Hay actores que interpretan muchos personajes y el público no es capaz de encasillarlos con ninguno; otros dan vida a uno solo y ese les merece un reconocimiento eterno; por último, están los que, aunque desarrollen diferentes roles, siempre serán uno. Ese parece ser el caso de Mónica Digat.
Entre 2015 y 2016 llegó a nuestros hogares la telenovela cubana Cuando el amor no alcanza. Aunque su trama central se enfocaba en la ruptura de una pareja después de varios años de unión, una joven especial cautivó a los espectadores.
Mariposa fue el primer personaje que realizó Mónica Digat en una producción de ese tipo. Todavía hoy, cuatro años después, el público la identifica, y hasta con nasobuco, según nos cuenta.
Desde Cubalite conversamos con quien, por este orden, es instructora de arte, comunicadora y actriz, aunque esta última ha sido siempre su vocación.
Nacida y criada en el Vedado habanero, “fui la típica niña citadina que siempre estaba dentro de casa por el peligro a las calles. Mi entretenimiento mayor, cuando era pequeña, fue ver a mi abuela coser mientras escuchaba sus novelas radiales, por lo tanto, el interés por el mundo de la actuación me llegó desde muy joven”.
Los juegos preferidos durante la infancia de Mónica incluían disfraces. “Me encantaba interpretar personajes, mi mamá decía que me pasaba la vida con sus tacones y sus vestidos puestos, cosas típicas de niña”.
Con ese interés tan marcado, le preguntamos sobre qué quería ser de mayor y dijo: “de todo: maestra –esto ténganlo en cuenta para más adelante–, médico, cocinera… hasta que decidí que la actuación era lo que más me gustaba”.
“Mi mamá me puso en el grupo de Raúl Eguren, donde descubrí que actuar era fascinante. Ahí estuve un tiempo, aprendiendo muchísimo de él hasta que cumplí los 13 años y entré en un grupo de teatro de Humberto Rodríguez en la Casa de la Cultura de Plaza. Disfruté esas experiencias al máximo”. Allí conoció a jóvenes que compartían su misma pasión por la actuación. “Representamos obras, hicimos teatro de calle… eso me hizo darme cuenta de que, definitivamente, aquel era el espacio donde yo quería crecer y desarrollarme”.
Lo que viene a continuación es una historia larga, pero que bien resumió la propia Mónica de esta forma: “la vida no es, quizás, hacer todo lo que quieres, sino querer todo lo que haces”.
A los 15 años, la joven había decidido que su formación estaría dentro del mundo de la actuación e hizo las pruebas para entrar a la Escuela Nacional de Arte. “No quedé seleccionada, pero por ese entonces comenzaba el proyecto de los instructores de arte y a mí eso me interesaba mucho porque reunía mis pasiones: a mí me gustan mucho los niños y ser maestra era una profesión que me agradaba también. Pasé esa escuela y me hice instructora de teatro. Entré siendo una persona y salí siendo otra”. De esta etapa recuerda y agradece a todos, “desde Bebo Ruiz, que es mi pilar y fue mi mejor amigo en aquella época, hasta Eugenio Hernández Martín, Tony Díaz, Adela, maravillosos profesores que me inculcaron todo lo que necesitaba para comenzar”.
El trabajo como instructora le fascinaba. “Dirigí un grupo de teatro infantil que primero fue una Colmenita, la del este, -en ese momento vivía en Habana del Este- y luego pasó a ser Semillas de girasol: treinta niños que hoy siguen siendo mis niños, aunque todos están grandes”.
A la par de lo anterior, comenzaban sus primeras actuaciones en la televisión. “Mi primer papel se lo agradezco a la realizadora Elena Palacios, fue en La madriguera del conejo blanco (2009) donde interpretaba a Marina, uno de los personajes protagónicos que vivía una experiencia en mundos paralelos. Después hice otro teleplay, Historias cotidianas, una comedia en la que tuve mi primer reto de trabajar con Osvaldo Doimeadiós, uno de los grandes de este país, al cual admiro muchísimo y que hoy es mi amigo y lo quiero con la vida”.
El espíritu inquieto de Mónica Digat no se detuvo con la formación como instructora de arte y matriculó en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana en la carrera de Comunicación Social. “Para mi tesis desarrollé un documental que vincula cultura comunitaria y cine en mi localidad, el Vedado, y conocí a Maité Vera, guionista de Cuando el amor no alcanza, El viejo espigón y otras tantas novelas cubanas. Era mi amiga, la extraño y le mando un beso muy grande donde quiera que esté. Ella vio algo en mí que le gustó para el personaje de Mariposa, y le pidió a Padilla, el director de la novela, que me hiciera el casting. Pasé todo el proceso de selección y finalmente logré debutar en el programa”.
Representar con tanta sensibilidad a una muchacha con capacidades especiales marcó un antes y un después para la actriz. Durante ese proceso se documentó, buscó orientación y, sobre todo, tomó como ejemplos a personas con estas características.
“Me pasaron cosas muy lindas con aquel dramatizado. Hubo quien vino a mi casa a ver si yo realmente tenía algún retraso o problema mental. Algunas madres fueron con hijos que tenían un ligero autismo y me los presentaron. Dondequiera que iba, el pueblo me detenía para decirme cosas lindas. Existieron muchas versiones de Mariposa: unos creían que ella era una niña muy sensible, médium, capaz de predecir el futuro; para otros era alguien con discapacidad intelectual que había sido sobreprotegida por sus padres. Muchos la consideraban muy inocente, con 12 años, cuando realmente el personaje tenía 25, pero tenía una mentalidad de niña pequeña”.
Entre las anécdotas más destacables recuerda un día que estaba caminando por la ANCI (Asociación Nacional del Ciego) y había un grupo que estaba con la guía, quien les explicó que ahí se encontraba Mariposa. “Todos estaban al tanto de la novela, me abrazaron y me dijeron: «nosotros no la vemos, pero la escuchamos y te queremos muchísimo porque te vemos con el corazón». Es una de las experiencias que atesoro y le agradezco tanto a Maité, a Padilla como al resto del equipo. Esa niña mágica no solo me cambió a mí internamente, también se quedó en el pueblo. No creo que haya otro personaje mío que lo pueda superar, me entregué en cuerpo y alma como hago con todos, pero Mariposa venía con magia desde que la escribieron, y que me haya tocado a mí es, más que un honor, una suerte”.
“Después he hecho otras novelas que han sido muy buenas. En cada una he aprendido muchísimo porque me ha tocado rodearme de grandes actores, directores, de equipos de trabajo diferentes. Entré al mundo de la televisión sin muchos conocimientos y la práctica ha sido mi escuela. La segunda en que participé fue Más allá del límite (2019), donde interpreté un personaje totalmente diferente a Mariposa. En esta era Jakeline, una muchacha que representaba a todos aquellos jóvenes que, por querer emprender y conocer nuevos destinos, se van de su casa, elevan el vuelo hacia otros países y viven lo duro y difícil que es estar lejos de la familia”.
Antes, había encarnado a Yamilka en la serie policiaca UNO. “Me fascinó porque no tenía nada que ver con todos los que había hecho anteriormente. Esa muchacha creció y se desarrolló en un ambiente muy hostil, donde tuvo que aprender a convivir y, por ello, tenía un personaje montado dentro de aquel mundo para poder estar allí. Era intermediaria entre un grupo que vendía drogas y los compradores; a pesar de eso, dentro de toda su personalidad exageradamente extrovertida, tenía un matiz de bondad”. Curiosamente, al incio el público no la reconoció. “Les costó porque el look era totalmente distinto y parecía que no podían ver a Mariposa haciendo este personaje, hasta que lo han repetido en otras ocasiones y ya me han reconocido”.
Otro de los audiovisuales en los que hemos visto a Mónica Digat es la serie De amores y esperanzas, estrenada en 2017 y que ya lleva cuatro temporadas. Ahí da vida a Lili, y aparece en la tercera y cuarta entrega, la cual se transmite actualmente en las noches de jueves. “Agradezco a Raquel González, guionista y directora, al equipo maravilloso. He tenido la suerte y el reto de trabajar como hija de Corina Mestre, una de las grandísimas actrices de este país que me ha enseñado muchísimo en todos los sentidos. Ha sido una experiencia muy valiosa para mí, pues además trabajo junto a mi hija, que en la serie interpreta el mismo rol”.
“Trabajar con mi niña es un placer y, a la vez, un reto, porque no somos Mónica y Sofía, sino Lili y Paloma, otra relación, igual de amorosa como la que tenemos, pero en otra circunstancia. Mi hija está en el mundo de la música, pero Raquel ya había trabajado con ella anteriormente: en el inicio de la serie, había interpretado a Dorita, pero como había crecido tanto y la niña que tenía el papel de mi hija no estaba disponible para trabajar, entonces se decidió probar con Sofi una vez más y fue una experiencia espectacular. Ella se adapta muy bien a las cámaras con esa capacidad natural que tienen los niños de jugar a interpretar un rol, sin preocuparse tanto como los adultos y lo disfrutó mucho”.
Sobre su hija nos contó que, “durante este periodo de cuarentena, la posibilidad de tocar un instrumento ha evitado que en algún momento me diga que se siente aburrida o que no tiene nada que hacer. Ella tiene un mundo mágico, maravilloso, que está lleno de melodías y en él se entretiene muchísimo”.
¿Recuerdan cuando mencionábamos el espíritu inquieto y creador de Mónica?, pues… “además de actuar, me encanta escribir. La dramaturgia me fascina, de hecho, es una de mis grandes pasiones. Yo, algún día, seré guionista. Estoy trabajando en una película que se quedó en proceso, pues a raíz de la cuarentena tuvimos que detenernos. Se llama Alma mía y su esencia es la familia. Estamos en el taller de análisis de guion, para luego pasar a la fase de búsqueda de financiamiento y preproducción”.
Otro de los roles que ha desempeñado es el de asistente de dirección. “Los actores cubanos nos caracterizamos por hacer muchas cosas que nos gustan y probarnos en diferentes roles. He sido asistente de Alejandro Pérez, realizador de videoclips, un amigo entrañable que me ha enseñado mucho del mundo detrás de la cámaras, algo que me sirve como actriz, guionista, y quién sabe si en un futuro también para dirigir”.
Casi al finalizar la entrevista mencionó su paso por las tablas. “He trabajado en teatro y me encanta. De hecho, digo que a cada rato me regalo una temporada teatral, si es posible, porque realmente ese es un medio que lleva demasiado: mucho esfuerzo, sacrificio, tiempo, y entonces me es más complicado dedicarme completamente a él, aunque me fascinaría”. Nos comenta sobre la obra El último fuego, que hizo con el grupo de teatro Aldaba. “Fue en el período del Festival de Teatro Alemán aquí en Cuba, y era una tragedia donde interpretaba un personaje que era cómico dentro de lo trágico. Tenía una historia muy fuerte: era una mujer que había padecido cáncer, le cortaron los dos senos y supo sobrellevar la situación y convertirla en una forma de disfrute. Agradezco a Irene, directora del grupo, y a los actores con los que compartí. Nunca había hecho tragedia, monólogos sí, y esa fue una experiencia maravillosa”.
En un aula, en teatro o televisión, Mónica se entrega. “Todo en mi vida lo hago con mucha pasión, y lo que más valoro es que cada experiencia se disfrute y hay que aprovecharla porque esto se trata de no hacer todo el tiempo lo que quieres, sino querer todo lo que haces”.
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