Ejercicio casero: Día 14

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Foto: Steven Houston/ Unsplash.

Diré del estiércol de buey o vaca las bondades que de esta sustancia corrupta se desprenden y todo en cuanto al proceder correcto de la aplicación de esta porquería sobre las pieles y huesos de los hombres, y cómo en su uso medicinal para tantos males ofrece alivio. La boñiga fresca de buey en hojas de parra o col y entre cenizas calentada, cura inflamaciones causadas por las llagas, alivia así también la pena de ciática y, mezclada con vinagre adquiere propiedad muy beneficiosa en hacer supurar las glándulas escrufulosas. Se ha comprobado que esa defecación es maravillosa si luego de recogida en el despegue del alba, y aún caliente por la deposición reciente de la ternera, es frita en una sartén, aderezada con flores de rosa y melisa, y todavía en vapor manante se aplica sobre las corrupciones, pústulas y viscosidades de la piel. En picaduras de avispas, abejorros y otros insectos, grandes hombres de la ciencia obraron milagros curativos con aplicar sobre la picadura excremento fresco de buey de un año no sometido todavía al yugo ni a la cópula. Habiéndose luego finalizado el milagro en rito y pinturas con polvos de los cuernos de un buey de viejo sacrificado sobre prendas del enfermo y en su aposento.

En aliviar los ardores y hacer posible el descanso del sufriente he hallado los mismos beneficios, aunque no he practicado rituales paganos que ofendan la gracia del Señor.

Entiendo por explicado todo cuanto la defecación de buey o vaca gana en la ciencia y el arte de la cura y es inútil y fuera de propósito que yo más en esto me extienda. Así pluge.

***

Es el decimocuarto día y así ando, oscuro, oscurísimo eliphástico levitando. Cuento 63 noches con los codos hincados sobre escrituras malas, procederes antiguos que hallé por casualidad y que no devuelvo. Algunas palabras me estallan en los ojos mientras leo y no descanso; vuelvo página sobre página y recito los mismos maleficios. Recetarios. Amuletos. Secretos de la carne magra o la sangrasa extendida sobre el vientre. Cruz, cruces trenzadas, relicarios… El sapo frío sobre el pecho amengua la disnea; lo sostiene el doliente con la mano izquierda, lo aprieta hasta que excede.

No escribo esto para que se entienda. Esto es un ejercicio en la casa interior; permite variar y desvariar entre el polvo y la nube. Allí casi nunca voy cuando bordo grafemas periódicamente. Subir mucho es quedarse solo: una metáfora adyacente a la luz.

Quienes me conocieron me desconocen. Hace un tiempo emprendí un camino nuevo y no le he puesto ni dos sílabas al secreto, ni siquiera una piedra blanca ante la lengua bifurcada del camino. Me hundí en el espejo de agua; derretí la cera de los cirios.

Cuando era niño todos mis amigos querían ser mecánicos y mujeriegos; peloteros y mujeriegos. Mis amigas querían ser maestras y putas; doctoras y putas. Yo solo quería ser mujeriego y saberlo todo. Lo intenté mucho y nunca pude. Antes, la vanidad era el camino; ahora, a veces, la locura: esas visiones de perrillos de carbunclo.

Igual, por contrapeso todas las noches me hundo en extractos de raíz de valeriana; la mezclo con alcohol, me contraindico. Duermo feliz como la larva ebria sedada duerme sobre la inflorescencia.

***

Algunos días, cuando regreso, juego Parchís. Me corono con el soplo de Akbar.

PD: Si quieres leer las entradas anteriores, puedes hacerlo aquí.

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