A Mario Sardiñas todavía no le quitan del corazón al viejo Jaronú. Aunque hace años tiene dirección de La Habana, este reconocido humorista sigue pareciéndose bastante a aquel muchacho que se pasaba la vida trepando matas y bañándose en cualquier río cercano a su pueblo, ubicado en el municipio de Esmeralda, Camagüey.
Hoy, ‘Chequera’, nombre que se le ha quedado luego de tantos años interpretando a ese personaje del popular programa Vivir del cuento, vive en Arroyo Arenas, pero mantiene la esencia del guajiro que nació el 28 de diciembre de 1975 en los terrenos de lo que hoy es el central Brasil.
Además de los ensayos para mantenerse al día con el show de más audiencia en toda Cuba, este hombretón pasa su tiempo entre la crianza de sus animales y cualquier otra cosa que apasiona a muchos cubanos nacidos y criados en el campo. Igual, cuando hay un chance, se suma a jugar baloncesto por el barrio y disfruta especialmente cada vez que puede cocinar y reunir a buena parte de su familia bajo el mismo techo.
Desde la cercana distancia que nos permiten las redes sociales, Cubalite logró contactar con Mario y conversar sobre su carrera, una que va mucho más allá del viejo jaranero que visita nuestros hogares cada noche de lunes por Cubavisión.
¿Cómo mantienes la conexión con tu lugar de nacimiento?
A mi hija le encanta que yo le haga los cuentos de mi infancia. Ella, antes de dormir cada noche, me dice: “papito, hazme cuentos de Jaronú” y la verdad es que tengo material de sobra para entretenerla.
Imagínate que, entre otras cosas, yo fui payaso en el batey. Me llamaba Socotroco y cobraba 20 pesos en moneda nacional por actuar en cumpleaños. Una vez me pagaron y me quedé ahí para la parte de la comida, pero cuando vino la muchacha repartiendo, me dijo: “¿así que además de cobrar también vas a querer una “cajita”? No, escoge una de las dos opciones”.
En otra ocasión, tenía que ir a una función en Esmeralda y salí de lo más perfumado de mi casa para allá. Mientras estaba esperando algo en la línea, pasó un camión y me le tiré con mochila y todo, pero resultó que el camión venía lleno de pescado y llegué con una peste tremenda a trabajar.
Incluso después de tanto tiempo en La Habana, yo sigo regresando a Jaronú y a mi hija le encanta la tierra colorá. Al final, me gusta acordarme de esas cosas que pasamos y me parece que todas las historias de dificultades de esa época fueron un cimiento bueno para arrancar con todo lo que vendría después.
Lo único que me duele es ver hoy destruidas o desatendidas esas instituciones culturales en donde trabajé y me formé.
Y el humor, ¿de dónde te llegó?
Aunque en la primaria hacía cosas artísticas, lo del humor me llegó después, cuando me fui para Villa Clara a estudiar Tecnología Química Azucarera en el instituto politécnico “Pedro María Rodríguez”. En esa ciudad, una de las principales canteras humorísticas de Cuba, conocí grupos como La Oveja Negra, Cortocircuito, Apagón y La Leña del Humor, los cuales me enseñaron y además me despertaron el interés por esa manifestación.
¿Qué pasó después de terminar tu ciclo de cuatro años en Santa Clara?
En 1994 me gradué y volví para mi pueblo, en donde me pasé poco más de un año en el central antes de comenzar a trabajar como promotor en la Casa de la Cultura. Luego me hice instructor y hasta monté un grupo, pero la primera cosa realmente seria ocurrió en el municipio Florida, en donde me uní a Teconté, agrupación con la que participé en mi primer festival Aquelarre.
Después de aquello, intenté entrar en el Instituto Superior de Arte, pero “ponché” la prueba de ingreso de Matemáticas y tuve que buscar otro camino. Por suerte, me llamaron del Centro Promotor del Humor para participar en uno de los cursos de verano que le daban a gente de todo el país. Estaban dirigidos por Osvaldo Doimeadiós y nos dieron clases profesores como Armando Suárez del Villar y Carmen Fragoso, entre otros.
En el 2000 vino mi inicio como solista, con mi monólogo Postmodernofobia, en donde adapté todo ese lenguaje postmoderno al personaje de un utilero de teatro. Ese año obtuve premio al mejor monólogo y al siguiente logré también ser reconocido por otra obra que presenté. Desde 2002 hasta 2004 estuve presentándome y sacando algunos resultados en los Aquelarres.
Se habla poco sobre la serie El nieto de Shelock Holmes ¿Qué recuerdos tienes de ese programa?
Lo primero que hice en televisión fue el personaje de Chuchi, que salió en el programa A moverse, en parte, gracias a la ayuda de Esteban Averhoff, quien siempre fue un gran aliado de todos los humoristas.
El nieto… me llegó mediante la gente de La Oveja Negra. Ahí fui Mycroft Holmes, el hermano del protagonista, que era interpretado por Tillo. Fue una propuesta diferente, algo de televisión dentro de la televisión, y el público no supo apreciarlo demasiado en su momento. Tampoco teníamos en esa época retroalimentación ni nada parecido y eso también hizo que no supiéramos muy bien si era necesario cambiar o mejorar algo con tal de conectar mejor con la audiencia.
De todos modos, fue tremenda experiencia por la cual le agradezco a Nwito y al director Armando Arencibia. Ahí, más allá de pasármelo muy bien durante los nueve capítulos que filmamos, tuve la oportunidad de compartir escena con grandes como Paula Alí y Frank González.
Después de El nieto… estuviste algunos años exclusivamente en el teatro y otros espacios ¿Por dónde vino Vivir del cuento?
Tras aquella breve etapa en la pantalla, regresé al teatro y estuve varios años haciendo giras y actuando por todo el país con el Centro Promotor del Humor. El regreso se dio con Los amigos de Pepito, programa de participación al que venían “cuenteros” de todo el país. Al terminar el proyecto, se decidió mantener más o menos el formato y hacer otra propuesta en donde también hubiera sketches.
Lo que pasó fue que cuando arrancó Vivir del cuento, la calidad de la competencia no tenía la misma “pegada”. Entonces decidimos eliminar el concurso y dejar solo la parte dramatizada con Pánfilo, Cuqui la Mora y algunos personajes más. Todo fue saliendo bien y eventualmente nos movieron del domingo a las cinco de la tarde hacia el lunes en horario estelar de las ocho y media de la noche.
El último año se vieron obligados a cambiar la forma de hacer el programa, pero, pese a ello, lograron sacarlo adelante y darle a la gente el tan necesitado alivio cómico de la semana. Cuéntame cómo viviste tú esta etapa.
Cuando arrancamos a hacer los programas desde la casa, pensamos en “mudar” a Chequera para el campo y aprovechar las situaciones de este lugar en pos del argumento de cada capítulo. Ahí comenzamos a depender aún más de la creatividad, pero a la vez hicimos que la familia se involucrara muchísimo y la verdad es que sin ellos nada de esto hubiera salido.
En mi caso, como soy el que más lejos vive, lo que hacía era despertarme temprano y poner a todos a trabajar. Mi esposa me daba los pies, mi hija hacía el maquillaje y mi sobrino filmaba con el celular. También me ayudaron cantidad los vecinos, pues pusieron de su parte, ya fuera prestando un carretón o sus propios terrenos; también ayudaron con el silencio cuando hizo falta.
Otro elemento que aprovechamos con este ritmo de producción fue seguir las cosas de actualidad, que es también la razón por la cual nunca hacemos temporadas demasiado largas. El tema es que siempre tememos que se nos escape algo o un chiste se ponga viejo, y son dos cosas que Vivir del cuento no se puede permitir (risas). Hemos estado tan pendientes de eso, que incluso en ciertos momentos hemos hecho grabaciones extra con tal de incluir alguna referencia graciosa de última hora en el programa de la siguiente semana.
¿Afecta o no la censura a Vivir del cuento?
En cuanta entrevista le hacen a algún integrante del equipo, siempre preguntan eso, y hasta ahora mantenemos la misma opinión: la censura existe, pero si uno es capaz de trabajar las cosas justificadamente y las trata con la suficiente inteligencia, todo se puede decir.
¿Cómo ha sido mantener el mismo personaje por más de una década?
Nunca antes me había desarrollado como contrafigura, sino, más bien, había sido siempre el tipo jodedor, así, directamente. Haciendo a ‘Chequera’ fue que entendí ese rol y cómo funciona en un programa de este tipo.
Él siempre llega, plantea la situación y enreda a Pánfilo o al que sea. Es un músico frustrado con sus Rompetímpanos de Mayarí; un tipo inmaduro, irresponsable, solitario, pero que siempre está dando “perro muerto” en casa del protagonista.
Curiosamente, a pesar de su edad, es como un niño chiquito. Su personalidad despreocupada e irracionalmente optimista ha hecho que varios muchachos se sientan identificados con él y que se les peguen sus frases. Te sorprenderías si supieras la cantidad de chamas que me saludan cuando voy por la calle.
En general, ha sido un reto grande, porque estar todo el tiempo al lado de Luis Silva es algo que te reta muchísimo, pero, en un final, eso también es de gran ayuda y hace que uno se sienta mejor cuando está en escena.
Otra cosa que me ha permitido ir enriqueciendo al personaje es el hecho de que siempre se piensa a nivel colectivo, o sea, que nadie es egoísta con los chistes y las ocurrencias. Tratamos de pensar en las mejores líneas para cada quien y cambiamos lo que haga falta con tal de que todo funcione lo mejor posible en ese sentido.
¿Qué tal les fue lidiar con la ausencia repentina de Andy Vázquez (Facundo)?
Fue un golpe duro, sobre todo porque sucedió casi de la noche a la mañana. En el momento en que Andy tuvo que dejar el programa, los suyos eran personajes a partir de los cuales surgían muchas situaciones graciosas, y no tenerlo en el elenco significó un bache.
Recuerdo que durante los cuatro o cinco primeros programas que se hicieron luego de la “desaparición” de Facundo, se notaba a la gente un poco inconforme y había una sensación de tensión en torno a Vivir del cuento.
Sin embargo, ya antes habíamos tenido que lidiar con otras ausencias, como cuando se fueron Cuqui la Mora (Aleanys Jáuregui) e Indirita (Olivia Manrufo), así que lo que tocaba era mantenernos en movimiento como única clave para superar ese nuevo obstáculo.
Lo que nunca debe hacerse en estos casos es intentar sustituir al personaje “de ahora para luego”, porque cuando la gente le tiene tanto cariño a alguien como Facundo, el que venga después puede terminar siendo rechazado, da igual si es uno de los mejores humoristas del país.
Afortunadamente, fueron apareciendo otros personajes como Isidoro y se le fue ofreciendo más protagonismo a otros que ya existían, lo cual permitió darle un respiro al programa y ampliar los temas que tenemos a mano para nuevas temporadas y episodios.
Lee más:
Marlon Pijuán: «El mensaje que transmite Isidoro en Vivir del cuento no puede desaparecer»
0 Comentarios