Los artistas urbanos también caben en diminutivos; por ejemplo: Tegui. Pienso en esa «i», en su vestido rosa —ojalá no sea yo el único que les ha determinado el sexo a las vocales— y no logro que ese nombre conjugue con el apellido Calderón. Será por eso que, además de la variante Tego, el portador suscribió varios alias de guerra: El Abayarde, El Negro Calde, El Feo de las Nenas Lindas… Toda esa cantidad de letras en apenas 167 cm de altura y 72kg de peso, según bodysize.org.
Descubrí a Tegui en su nomenclatura reguetonera, en 2005, con un disco del año anterior: El Enemy de los Guasíbiri. Jamás había visto un cantante tan feo al lado de la etiqueta “Parental Advisory”. Ahora comprendo que, en el caso de Tego Calderón, esa advertencia sobre su foto activa toda la potencia del mensaje. Quedó establecido en la canción Dame un chance, cuando dijo: Así somos los Calderones/ no bonitillos pero dulzones…
Al escuchar a Tego nadie imagina fue baterista de una banda de rock que hacía covers sobre canciones de Aerosmith y Guns&Roses, y que creció en los Estados Unidos. Nunca sabremos lo cerca que estuvo de iniciarse en el rap de la costa este… De su vivencia norteña extrajo el inglés, bagazo lingüístico que emplea en sus canciones mezclado con el deje puertorriqueño, ese apuntalamiento alveolar de la «l». Cuando junta todo est0 en un verso, da la sensación de que se guarda un arcano bajo la lengua. “Amol”, “yonleidy”, “nuyores”, todo dicho en ráfagas de barítono, es un reto a los estudios de fonética. Les invito a definir, a pase de oído, el fraseo comprendido entre los segundos 47 y 53 del tema Gatas gocen —pero qué bien suena.
Como esas frases suyas: pa las mulatas/ que cuando bailan parecen de hule, o ese otro: cayo/ de solo verte yo fallo/ si como baila chinga/ hagamos el ensayo. A mí, a los 14, me inducían al toqueteo de nalgas adolescentes en el vecindario, a jornadas de sueños lácteos…
Las letras de Calderón contaban la mitología de los barrios populares y pobres de Puerto Rico, sus gentes: chicas de las bailantas con nalgas infladas al vacío; la guerra moral contra el enemigo en la música o la vida; exaltación del YO y el mensaje mesiánico de las canciones… Hoy, después del virus del trap, todo eso significa poco. En la posmodernidad la historia dura apenas un quinquenio. De mirar atrás, los ignorantes sabrían que todas las poses de Bad Bunny las usó Tego quince años antes. El Enemy de los Guasíbiri, un disco que fue, en principio, una compilación de temas sueltos, se convirtió a la larga en una misa de réquiem para el último reguetón que se bailó con pasillos de salsa y reggae. Es un placer invitarlos a escuchar la pista Elegante de boutique…
En su álbum debut, El Abayarde (2002), Calderón experimentó con una trompeta, con el güiro y el tambor; puso un bostezo de jazz en el tema que da nombre al disco, y algo de rumba en Loíza. La producción de ese fonograma supera la de sus materiales posteriores; la sonoridad de ese CD marcó la evolución de un artista que todo el tiempo se declararía como «El Feo» solo por estar convencido de que había embellecido un género musical creado con fango y pólvora.
Tego, maestro de la síncopa y la hipálage entre rimas asonantes, marcó pautas en aquella época en que la música urbana subió al último piso de los rascacielos. Lo hizo en el momento exacto, justo antes de ponerse los dread locks. Después, guardó silencio…
Más allá de la música, llegó hasta las cámaras. En 2007 debutó en el cine con Illegal Tender. Además, pasó una temporada en retiro absoluto mientras elegía el nombre de sus hijos: Malcom X y María Tierrasquien.
El tema Gatas gozan, segundos 47 al 53:
Pa que las gatas bailoteen con otro flavor:
El Abayarde, don’t even Jesus gonna save you…