«Patria»: las heridas abiertas del País Vasco

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Debo decir que siempre las series españolas me han generado un rechazo casi inmediato. Su incoherente forma de contar, los argumentos pobres y las actuaciones mediocres han hecho que una y otra vez pase de ver producciones oriundas de ese país, salvo algunas comedias que sí funcionan de maravillas.

Muy posiblemente como consecuencia de ese sesgo, surgido a partir de no pocas decepciones televisivas, aún no había visto la miniserie Patria, propuesta basada en la novela homónima de Fernando Aramburu, en la cual se relata la vida de dos familias que se ven afectadas por el conflicto vasco a lo largo de 30 años de sus vidas.

En primer lugar, y antes de hacer una valoración más detallada de la serie, hay que decir que la visión humana, profunda y llena de zonas grises que se hace de Euskadi en los tiempos de ETA es, por sí sola, una razón para ver los ocho episodios que componen esta desgarradora historia.

El relato de los Lertxundi y los Garmendia es uno de intenso dolor que gira en torno a dos madres: Bittori (Elena Irureta), quien sufre el asesinato de su esposo, Txato (José Ramón Soriz), y Miren (Ane Gabarain), cuya vida y visión del mundo cambian totalmente cuando su hijo, Joxe Mari (Jon Olivares), se une a ETA y posteriormente resulta apresado.

Contado en varios momentos, desde finales de los 80, pasando por los años 90 y llegando hasta 2011, cuando la organización terrorista decretó finalmente el cese de sus terribles actos, Patria se atreve a exponer no solo las heridas de las víctimas sino también las de los victimarios.

La muerte y el maltrato de inocentes, las brutales torturas y sanciones contra los culpables, la rabiosa actitud de las fuerzas del orden, las presiones políticas y familiares, las amistades, los amores y las comunidades rotas como consecuencia de la ideología, son parte de este cuento que nos ayuda a entender varias interioridades y repercusiones de esa guerra que duró más de cinco décadas.

A la par de todo el dolor, el guionista Aitor Gabilondo y el propio Aramburu hallan un espacio para hablar del perdón, la reconciliación y el cierre al que deberían llegar las partes involucradas, elementos que, de este lado de la pantalla, siguen quedando en el amargo terreno del “debería ser”, pues bien es sabido que, tantos años después, la cicatrización está muy lejos de completarse en la sociedad española y más aún en el norte, en donde los muertos y los presos duelen tanto o más que el primer día.

En torno a aspectos más formales del audiovisual, hay que catalogar a Patria como una construcción sólida, coherente, de buen ritmo y creíble desde donde se le mire.

El retrato del pueblo y el ambiente guipuzcoano: lluvioso, gris e inquietantemente silencioso a ratos, junto con la música, el idioma, la moda, el hablar y las maneras características de Euskal Herria, resulta, cuando menos, interesante, y dota al programa de un valor tanto histórico como cultural, en tanto resulta un tributo al orgullo vasco, incluso en medio de un contexto tan áspero.

El elenco, formado casi totalmente por actores oriundos de esa zona, está encabezado magistralmente por Irureta y Gabarain, pero también soportado por el grandísimo trabajo de Loreto Mauleón (Arantxa), Íñigo Arambarri (Xabier), Susana Abaitua (Nerea), Mikel Laskurain (Joxian), Eneko Sagardoy (Gorka) y la cubana María Isabel Díaz, quien encarna el rol de la antillana Celeste.

Aunque suene redundante, las actuaciones, tan crudas como la situación lo exige, le dan un realismo sorprendente a la puesta. Por encima de lo ficticio o real de los sucesos que se nos presentan, el tono “aterrizado” de la serie logra que esta conecte con la audiencia inmediatamente, al punto de que lleguemos a sentir cierto grado de identificación con cada personaje, incluso cuando no siempre concordemos con su punto de vista.

Da igual si usted vive en Kinshasa, Lisboa o Buenos Aires, Patria es una serie que debería ver. Por lo que cuenta y también por el acierto con el que lo hace, no me quedan dudas al señalarla como televisión de calidad, al mismo nivel que otras producciones anglosajonas de repercusión mundial y ampliamente superior que su artificiosa “compatriota”, La Casa de Papel. Ojalá en el futuro vengan más como esta, a ver si así se salva poco a poco la reputación del dramatizado español.

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