenerlas limpias.
En dirección a la costa norte de la Isla, apunta G, calle bifurcada en dos por un parque fragmentado en cuadras que ha sido sitio de tribus urbanas. La ruta fue bautizada “Avenida de los presidentes” por la propia población luego de colocarse un monumento en honor al primer gobernante de la República, Tomás Estrada Palma.
La asignación popular terminó convenciendo y bautizó el mencionado tramo. Desde inicios del siglo XX, se pretendió erigir a lo largo del parque y en orden ascendente – de la costa hacia el final de G- , una secuencia de estatuas representativas de los diferentes mandatarios cubanos. No obstante, la idea no se concretó.
Mario Guiral Moreno, Presidente de la Sección de Estética Urbana de los “Amigos de la Ciudad”, explicó en 1935 que dicha calle debía continuar llamándose G debido a que el proyecto original había perdido su esencia tras no cumplirse la premisa de levantar ordenadamente las estatuas. La figura de José Miguel Gómez, segundo encargado de la República, se levantó al final de la avenida, en posición completamente opuesta a la primera. Tampoco se cumplió con Alfredo Zayas, cuyo monumento se cimentó en el selecto terreno frente al Palacio Presidencial. A pesar de ello, “G” es conocida también como “Avenida de los presidentes”
Tras poco más de siglo y medio, El Vedado resulta escena de símbolos y expresiones plurales que marcan la identidad de un barrio en favor del tiempo.
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