Daya Aceituno: “Dándome cabezazos aprendí a ser directora de una banda”

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Daya Aceituno. Foto cortesía de la entrevistada.

Parada frente a la banda, la directora Daya Aceituno recordó el día en que su mamá la llevó a conocer la música. Varios años después de aquel momento, tuvo por fin la resolución de que quería dedicar el resto de su vida a ese arte.

Su historia de amor con la Banda de Conciertos de Boyeros comenzó ocho años atrás, en 2012, cuando le entregaron la “patria potestad” de un proyecto que estaba entonces casi a la deriva. Pasado todo este tiempo y salvados millones de obstáculos, Daya es ya una madre consumada.

Ni siquiera el hecho de verse obligada a separar a sus muchachos para poder realizar los ensayos le ha impedido volver a la carga y seguir hacia adelante, la única dirección posible. Aunque su rostro debe mantenerse semioculto, ella continúa dibujando con sus manos el camino de la “familia”. Mientras guía las notas al vuelo, detrás de su mascarilla se nota nacer, como en un bucle infinito, una de esas sonrisas luminosas que anuncian la felicidad máxima.

Para conocer qué mueve a la mujer detrás de esta sensacional agrupación, Cubalite logró dar con ella y pasar una tarde conversando cerca de la atenta mirada del mismísimo John Lennon.

¿Cuándo sentiste que serías músico para siempre?

Si te digo el día específico en que lo supe, fue a los 22 años cuando me di cuenta de cuánto amaba lo que hacía y de que quería dedicarme a eso mientras tuviera fuerzas para hacerlo.

De niña, tuve la suerte de que mi mamá se preocupara por vincularme a diferentes manifestaciones artísticas. Estuve en ballet, actuación, piano y pintura, aunque para eso último nunca fui muy buena. Al final, terminé yéndome más por la música y entré en el conservatorio.

Fueron años de mucho sacrificio, durante los cuales me levantaba a las cinco de la mañana para poder correr detrás de un “camello” e ir hasta Marianao. El tema de llegar temprano era alcanzar una de las pocas cabinas disponibles para estudiar piano entre las seis y las siete y media.

Para mí, las pruebas de aptitud de la escuela Alejandro García Caturla eran como uno de esos juegos en que debes ir venciendo un nivel para acceder al siguiente. Me encantaba lo que hacía, pero todo iba de pasar a la siguiente “pantalla”, o al menos así lo veía yo. De esa etapa me marcó mucho la influencia de la maestra Carmen Rosa López, mi profesora de coro. De ella aprendí la disciplina, la profesionalidad y la capacidad para trabajar con un grupo.

Cuando me tocó hacer el pase al nivel Medio, no aprobé el examen de Dirección Coral y entonces me dieron la posibilidad de estudiar bombardino, un instrumento de viento-metal que es fundamental en las bandas, pero había un déficit de personas que lo tocaran.

Antonio Leal, trombonista de formación, fue el maestro que me abrió las puertas de la interpretación como instrumentista. Cuatro años más tarde me gradué con la calificación de 100 puntos y gracias a eso pude ir a trabajar con la Banda Provincial de Conciertos, en donde Estaban Quesada me formó y me ayudó a encaminarme hacia mis dos pasiones: la dirección coral y mi rol como ejecutora.

Quince años después de comenzar con el bombardino, debo decir que fue la mejor decisión inconsciente que he tomado. En primer lugar, me permitió hacerme músico y a él le debo el orgullo de llevar las cúpulas del ISA impresas en este anillo de Título de Oro (se señala el dedo). Por si fuera poco, también le debo el haber erradicado mi asma, pues mientras lo estudiaba se me ensancharon los pulmones y nunca más he padecido de ataques como los de antes.

¿Cómo ha cambiado la banda contigo, ocho años después?

Foto tomada de la página en Facebook de la Banda de Boyeros.

Cuando llegué, encaminada por el profe Estaban Quesada, encontré un grupo descolorido, formado por jóvenes desmotivados, sin ganas de luchar y con poca disciplina. Había gente con talento, pero no tenían el empuje necesario.

Yo tenía mi visión, pero atribuirme todo el mérito sería injusto. Me costó muchísimo trabajo cambiar su mentalidad, que empezaran a desinhibirse y divertirse. Sin embargo, al final fueron ellos mismos quienes me ayudaron a desarrollar esa idea y en el proceso les fui dando una razón de ser y un sentido a sus carreras.

Tiempo después, terminaron quedándose a mi lado aquellos que realmente estaban conectados con el proyecto, y aunque también muchos de ellos han ido saliendo por razones de todo tipo, su lugar ha sido ocupado por otros nuevos, procedentes de las escuelas de arte, quienes igualmente se han integrado y han asimilado el concepto de lo que hacemos.

Si bien en un inicio los muchachos no se llevaban mal, estaban como divididos en sus pequeños grupos. Poco a poco, logramos que cada uno se sintiera vinculado a los demás y que en la misma mesa compartieran el pan y el vino, lo mismo cristianos que católicos o santeros. El resultado ha sido una gran armonía que encuentra en la música su hilo conductor.

¿Cómo has cambiado tú?

He moldeado mi carácter y mi forma de hacer música en la banda. No me gusta llamarme músico, sino aprendiz, y entiendo que el sitio en donde estoy actualmente es fundamentalmente gracias a ellos.

Aprendí a ser directora dándome cabezazos, pero me he dejado la vida en eso. Cuando llegué a Boyeros fue como coger un carro con cero kilómetros y entonces me dije que todo lo malo y bueno que saliera a partir de ahí, sería una medida de mi capacidad para lograrlo.

Al comienzo, mi humor dependía de la calidad del ensayo, pero con el tiempo he logrado aprender muchos recursos para lidiar con tantas personas y lograr que ellos hagan lo que se necesita en cada momento. El resultado ha traído muchos elogios por nuestra disciplina y desempeño, que al final es el premio más importante de todos.

Además de gozar de unas vacaciones en la playa o cualquier otro sitio como ese, yo soy tan feliz trabajando que para mí no es una obligación, sino una diversión. A eso he llegado luego de lograr convertir la banda en una familia. Ahí, entre todos, nos decimos lo que sea, nos reímos, nos ponemos apodos y así tenemos un montón de códigos internos que nos hacen funcionar armónicamente. Nos ayudamos, cargamos los instrumentos, nos apoyamos en lo que sea, y de esa hermandad me siento muy orgullosa.

Mi sueño inicial fue poner a la Banda Juvenil de Conciertos en el mapa. Primero tuve que centrarme en lo local, pues ni siquiera en el municipio era demasiado conocido el conjunto. Poco a poco trascendimos esa barrera y fuimos abriéndonos un espacio a nivel nacional, aunque siguen faltando otras tantas conquistas por concretar.

Después de estos años he sacado en claro que los sueños y las metas que me paso la vida imaginando son importantes, pero mucho más interesante es el viaje que te lleva hasta ellos. Y este ha sido fantástico.

¿Cuál ha sido el momento más difícil en estos años?

Entré en la banda el 8 de agosto de 2012. Ya llevaba como cuatro años de creada, pero para mí ese fue el día en que comenzó la banda de Boyeros. Un año más tarde, tocó celebrar el primer año de esa relación y me dediqué totalmente a eso. Logré que nos prestaran un local y coordiné todo para que ese día fuera memorable.

En medio de aquello, mi bisabuela, la mujer que me crio junto a mi mamá, estuvo muy grave en el hospital. Luego del primer concierto, que salió muy bien, llegué a mi casa y quince minutos antes ella había fallecido. Esa noche estuve en la funeraria y a la mañana siguiente, luego de despedirme de mi bisabuela, fui a tocar con la banda. En ese momento ellos me hicieron sentir mejor y la actuación fue perfecta, aunque por dentro seguía con mi dolor.

Ustedes fueron una gran sensación dentro del fenómeno llamado Oficio de Isla ¿Cómo llegaron ahí?

Foto tomada del perfil en Facebook de Daya Aceituno.

Antes de contactar a la banda, Doimeadiós había probado a otro grupo, pero al ver que ellos no le daban lo que quería para Oficio…, él decidió buscar en otra parte. Un día, mientras estaba frente al televisor, nos vio a nosotros y supo que algo así era lo que necesitaba.

Mediante varias personas él consiguió mi contacto y me llamó para colaborar. Gustosamente acepté, me leí el guion y cuando nos sentamos a conversar por primera vez descubrimos que teníamos muchos puntos de contacto. La misma idea de los asientos rústicos que usó la banda fue una que compartimos inconscientemente y así pasó con otros tantos elementos.

Cuando empecé a hacer la obra, escrita por Arturo Soto y dirigida por el propio Doimeadiós, hubo gente de experiencia como Alberto Luberta, Néstor Jiménez o Jorge Treto que preguntaron de dónde había salido yo, e incluso llegaron a pensar que realmente era una actriz que se “disfrazaba” para interpretar el papel de una directora y no al revés.

El lugar en donde la presentamos poseía una magia necesaria. Nosotros mismos no teníamos un espacio determinado para hacer las cosas. Había una suerte de caos con orden, y que estuviéramos de blanco era una señal del cambio que tuvo lugar en ese momento de la historia de Cuba.

Un año después de verla, y habiendo vivido los sucesos de los últimos tiempos, uno siente que tiene mucha más vigencia.

El 2020 ha sido un año difícil para la gran mayoría ¿Cuál ha sido tu realidad?

En el tiempo de la pandemia me acostaba a cualquier hora y me despertaba igual. Llegué a preocuparme, porque jamás había tenido insomnio y eso me pasó. Mi trabajo es aglutinar almas, que mucha gente venga a verme tocar, dirigir y disfrutar de la banda. No tener eso que tanto amo significó que se me viniera el mundo encima.

Esto me agarró haciendo Oficio de Isla los días 9, 10 y 11 de marzo, justo cuando se anunció la llegada de la pandemia al país. Entonces teníamos funciones a teatro lleno y eso hizo que nos asustáramos por un momento, pues semejante situación nos hizo pensar en el peligro potencial de ese tipo de aglomeraciones. Afortunadamente no sucedió eso, pero lo que vino fue igualmente duro.

Los músicos nos vimos imposibilitados, por más tiempo del normal, de hacer lo que estamos habituados y, pasado todo este tiempo, aún estoy intentando hallar el ritmo indicado para mi vida. De una marcha intensa bajamos a cero y ahora me está costando entender cómo yo lograba combinar tantas cosas personales y profesionales

En este tiempo nos mantuvimos en contacto a través de WhatsApp, una vía que nos sirvió para canalizar parte de esa energía sobrante y, de alguna forma, nos dejó estar ahí para y con esas personas junto a quienes pasamos muchísimo tiempo de nuestras vidas.

Cuando empezamos a ensayar nuevamente los lunes, miércoles y viernes fue una sensación increíble. Regresar a ese espacio en donde hacemos buena música y lo pasamos tan bien, ha sido una vuelta a la felicidad.

Poniéndome un poco filosófica, elijo creer en la idea de que el universo necesitaba este descanso. Nosotros mismos estábamos carentes de tiempo para pensar en tantas cosas, con tal de entender qué es lo que realmente importa y vale la pena. De todo lo negativo y las grandes pérdidas que han sucedido, me quedo con cómo he aprendido a ser mejor persona, a valorar lo que tengo en esta vida y a adaptarme a trabajar sin descanso como se pueda.

¿Cómo se alterna la vida de intérprete y directora?

A veces la gente se pregunta cómo saco tiempo para tocar en la Banda Provincial, y la respuesta es que para mí ese es el único lugar en donde me desarrollo como instrumentista profesional.

Me gusta ser la que está delante de la banda dando instrucciones, pero disfruto igualmente sentarme del otro lado. Eso me mantiene humilde y cercana a mis alumnos, no sólo los de la banda, sino también los de la ENA, en donde doy clases desde los 23 años.

¿En qué sentido te complementa el rol de maestra?

El límite entre diferentes roles es delgado, pero existe. Además de instrumentista y directora, me ha tocado estar al frente de varias aulas con adolescentes de 12 y hasta 19 años y ahí me siento una niña otra vez.

Me gusta pensar que puedo ser la profe que los alumnos quieren ver y no la que esperan que falte, pero bueno, eso sería pedirles a ellos que fueran en contra de su naturaleza de estudiantes (sonríe). Por eso, cuando llego el primer día intento hacerlos sentir a gusto, no imponerles nada innecesariamente y escuchar todo lo que tienen para decir.

Lo mejor que tiene esto es que un muchacho te mire y te diga “profe, usted me cae bien” o “qué divertidas son sus clases”. Ese es un premio que no tiene comparación.

A veces uno llega con una idea predeterminada y ellos te la cambian en un dos por tres. Tienes que saber lo que quieres, pero a la vez es muy provechoso y enriquecedor usar sus sugerencias en pos de la clase, e incluso de otras responsabilidades ¡Si supieras la de cosas que he aprendido de esos niños que luego he incorporado a la banda!

Con la banda de adultos hay un poco de eso también. Igual los veo como mis niños, aun cuando me ha tocado dirigir a personas mayores que yo.

¿Más allá de su espacio en Boyeros, en qué otros han podido desarrollarse la banda?

Desde 2018 acompañamos el Festival Internacional de Boleros en el Teatro América, una oportunidad que nos dio su director, Jorge Alfaro. Ahí aprovechamos esa propuesta, que otros rechazaron, pero nosotros dimos el paso al frente.

Recuerdo que, a una semana del comienzo, tuvimos que montar más de 40 temas, más otros tantos de intérpretes extranjeros que debieron ser adaptados casi de inmediato. Gracias a la seriedad y el compromiso que fuimos aprendiendo, en aquel momento fuimos capaces de resolver la situación y nos sentimos mejor por ello.

En un festival como ese, uno tiene un reto extra, porque como acompañantes cargamos con cualquier error que suceda. Esos roles de acompañamiento y protagonismo son cosas que hemos sabido asimilar después de participar no sólo en el festival, sino en el teatro como tal. En cada uno de esos escenarios hemos sido parte del conjunto, pero a la vez hemos sabido aprovechar cuando se nos ha dado el chance de brillar independientemente.

Por ejemplo, en Oficio…, Doime’ nos pidió que participáramos, que fuéramos un personaje más y a la vez parte del público. Así tuvimos la oportunidad de hacer la música de la obra y también de reírnos de lo que pasaba en ella, lo cual significó una experiencia totalmente distinta al canon habitual y nos aportó y divirtió enormemente.

¿Cómo hacer cuando se rompe el guion en plena actuación?

Además de la gran comunicación que tenemos en la banda, hacen falta también diferentes experiencias para ir mejorando en ese sentido.

De nuevo, en ello el Festival Internacional de Boleros ha sido fundamental. Hemos estado acompañando a un cantante que ha repetido la letra de la canción y, sobre la marcha, nos ha tocado hacer los ajustes precisos para salvar la situación y que el público no se enterara de lo que sucedía.

En una ocasión, comenzamos a tocar y el intérprete no se dio cuenta de que le tocaba entrar. Ahí lo miré y le di el pie para que se montara en la canción, cosa que hizo perfectamente y todo quedó en una anécdota.

Otra vez pasó que un cantante tenía problemas para recordar la letra y me miraba para que le fuera diciendo lo que venía después, y en una actuación hasta me sacaron a bailar en medio del tema. A mí todo eso me gusta, tal vez porque tengo una forma poco convencional de guiar, y posiblemente ese estilo me ayuda a lidiar mejor con los contratiempos.

¿Alguna vez te has sentido incómoda actuando?

Muy pocas veces, pero sí, ha pasado. A veces llegamos a un sitio y la gente pide temas de reguetón, cosa que no tenemos en el repertorio. Otras veces te dicen que quieren oír otra cosa, o de pronto se te para un excéntrico a hacer payasadas para imitarte. Lo único que te salva de no perder la “tabla” es ser un profesional y estar seguro de lo que haces.  

¿Qué “enciende” a alguien a quien se le nota tanta energía?

En un escenario, es el público, definitivamente. Paralelamente, en los ensayos me motiva pensar en qué me gustaría ver y escuchar si yo estuviera dentro de la audiencia y no dirigiendo.

La música es algo que me enciende particularmente. Yo la veo y la siento en imágenes y colores. Para mí, cada movimiento de las manos o expresión de mi rostro es una forma que tengo de transmitir lo que me pasa, lo que imagino cuando la música me llega.

Otra cosa que me encanta es conectar y retroalimentarme de y con la gente, y ver cómo reaccionan a lo que uno hace, baila o canta, y de alguna forma intentan imitar lo que uno les pide. Que el público se sienta tan artista como yo es algo que me enciende particularmente.

Recuerdo una ocasión en que fuimos al Julito Díaz y allí con los pacientes nos inventamos la historia de celebrar con una copa de vino imaginaria, y luego los médicos se sumaron a esa idea. Incluso un paciente le dijo a un doctor que eso también era rehabilitación. Cuando lo escuché, sentí una emoción tremenda.         

¿Qué hay más allá de la música para Daya Aceituno?   

Mi novio y mi abuela dicen que vivo en una burbuja y que hay un mundo más allá de la música y el arte (sonríe). Pese a ello, soy muy sencilla y entiendo la felicidad en las cosas simples como la familia, los amigos y el trabajo que hago. También disfruto una buena conversación, aunque sea para una entrevista como esta. En general, adoro estar junto a buenas personas y compartir esa energía que se percibe en momentos así.

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