Renny es Benny. Su vida cambió luego de 2006. Nadie lo duda. Había actuado antes: mucho teatro, el filme Entre ciclones, cortos de ficción. Después estuvo en series televisivas: Tras la Huella, ConCiencia y Lucha contra bandidos.
Desde Cubalite conversamos con el reconocido actor, quien dijo que no suele dar muchas entrevistas, pues hay temas muy puntuales que le gusta destacar, pero no siempre son bien recibidos. Fue un privilegio que nos dedicara tiempo para contar su historia, que nos ofreciera datos de dominio público y otros que no lo son tanto. Fue un placer también escuchar sus criterios sobre cuestiones que muchos consideran tabúes.
“Siempre me dicen que yo he tenido mucha suerte, y por ello no me tendría que quejar. Me preguntan por qué hablo de algo que no me afecta, pero eso es un gran error. Soy un hombre contemporáneo, joven, no pertenezco a los tiempos de Tito Junco, Samuel Claxton, Alden Knight, esos grandes artistas. Ahora somos menos que cuando ellos trabajaban.
“Yo he hecho cine, pero nunca una novela ¿Por qué? Porque no me llaman. No me convocan para personajes en telenovelas. He hecho varias series, pero siento que me encasillan en determinados personajes: en Kangamba, General; en Tras la huella, Mayor; en Lucha contra bandidos, Comandante. El negro es el jefe militar de la revolución, el tipo obstinado con el concepto de la revolución ¿por qué? En la novela, si es que está, ¿qué personaje le dan a un negro? Esos tabúes, esa mentalidad, esos códigos… ¿quién me los puede explicar en un país como el nuestro?
“Creo que no tengo que silenciarme. No importa si soy Renny Arozarena, si he hecho El Benny. Pienso que es una realidad que me toca y debo compartir porque así lo hicieron los que me enseñaron, los grandes actores negros de este país. No se trata de que nos sintamos afortunados los negros actores que somos conocidos.
“El tema del favoritismo en el casting, en la selección de actores para una obra audiovisual, siempre ha existido. Eso nunca va a dejar de ser. Recuerdo que hace muchos años en Cuba se pasó una novela, El viejo espigón (1981), y ahí estaba el personaje de El Nani, un negro bien parecido que causó mucho revuelo. Desde entonces nunca más volví a ver a un Nani. El tránsito del actor negro por los audiovisuales nuestros ha sido desafortunado, vergonzoso. En una nación multirracial como esta, no pasa lo que vemos en otros países como Brasil, incluso en el cine norteamericano, donde hay presencia de actores negros, ya sean protagonistas o no, pero en la historia del cine y la telenovela en Cuba vemos que hay un despojo significativo de la imagen del negro. Existe preferencia por los personajes protagónicos blancos. Siempre me he preguntado por qué los actores negros no pueden ser protagónicos, por qué los actores negros no podemos ser galanes.
“Como hombre adulto y con experiencia, hablo con base. La historia lo demuestra. Solo basta con que aparezca alguno en pantalla para que la gente se asombre y diga: «mira, sacaron a un negrito en el noticiero». Ahora hay dos o tres actores negros, pero sobran los dedos de las manos para mencionarlos a todos. Hay que luchar por decir la verdad y hacer notar un señalamiento que, en definitiva, no significa nada detractor; es una realidad que uno quiere plantear: no importa el color que tengas, importa el talento, las condiciones, no que seas más negro o más blanco. Pienso que debe tenerse más en cuenta el verdadero talento con el que se nace. Eso no se enseña.
“Yo, hasta hace poco, me preguntaba: ¿no hay día de los padres para los negros, ni día de las madres para las negras? Todos los spots alegóricos a esas fechas lo protagonizaban blancos, aunque eso ha ido cambiando, pero todavía falta. En un país multirracial como el nuestro, todavía se sigue siendo pobre en ese sentido, incluso cuesta ver rostros nuevos. A veces ponen una novela con los mismos actores de la anterior; no sabes dónde acabó una y empezó la otra, o si hay una continuidad entre las dos. Tenemos un problema grave. Te estoy hablando con total transparencia”.
En medio de esa exposición y defensa de un tema que le toca bien de cerca, recordó una anécdota: “esto es desagradable para mí: fui seleccionado para hacer un papel en la película Camino al Edén. Era un mambí que llegaba herido, después de la guerra, a la casa donde vivía una mujer blanca, burguesa, quien le daba cobijo. Fui escogido para ese rol y un día el director me dijo que no podía hacerlo porque la parte española (Canal +) no quería. Me cambiaron por un actor con la piel más clara. Aun cuando ya tenía mi contrato firmado, podía haber emprendido acciones legales, pero fue algo horrible, pues el director me había seleccionado y otras personas influyeron para que cambiara su decisión”.
Sin ninguna interrupción, y a lo largo de trece minutos, Renny Arozarena nos habló de lo que representa ser un actor negro en un panorama tan complejo. Luego dedicó más tiempo a hablarnos de su vida, a demostrar que no importa de dónde vengas o cuál haya sido tu formación si tu disposición es fuerte.
La infancia de Renny no está marcada por una familia de artistas, aunque con el tiempo fue descubriendo que tenía más vínculos con el arte que los que creía. “Mi madre se llamó Olga Puente y mi padre José Antonio Arozarena. Mi mamá había pertenecido a un grupo de teatro que se nombraba Las Máscaras, muy importante antes de 1959. Ella tuvo una vocación hacia la actuación muy tenue y como aficionada. Recuerdo verla sacar unas fotos y decir «mira, aquí estuve yo, en esta obra». Luego supe que mi padre había pertenecido a un coro en su centro de trabajo”.
“Mi hermana mayor, Bárbara Armenteros, era actriz. Ya no está entre nosotros. Pertenecía al grupo de teatro Olga Alonso. Ella llegaba a la casa con los guiones para ensayar y yo la escuchaba, me parecía que hablaba con alguien, pero estaba sola, repasando los textos. Me vi entonces haciendo lo que los actores llamamos “darle el pie”, o sea, ser la contraparte en el diálogo. Es más factible repasar con alguien que lee el texto que antecede al tuyo, luego dices tu frase y la persona revisa que esté bien, que lo estás aprendiendo. Estuve haciendo eso durante mucho tiempo, y a la edad de ocho años conocí de la obra y empecé a descubrir el significado del teatro. Comprendí que mi hermana era actriz y yo era quien le daba el pie, la mano y hasta me metí completo al final. Pienso que fue un golpe del destino, como si supiera lo que iba a pasar más adelante”.
Lo que vino luego, intentó resumirlo de la siguiente manera: “transité por los principales grupos de teatro: Olga Alonso, Hermanos Ruiz Aboy, Arte Popular y Teatro Caribeño, con grandes maestros como fueron Humberto Rodríguez, Julio González, Tito Junco y Eugenio Hernández Espinosa”.
“Mis primeros años estuvieron ligados al arte de forma casual. Mi vida transcurría de una manera normal, como la de cualquier otro niño. Tuve una familia pequeña. Siempre he dicho que a mí me parió la acera y me crio la esquina, porque nací en el barrio La Victoria, en la calle Árbol Seco, entre Santa Marta y Manglar, un barrio muy bonito. Estudié en la escuela Nguyen Van Troi, recuerdo con agrado la barriada, a mis amigos, como corríamos, jugábamos y nos divertíamos en el parque que quedaba frente a la escuela. En no pocas ocasiones fui a los ensayos del grupo de mi hermana.
“Veía teatro en las noches y observaba los montajes de piezas como Andoba, María Antonia, con excelentes actores como Bárbaro Marín, Jorge Perugorría, Felito Lahera. Todos formaban parte de este prestigiosísimo grupo Olga Alonso, bajo la dirección de Humberto Rodríguez, desde donde salieron tantos actores como los que mencioné y muchos otros. Todavía hoy, gracias a Dios, Humberto está vivo y su agrupación sigue funcionando en la Casa de la Cultura de Plaza.
“Recuerdo que en Andoba participé como si fuera un niño del solar. Me dijeron lo que tenía que hacer, por dónde moverme y salir cuando apagaran las luces. Yo estaba mirando un juego de dominó en la mano de una actriz que hacía de mi madre y en un momento en que el actor que interpretaba a Andoba dejó la libreta en el set, me percaté de que él debía haberse llevado la libreta y me solté de la mano de la actriz, recogí la libreta y fui corriendo a alcanzársela. Esa vez la recuerdo muy bien porque fue la primera ocasión en que me elogiaron. El director Humberto Rodríguez y mi hermana me dijeron que había hecho muy bien, aunque me advirtieron que no lo hiciera más, porque podía haber salido mal”.
En esta etapa se enamoró. “Tuve un amor de niño por la actriz que interpretaba el papel de María Antonia en la obra de Humberto Rodríguez. Esta actriz colosal era Silvia. Lamentablemente no todos salimos a la palestra pública y nos damos a conocer. A muchos actores, muy buenos, solo los conoces en el mundo del teatro. El de ella era uno de estos casos: una actriz excelente, tenía ese fuerte temperamento, como el de la gran Alina Rodríguez, quien también fue mi amiga. Más que enamorarme de su personaje, me estaba enamorando del teatro. Me había enamorado de la actuación, del mundo mágico que transmite el teatro. Desde ese momento más nunca me separé”.
Sobre esta obra, dice: “significa mucho para mí, la monto y la dirijo con mi grupo porque tiene que ver con mis orígenes; es la historia de mi familia y de mis inicios en el arte”.
“Luego, cuando tenía cerca de 14 años, me vinculé a Hermanos Ruiz Aboy, bajo la dirección de otro gran maestro y amigo, Julio González. Ensayábamos en el Ten Cent de Monte. Me había trasladado a vivir a La Habana Vieja y me quedaba cerca. Ahí aprendí el famoso método Stanislavski, que es el que ahora enseño a mis alumnos. Conocí obras como Bodas de Sangre, de Lorca, Electra Garrigó, Réquiem por Yarini, otras del teatro ruso, entre ellas, de Chéjov. Empecé a interactuar más con el mundo de las tablas, a vivir otras experiencias, a encarnar otros personajes. Recuerdo que monté un monólogo de Abraham Rodríguez con el que gané el primer premio en un festival. Hice mucho teatro y creo que este es la matriz, la madre del actor. Siempre que regresamos a él, aparece el combustible que necesitamos los actores.
“Entonces empecé a tomarme más en serio esa vida. Transité hacia otro grupo que pertenecía al movimiento profesional, Arte Popular, bajo la dirección de Tito Junco, quien vio en mí cualidades y condiciones profesionales como actor. Empecé a enfrentar personajes como Julián en María Antonia, monólogos como Otelo, espectáculos de origen haitiano con bailes. En ese entonces recibíamos clases de danza, de canto, de educación musical, de expresión corporal. Empecé a formar mis propias peñas, quería dirigir, tenía muchas inquietudes. El teatro se apoderó de mi vida: salía de la escuela corriendo para los ensayos.
“Yo no pasé, en un inicio, por escuelas de arte. Después sí me incorporé. No fui por el orden lógico de estudiar en la ENA y luego en el ISA. Fui descubriendo poco a poco la magia de lo que el teatro aporta, que era una vida nueva con cada personaje. Con todos los roles que interpretaba me iba cultivando, y sin darme cuenta iba creciendo de una manera muy linda, paralela al mundo agreste que me tocara vivir, al entorno o a lo que fuera. El teatro era mi templo, mi salvación y eso lo iba experimentando siempre. Sentía como un alivio ante el mundo circundante”.
“Increíblemente, en mi vida como actor sucedió algo poco común. Pasé del teatro a la gran pantalla. Por lo general, muchos transitan hacia la radio y con suerte llegan a la televisión con pequeños personajes o extras. Ese es el orden lógico, pero en mi caso fue diferente. Luego de hacer mucho en las tablas, fui convocado por una amiga y cineasta, Gloria Rolando, y tuve el honor de compartir un rol en una historia bastante cruel sobre el Partido de los Independientes de Color en 1912. En esa especie de documental o corto de ficción, Raíces de mi corazón (2000), aprendí mucho para interpretar al personaje de Estenoz, que tenía poco diálogo, era más descriptivo, se expresaba a partir de imágenes que hablaban por sí solas. Esa fue mi primera incursión en el mundo del audiovisual”.
Mientras nos comentaba lo anterior, recordó un dato: verdaderamente, su debut ocurrió en la primera versión de las aventuras Los pequeños fugitivos. “Estuve en un taller que convocaba el ICRT, a cargo de Esperancita, una señora que tenía bajo su tutela a un grupo de pequeños de cerca de 10 años. Como miembro de este grupo, tuve la suerte de aparecer en las aventuras, en una escena en que salían niños que aplaudían en un circo, como parte del público. Sentí mucha emoción y llamé a todos en el barrio para que me vieran”.
La próxima vez que se vio a Renny Arozarena en las pantallas fue encarnando a un personaje coprotagónico. “Me inscribí en la casa de casting de Libia, en el Vedado. Libia es mi madrina, como la de tantos actores. Bendición, suerte y mucha salud para ella. Un buen día me dijo que estaban buscando un actor con mis características y me dirigí a ver al fallecido director Enrique Colina, quien iba a rodar su única película, Entre Ciclones (2003). Fui seleccionado para el personaje de Miguel, que era la contrafigura del que interpretaba Mijail Mulkay. Ese fue un paso muy decisivo: estaba en la gran pantalla, interpretando a alguien con una importancia marcada y eso hizo que varias personas pusieran su atención en mí. Fue un privilegio tremendo actuar en esa película junto a figuras como Mulkay, Mario Balmaseda y, por supuesto, estar bajo la dirección del maestro Enrique Colina. Le doy las gracias, donde quiera que esté, porque fue mi primera proyección visual ante Cuba, ante directores, actores, cineastas. De repente muchos se preguntaron de dónde había salido yo, que no había hecho radio ni televisión y de pronto estaba en el cine”.
Los siguientes son también éxitos. “Hice muchos trabajos en la Escuela Internacional de Cine, entre ellos un corto de ficción con Terence Piard, lamentablemente desaparecido muy joven e hijo de Tomás Piard, con quien trabajé después. En este corto que se llamó Bajo Habana (2003) tuve la oportunidad de compartir con Tito Junco, quien encarnaba a mi padre. Ese material me valió el Premio al mejor actor en el festival de nuevos realizadores. Fue mi primer galardón con un audiovisual.
“Teniendo en cuenta mis trabajos previos, fui convocado para la película El Benny, de Jorge Luis Sánchez, la cual tuvo el casting más largo que ha existido en el ICAIC. Aquello duró seis meses y hubo una enorme cantidad de participantes. No pensé que fuera a ser seleccionado para interpretar al personaje protagónico. Allí vi a tanta gente que se parecía al Benny y dije: «seguro seré un portero, un chofer». Pero fui pasando varias pruebas.
La anécdota del peine caliente ya la ha contado, pero nos reveló otro detalle. “Mi mamá le pasaba esos peines de hierro caliente a las mujeres del barrio y yo aún los conservo. Al pasarme uno me quemé todo el cráneo. El único que sabía que tenía la cabeza llena de quemaduras era yo. Quería tener el pelo muy parecido al del Benny y ese fue un elemento decisivo para elegirme, según me contó luego el director”.
El proceso lo catalogó como riguroso. “Después de seis meses de casting, vinieron dos años de trabajo para convertirme en el Benny. Tuve que adelgazar casi 20 libras. También surgió en ese momento otra propuesta, pues apareció Benito Zambrano con Habana Blues: él me entregaba uno de sus protagónicos, pero tuve que elegir. Podía haber hecho los dos, pero me pusieron como condición que, si hacía Habana Blues, no hacía El Benny. Finalmente, creo que tomé la decisión correcta: el Benny es para siempre”.
“Me siento con una gran responsabilidad, muy dichoso, como si lo hubiera conocido. Lo siento cercano cuando hablo de él. Asumo con mucha felicidad y orgullo que me digan Benny porque yo conozco a otro, además del que conoce todo el mundo, pero el verdadero Bárbaro del Ritmo era Bartolo. Fue una bendición y yo creo que él mismo me escogió; es algo que se sale de lo natural, tenemos muchos puntos en común él y yo: origen humilde, lo empírico en la formación…”.
Tenemos que reconocer que, casi quince años después del estreno de la película que lo ha definido tanto, era imposible entrevistar a Renny Arozarena y no hablar de El Benny. “Es inevitable hablar de Benny y lo asumo, para suerte mía y de Cuba. En definitiva, yo creo que fue una obra de muchas personas. Sería muy interesante que vieran el making–of para que entendieran de verdad cómo se hizo la obra. A veces digo que ver el making es mejor que ver la película, porque ahí te das cuenta de todas las personas que estuvieron involucradas con tanto amor, entrega, pasión, profesionalismo, como el maestro Juan Formell, Juan Manuel Ceruto, los Orishas, las muchachas de Sexto Sentido, Bárbara Yanes, Alexander Abreu, César López, Isidro Rolando… son muchos y los nombres se me pierden en la memoria, como Juan Manuel Billy, el santiaguero que puso la voz que se escucha en la película, porque la original estaba grabada en mono y no servía para cine.
“Todo el mundo me dice Benny, yo ya perdí mi nombre. El paso del tiempo no se siente. Constantemente la gente me está hablando de la película, me felicitan; hay personas que me dicen la cantidad de veces que la han vuelto a ver; conozco a algunos que la ven todos los fines de semana y yo alucino. Disfruto todas esas cosas como si fuera el primer día. Te sientes como si hubieras acabado de salir del set del filme”.
Anécdotas tiene muchas. “La más pura”: cuando en la fecha del estreno, su madre le dijo que había dejado de verlo tras cinco minutos de película, y en lo adelante solo había apreciado al Benny. Otra, más contradictoria, le ocurrió con un señor que no había visto el largometraje, pero conoció en persona al Bárbaro del Ritmo y se resistía a que los demás llamaran Benny a Renny. No le encontraba parecido. “Esto sucedió con muchos, pero cuando veían la película, los efectos y el montaje los convencían. El director y yo nos dedicamos a conversar con personas que conocieron a Benny: familia, novias, mecánico… Cuando se enteraban de que yo sería el actor que lo encarnaría se sorprendían, se cohibían; entonces Jorge Luis dejó de decir que yo sería el actor, y la gente dejó de cuestionar y se expresó más. Yo iba captando todo lo que decían. Gesticulaban, lo imitaban mucho; en esa suerte de los gestos, lo veía yo; por eso fue tan creíble la interpretación. La propia hija me preguntó cómo había podido parecerme tanto a su papá, si no existían videos de él caminando o hablando. Yo le dije que los mismos que lo conocieron me lo construyeron.
“Después de El Benny hice mi incursión en la televisión con el personaje del Mayor Felipe en Tras la huella. Estuve ahí cerca de diez años gracias a Jesús “Chucho” Cabrera, quien me convocó. Luego vinieron varias series, Rompiendo el silencio (2017), con el chino (Rolando) Chiong, sobre la violencia contra la mujer; ConCiencia (2018), con Rudy Mora, y películas como Kangamba (2008), donde interpreté a un general de la UNITA. Recientemente, en Lucha contra bandidos (2017), encarné al Comandante Daniel, basado en Juan Almeida. Sin embargo, haga lo que haga, mucha gente me dice que siempre seré el Benny”.
Todavía hay muchas cosas que quisiera hacer y “ojalá me lleguen. Me encantan los retos, las historias biográficas, el cine dramático. Creo que no hay un último ni un gran personaje mientras haya vida”.
El momento actual de la pandemia, que Renny cataloga como “un soliloquio obligado con nosotros mismos”, detuvo algunos de sus proyectos. “Tengo propuestas dos películas (una coproducción entre Cuba, Argentina y Colombia y una producción nacional) y una serie que está a la espera de que todo se normalice. Mi tiempo no se ha detenido. He mantenido el contacto con los directores de estos audiovisuales y he estado indagando sobre las épocas de las puestas. Por otra parte, dirijo un taller de actuación e invito a los interesados sin otro requisito que amar, soñar y vivir el arte. Se trata de una academia para mayores de 16 años donde enseño actuación, a través del método Stanislavski, pero trato de hacerlo integralmente y convoco a la danza, a las artes plásticas, al modelaje, por lo cual los estudiantes reciben varias disciplinas. Es un taller de acercamiento para que luego puedan escoger su preferencia. Trato de brindarles lo que no tuve, de darles oportunidades a las personas de la calle para que puedan conocer y acercarse a las artes”.
Ha recibido varios galardones nacionales e internacionales, pero “el mejor premio que tengo es el de mi pueblo, el reconocimiento como actor, el de todo el que me dice Benny y agradece mi trabajo, el que me felicita. Para mí es un privilegio enorme estar en mi tierra y tener reconocimiento aquí. Esa energía de caminar por la calle o llegar a cualquier lugar y que te reciban con los brazos abiertos, que quieran tirarse una foto, pedirme un autógrafo, ese es el mayor premio de un artista. Esa es mi mayor gloria”.
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