Los quince de Nicanor

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Fotograma de Rállame la zanahoria, otra historia de Nicanor. Foto tomada de Cuballama.

Ese tipo nos mandó a todos para el carajo sin que le faltase una letra en la oración. Éramos más que él y no le importó. Se paró en frente nuestro y nos desafió con una espeluznante confianza en sí mismo, en lo que hace, como quien no se arrepiente de una sola de sus ideas por morbosas o conflictivas que se antojen.

Llevaba pulóver a rayas y una jaba de nailon en su mano derecha. Parecía venir de la bodega o de algún “cualquier lado” que fuese tan común, tan natural, tan de nuestra esencia… que ameritase, así no más, inspirar la escena de un cortometraje. Sin embargo, estaba en una sala de cine ante un público que, por lo general, solo conoce, sin puntos medios, del amor o del odio.

Eduardo del Llano apareció como un niño atrevido e insolente ante un burujón de personas que, sin nadie haberles puesto una pistola en el cuello, decidieron dedicar la infernalmente calurosa tarde-noche de lunes 24 de junio a degustar su trabajo.

“¡Ya…! ¡Cállense!”, fue el primer ataque que esgrimió contra el público del Multicine Infanta. Presentó a grandes rasgos los motivos de su creación y en qué se inspiraba: que si el pollo, que si el avestruz, las colas, los viajes, las broncas, que si la gente ha perdido el sentido del humor, que si las composiciones de los niños de primaria…

Anunció, entonces, lo que al fin veríamos por primera vez en la gran pantalla y, ya les comentaba, en otro ataque fortuito de director desnaturalizado y maldito, nos dijo que luego podríamos irnos todos para el carajo.

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Los “quince” de Nicanor O´Donnell llegan con un material –Dos veteranos– que, según su mencionado director y guionista, tiene sabor a último envío. Un ciclo de trabajo de quince años con el resultado de quince cortometrajes; “número bonito”, insiste del Llano.

Una joven y cinco viejos, más resabiosos que nostálgicos, se sientan en la Cuba del futuro a debatir sobre sistemas políticos. La obstinación, la incultura, el egoísmo, la desmemoria, la estupidez, la indecisión, la superficialidad y la falta o exceso de carácter confluyen, se enfrentan, riñen, se desesperan… cual personajes con vida propia que intentan demostrar la pertinencia y supremacía de la comunidad primitiva, el feudalismo, el esclavismo,  la “democracia” o el comunismo indistintamente.

Se trata de gente que, al decir del propio Eduardo del Llano, van a los mismos bancos cada tarde a “hablar mierda” ante la indiferencia de un país que, en apariencia, se ha trasformado de manera radical. Personas incapaces de cambiar absolutamente nada desde el traspatio de un supermercado llamado “Patria (la cadena más barata)” en el que todo se vende.

El autor propone un juego con la realidad y la distopía mientras logra sembrar el cuestionamiento de hasta qué punto se podría hablar de una ficción en el escenario que se nos plantea. Al mismo tiempo, mediante el humor profundo y serio –en ocasiones agrio–, logra establecer un puente entre este presunto último corto de Nicanor O´Donnell y los otros catorce que componen la serie.

No importa por qué apuesta cada personaje, significativas resultan las respectivas capacidades para no detenerse en el intento –casi frustrante– de aportar a la confección de una sociedad desde sus perspectivas, por muy disparatadas o ilusas o inútiles que parezcan.

Hablamos de un cortometraje que, más allá de su carga ideológica y conceptual, lleva consigo una calidad artística que merece ser disfrutada y reída. La música, corre a cargo del ya tradicional en estos lances Frank Delgado y del joven trovador Roly Berrío.

Por encima de cualquier tecnicismo, parece no tener precio la oportunidad de ver en acción a Luis Alberto García, con canas, boina, barba y pelambre a lo guevariano, arengando tras un caminador, o a un Osvaldo Doimeadios defendiendo la forma de vida al estilo de los filmes de artes marciales, o a Carlos Gonzalvo (Mentepollo) derrochando humor y cubanía picaresca sin que le sea necesario, ni posible, formular una palabra.

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Eduardo del Llano invita al escenario a todos los vinculados a la producción del cortometraje. En poco tiempo, ante el auditorio, aparece la apretada fila de artistas y técnicos que logró transformar una idea en un pedazo de película.

Muchos de ellos, los más prestigiosos, responden las preguntas del público y fundamentan el siempre agradable de escuchar “qué significó…”.

No obstante, la voz de Luis Alberto García estremece la sala al condensar, en una frase, lo que han querido hacer desde hace quince años. Cuando se nos apretó la tuerca -explica- trabajamos más y más.

Actores, gente que, como sus personajes, quieren ayudar a crear aunque sus voces se pierdan sin respuesta y, en fin,  “con dos cojones, tratar de construir una Cuba mejor de la que tenemos”.

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