Clasificación: asesino itinerante.
Número de víctimas: 5.
Arma: martillo; sierra; pistola Taurus calibre 40 S&W.
Método: golpes con martillo; disparos con arma de fuego.
Estado: suicidio.
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En la High School, Cunanan bailaba en su habitación las canciones de Disco. Desnudo ante el espejo, y con la cintura en movimiento, se ponía un vestido de lentejuelas, imitación de un modelo de Nina Ricci famoso en los años 60’. Y bailaba y soñaba con un pelo negro desbordado sobre su cintura.
Antes, cuando niño, aprendía de memoria pasajes de la Biblia; de joven frecuentaba tugurios gays y se prostituía para vejetes impotentes, por el privilegio de un smoking.
También se llamó Andrew Da Silva, y fue hijo imaginario de un magnate de la piña en Filipinas; en ocasiones, dueño de una fábrica con mano de obra mixteca, en México.
Durante el sexo, fantaseaba con estrangulaciones, otros suplicios; alguna vez contó a un amigo que soñaba con “joderse a alguien hasta la muerte”.
Fue mitómano, gigoló de ascendencia asiática, decorador de interiores…
Y al final de sus 27 años se creyó un mesías, y quiso regalarle a Gianni Versace un privilegio mayor que la fama: la posteridad.
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Sobre la escalera (piedra de coral) quedó muerta una paloma, las alas abiertas bajo un ala de vinil y cuero de Gianni Versace. Para los dos el mismo proyectil.
Junto a los cuerpos, entre la sangre, un periódico, dos revistas.
Y sobre los escalones el cadáver desparramado de Versace todavía parece en ascenso.
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Dos meses antes de la firma mortal en la cabeza de Versace, Andrew Cunanan jugaba con un martillo en el apartamento de David Madson, un exnovio. No pensaba hacer nada extraordinario con la herramienta, su contundencia, hasta que se enfadó…
Fue simple: martilló el cráneo de Jeff Trail, amigo traidor, exmarine desentrenado y homosexual de urgencias puntuales en bares gay y otras cuevas subterráneas.
Luego limpió un poco la sangre, recogió los fragmentos de cráneo, envolvió el cuerpo en una alfombra persa. Acto seguido propuso matrimonio a David Madson…
Ese primer asesinato fue el resultado oblicuo del amaneramiento de Andrew, a la vez que un rapto de celos por la relación de Trail con Madson; este último, amor idealizado de Cunanan.
Igual, al final también mató a David: dos disparos de bala en el cuerpo abandonado a orillas de un lago en Minnesota. Así, su segundo crimen, ya una práctica hedonista.
En lo siguiente:
Lee Miglin, de 72 años, hombre casado y negociante, pero con un gusto peculiar: pagaba a muchachos jóvenes a cambio de un barrenado rectal. Su afición pederasta era un analgésico contra las restricciones de su círculo social.
Con Miglin, el procedimiento fue una combinación bastante expresiva de amaneramiento y hedonismo: primero lo torturó y después lo degolló con una sierra. Ah, alguna versión policial luego eliminada, sugiere que puso al anciano una tanga, tacones y lápiz labial —detalles, quizá el cumplimiento de un último deseo.
Allí lo dejó, el cuerpo vencido del viejo envuelto con cinta adhesiva.
La cuarta víctima de Cunanan, de tan al azar, fue un cuidador de cementerio. Lo bordó a balazos para robarle la camioneta Chevrolet roja en la que fue en busca de Versace.
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Al octavo día de estar prófugo, Cunanan se disparó en la cabeza, en la casa flotante donde se escondía. Lo hizo con la misma pistola Taurus calibre 40 robada a Trail, y con la cual asesinó a Madson, al cuidador de cementerios y a Versace…
Fue en el octavo día, minutos después de ver por televisión las exequias de Versace en la catedral de Milán.
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