Desde principios de diciembre, un mes antes de abrirse la ventana de fichajes invernal para el fútbol en 2019, este redactor se dio a la tarea de gestionar clubes en el extranjero a los futbolistas de la selección nacional cubana. En este empeño, establecí comunicación con varios clubes, scouts, agentes y directores deportivos de disímiles rincones del planeta.
La parte más engorrosa de esta tarea era la de explicar a cada persona interesada en escucharme los procedimientos a seguir para contratar a un futbolista cubano. Las palabras se me atragantaban, recomenzaba el discurso, intentaba edulcorarlo, pero finalmente terminaba espetando la frase incomprensible: “los jugadores cubanos son representados por el INDER, que es el Ministerio de Deportes en Cuba”.
Esto suponía reconocer ante un completo desconocido que en la patria que amo se irrespetan los estatutos de la FIFA, según los cuales, ninguna entidad gubernamental puede adjudicarse tales derechos. Muchos cerraban las puertas de golpe, otros tanteaban el terreno, pero, al final, siempre regresaba a casa con las manos vacías y dos pesos convertibles echados por la borda.
Quizá porque el don de las puertas abiertas siempre agradece a los que más duro empujan, un día llegó a mis manos una información que podría cambiar mi suerte. Un jugador, cuyo nombre prefiero no revelar, me habló de Simone Ghirlanda, un señor italiano que se había acercado en una ocasión con la más sana voluntad de gestionar contratos a los futbolistas cubanos respetando las normativas INDER.
No tardé veinte minutos en desembolsar otros dos CUC y adquirir una tarjeta nauta. Lo encontré vagando por Facebook y le hablé más claro que el agua. “Tengo contactos en la AFC, puedo ayudarle a gestionar contratos para los futbolistas cubanos siempre y cuando se hagan por las vías oficiales. No quiero dinero. No quiero problemas».
Tras intercambiar correos y enviarle algunos videos de jugadores cubanos editados para mi canal de YouTube, regresé a casa con la sonrisa de oreja a oreja. Aquel señor me había asegurado que podría colocar a Yordan Santa Cruz y Luis Paradela en algún club del fútbol de Centroamérica. Más tarde, el defensor villaclareño Yosel Piedra se sumaría a esta lista.
Cómo le había prometido, le ofrecí el correo de Rolando Reynaldo Almaguer, jurídico de la AFC a quien había tenido la oportunidad de entrevistar en una ocasión, y cuyos contactos todavía conservaba. En menos de una semana, la solicitud se hizo oficial. El club Universidad de San Carlos de Guatemala estaba dispuesto a fichar a estos jugadores respetando las normativas establecidas por el Ministerio del Deportes en Cuba.
Tras recibir el visto bueno de la AFC, esta documentación fue elevada al INDER. Ya por esas fechas cerraba el 2018 y los días festivos mantuvieron aquel proceso anclado sobre algún buró de este organismo. Casi todos los días enviaba o recibía comunicación del señor Ghirlanda, ambos cada vez más preocupados por la lentitud del proceso.
La firma del contrato no se producía por la parte cubana. “¿A quién se le ocurre pedir una firma en fin de año?”— dirían algunos. Mientras, yo no dejaba de preguntarme a qué velocidad se hubiera firmado aquel documento si los remitentes del mismo fueran los Gigantes de Yomiuri y no el Universidad de San Carlos.
El día 4 de enero se canceló el primer contrato. Los directivos del club sancarlista no podían continuar la espera. Necesitaban reforzar la plantilla y no estaban como para aferrarse a lo inseguro. Por ello, se hicieron con los servicios de un futbolista jamaicano que se desempeña en similar demarcación que nuestro Santa Cruz. El recientemente nombrado Futbolista del Año en Cuba, tuvo que ver, impotente, cómo la oportunidad de vivir de su fútbol se esfumaba por el tragante de la dejadez y el burocratismo.
La parte más difícil fue darle la noticia. Escuché su respiración detenerse del otro lado del teléfono. El silencio incómodo. Y luego, la actitud del campeón que te pone los pelos de punta: “Gracias por todo, compadre; aunque no se haya dado, nunca me voy a olvidar de lo que estuviste haciendo por mí. Te dejo, tengo que ir a entrenar”. Sencillamente admirable.
Compungido por la situación de Yordan, el saber que los contratos de Piedra y Paradela todavía podrían concretarse, dibujaba en mi rostro una sonrisa. Una incompleta, pero sonrisa al fin. Esto comenzó a borrarse sobre el día 8 de enero, cuando el propio Ghirlanda me afirmaba en un correo que los contratos estaban a punto de cancelarse. El club —que comenzaba su temporada en cuatro días— no podía continuar esperando por la lentitud de los procedimientos del INDER y estaba valorando fichar otros jugadores.
De inmediato comencé a llamar a todos mis contactos, hasta que un buen samaritano me ofreció el número de teléfono del Presidente de la Comisión Nacional de Fútbol, señor Oliet Rodríguez. Fue una conversación corta, pero clara y sin filtros. “Hay que respetar los procedimientos establecidos por nuestro país”, me dijo tras explicarle la situación precaria en que se encontraban los contratos.
Precisamente en este punto quería detenerme, pues no exhorto a que se irrespete o viole ninguno de los procedimientos; pero si estos están entorpeciendo y frustrando la verdadera finalidad del proceso ¿acaso no es razonable modificarlos? Se llama “sentido común”.
Tengamos en cuenta que el fútbol, a diferencia del resto de las disciplinas deportivas, dispone de fechas muy cortas y bien delimitadas por la FIFA para que el fichaje de un atleta sea válido. En tan breve espacio de tiempo, es prácticamente imposible que estos contratos pasen por todos los filtros de aprobación establecidos por el INDER.
Estamos hablando de que cada solicitud de contratación emitida por algún club foráneo, debe ser evaluada —entre otros— por la Asociación de Fútbol de Cuba, la Comisión Nacional de Fútbol, Emigración, Dirección Jurídica del INDER, y finalmente recibir el visto bueno del ministro de Deportes.
Basta tener un conocimiento básico de cómo se mueve el fútbol durante el mercado de fichajes para entender nuestro punto de vista. Si este procedimiento no se modifica, si la AFC no tiene libertad de acción y aprobación en lo referente a estos temas, insertar un futbolista cubano en un club extranjero se convertirá —cada año— en una empresa más engorrosa.
Los clubes, representantes y scouts de gran parte del área, son conscientes de la odisea que supone intentar contratar a un futbolista mediante las normas INDER. Es prácticamente una misión imposible que cada vez menos instituciones están dispuestas a afrontar.
Es más común encontrar en la red de redes, agentes con el anzuelo listo para gestionar contratos “por la izquierda”, que personas con la voluntad de contratar a un futbolista cubano mediante las normativas establecidas por el organismo rector de nuestro deporte. Lo verdaderamente penoso es que no hemos sabido cuidar a estos últimos. Nuestra actitud, nuestras formas dogmáticas, nuestra incapacidad para entender y acercarnos a las tendencias del deporte moderno los ha alejado —en muchos casos— irreversiblemente.
A estas alturas, quienes hayan tenido la paciencia de llegar a este párrafo, quizá se estén preguntando qué sucedió por fin con los otros dos contratos. A sólo tres días del inicio del torneo guatemalteco, el club mandó un ultimátum a las autoridades futboleras cubanas. Una comunicación dura y concisa: “Si a las 8:00 pm las fotocopias de los pasaportes de ambos jugadores no se encuentran en nuestro correo, se cancelarán los contratos”.
Felizmente, esta acción fue ejecutada en tiempo y —quizá— cuando usted lea este artículo, Yosel Piedra y Luis Paradela se encuentren en tierras chapinas. Pero yo, como recientemente aprendí de un amigo y conocedor de todos estos “estira y encoje”, hasta que no los vea con el uniforme del Universidad de San Carlos (el club más paciente del planeta) no daré nada por hecho.
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