Lo primero que hay que decir sobre Reyes de la noche es que, contrario a la opinión de muchos, no es tan comedia como uno pensaría. Sí nos reímos bastante con ella, pues los textos de Adolfo Valor y Cristóbal Garrido están pensados en un tono que evita la seriedad excesiva y siempre se mueven hacia el borde del chiste, pero también es cierto que hay bastante más contenido detrás de estos.
La serie, cuya primera temporada de seis episodios fue estrenada en mayo pasado a través de Movistar+, toma como punto de referencia la enconada rivalidad que existió, desde finales de los 80 y hasta principios de los 90, entre José Ramón de la Morena y José María García, dos de los más célebres periodistas deportivos de la historia de España.
Desde un principio, los creadores aclaran que ni los personajes, ni los sucesos, están directamente basados en la realidad que le sirve como inspiración. En cambio, lo que pretenden Valor y Garrido es hacer un retrato de la época, durante la cual, los españoles escuchaban la radio tanto como ahora usan sus teléfonos inteligentes para chatear por WhatsApp.
El relato se centra también en una enemistad (sí, porque no hay mejor forma de ponerlo), pero esta vez entre Jota Montes (Miki Esparbé) y Paco Maldonado (Javier Gutiérrez), discípulo y mentor por ese orden, quienes se separan luego de que el segundo recibe una oferta de otra cadena para hacer un nuevo programa de actualidad informativa en torno al deporte, algo que en esa nación ibérica equivaldría a decir “un programa sobre fútbol”.
La trama, que tiene un ritmo endemoniado y hace que uno quiera ver todo el metraje de una sentada, nos lleva a través de los choques entre Montes, apodado “Calzones” por su oponente, conocido como “El cóndor”. Así, lo que comienza como un enfrentamiento por ver quién es mejor profesional de la comunicación, pasa eventualmente al plano personal y termina con una apoteósico altercado en una final de Copa del Rey, con intervención real incluida.
Por otro lado, los guionistas se las arreglan para colar algún que otro acontecimiento o personaje totalmente real del período en que se desarrolla la serie. Por ahí entran en acción el entonces presidente del Atlético de Madrid, Jesús Gil, la huelga de pilotos de 1990, la clasificación a la Copa Mundial de Italia en ese mismo año o el rol de Felipe González como presidente del gobierno. Por supuesto que todos estos elementos solo sirven para ajustar y enriquecer lo que se cuenta, pero son muy bien aprovechados por los escritores en pos de la dramaturgia.
Gutiérrez y Esparbé están en todo momento a la altura de sus alter egos y, de esa forma, sostienen sobre sí mismos el show. Si en la ficción compiten por ver cuál vence al otro en “la guerra de las ondas”, el mano a mano de ambos actores en escena es algo que por sí solo hace que valga la pena dedicarle poco más de tres horas —ininterrumpidas— a Reyes de la noche.
Paralelamente al centro del argumento, coexisten subtramas certeramente colocadas para dar más profundidad a los protagonistas y, de paso, bascular las tensiones más allá de las cabinas y los micrófonos. La situación de Paco con su mujer enferma y su hijo homosexual, más el romance de Jota con Marga (Itsaso Arana) y su proceso de crecimiento individual a lo largo de la temporada, son factores que nos conectan con ellos de una forma sutil.
Luego, en un aparte, la serie también “cuela” sus buenas críticas al machismo, la mojigatería religiosa, la homofobia, los regazos del franquismo y la superficialidad o agresividad con que, en algunas ocasiones, la prensa suele tratar asuntos deportivos, situaciones peligrosamente vigentes.
En resumen: no deje de ver Reyes de la noche. Da igual si le gusta más o menos el fútbol, o si conoce poco o mucho de periodismo. En primer lugar, tendrá la oportunidad de aprender un poco sobre ambas cosas, y luego, también tendrá delante suyo un audiovisual que prestigia la televisión en todos los sentidos.
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