En una etapa estival como esta que se vive actualmente en Cuba, suena sin demasiado sentido aquella frase de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Tal vez lo único que extrañemos sea el calor, que antes era un poco más soportable, y también a la gente, que años atrás quizás era más educada, y no andaba por la calle con los niveles de estrés estratosférico que se perciben hoy al mirarles a la cara.
También las guaguas siguen iguales —en todo caso peores—, los apagones todavía constituyen motivo de infarto en ciertas ocasiones, y el agua sigue siendo visitante «al cincuenta» o «al tercio» en muchos hogares. De la parte alimentaria prefiero no hablar, más que todo porque no alcanzan unas líneas para describir su deprimente estado.
Sin embargo, en medio de tanta dificultad viene a la mente un recuerdo agradable de aquellos años de niño/adolescente, cuando julio y agosto se convertían en una fiesta a metro y medio de la pantalla del televisor. La llamada programación de verano representaba para muchos chamas (y sus ocupados padres) una forma de llenar las horas durante esa temporada en que la escuela estaba en pausa.
Desde que abríamos los ojos teníamos delante una maratón de películas y series animadas que enganchaban a los más «fiñes», y también había aquellas enfocadas en los «pichones» de adulto que empezaban a descubrir las mariposas estomacales como una enfermedad inherente a la pubertad.
Muchos de la generación post-90 tenemos vivos en la memoria a los entrañables El patito feo, Bestias Transformers, Flipper y Lopaka, Power Rangers (en cualquiera de sus variantes) o Amigos y amantes, ejemplos que muy posiblemente agradeceríamos volver a ver en algún momento, al menos para saber si todavía son capaces de conectar con la persona que éramos y de hacernos sentir las mismas cosas de entonces.
Las producciones nacionales eran mucho más pasables y, a pesar de vivir en un bucle veraniego que repetía cíclicamente programas como Cuando sea grande, Tato y Carmina, Los pequeños campeones, Los papaloteros, Blanco y negro, no, Shiralad o Algo más que soñar, nadie se quejaba demasiado. Definitivamente aquellas aventuras tenían un alma que nunca más se ha podido rescatar.
Qué decir de Prismas bajo el sol y Tanda Joven, dos shows que nos ponían de cabeza en las tardes, con su banda sonora plagada de temazos ochenteros (I’m walking on sunshine, whoa) y su contenido interesante y divertido a la vez. Al que no se le ponían los pelos de punta cuando escuchaban los temas de presentación era porque no tenía sangre en las venas.
Tampoco se olvidan aquellos espacios cinematográficos que, a pesar de no tener demasiado trabajados sus nombres, sí ofrecían piezas disfrutables. Entre todos, Dojo en TV y Ciencia y Ficción eran de los más buenos, sobre todo porque en ambos casos contaban con la conducción de dos eminencias en la materia como Roberto Vargas Lee y Bruno Henríquez.
Lo otro eran las revistas del mediodía, del tipo Justo al Medio, En familia con Alfredo y otras tantas. Si por un lado tal vez pecaban de lo mismo que todos los demás programas del tipo música-entrevista-repetir, también representaban el último reducto de entretenimiento antes de una hora encartonada y aburrida de noticiero.
Y yo me pregunto, ¿qué pasó que dejamos de seguir esa fórmula, y por qué? ¿Será que la euforia Paquetera hizo que la gente del ICRT se perdiera por el camino? Confieso que todavía me rompo la cabeza intentando comprender, y que cada vez que junio empieza a acabarse, me corre un frío por la espalda cuando algún vocero sale en cámara y se llena la boca diciendo que esta vez las opciones sí serán variadas y todos quedarán contentos. Sabemos que lo que debería ocurrir es que empiece a salir humo negro del edificio que está en 23 y M, anunciando que la programación de verano ha muerto y, por tanto, no hubo remedio para salvarla.
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Bueno la noticia para sandy es q si tanto le gustaba amigos y amantes y pedía volver a verla, la TV cubana lo está complaciendo, la están retrasmitiendo
Gracias por la alerta Alejandro, no me había enterado. Gggggggg