Los infinitos significados de una llamada perdida en Cuba

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No me llames más, que me vas a quemar

 Mamita no me molestes, que te apago el celular

Clan 537

Desde 1871, cuando Antonio Meucci inventó su teletrófono, las cosas de la telefonía, lógicamente, han cambiado demasiado. A lo largo de estos casi 150 años hemos tenido modelos de marcación por pulsos, en los que el duro disco central obligaba a nuestros dedos a ejercitarse al nivel de un atleta olímpico. Luego vino un sistema de pulsos, mucho más eficiente y sencillo, con sus opciones de llamada en espera y remarcado. Pero no fue hasta los años 90 del siglo pasado que nos cambió la vida: llegó el celular.

Aquí en Cuba esos aparatos eran más o menos usuales alrededor de los 2000, pero una década más tarde la “furia móvil” comenzaría a gran escala. La situación ha sido tan fuerte, que a estas alturas ya se cuenta en 5 millones la cantidad de líneas activas en todo el Archipiélago.

Tener un celular significa, para el cubano promedio, una necesidad equiparable con la de tener un televisor, un refrigerador o una lavadora. Hay quienes lo ponen, incluso, por encima de esos electrodomésticos fundamentales para el hogar de cualquiera que tenga “dos dedos de frente”.

Actualmente, con la proliferación del internet por datos móviles, los cubanos viven bajo la filosofía del “sin saldo, pero con megas”, la misma que los mantiene pegados al teléfono como si hubieran nacido así. Andar con el “tareco” electrónico en la mano, ya sea para mandar mensaje de texto o revisar el “Feijbu”, se ha vuelto una costumbre casi enfermiza para muchos que no son capaces de imaginar sus vidas sin esa “pantallita” que les acompaña a todas partes.

Sin embargo, no hemos venido aquí a hablar sobre la creciente —y preocupante— adicción de la gente al móvil, sino de otra costumbre muy propia de los cubanos asociada a esos terminales: el timbre.

Entender el significado de una llamada perdida es casi tan difícil como interpretar las señales del código Morse. La diferencia radica en que este último puede ser aprehendido después de unas cuantas clases, mientras que para lo otro, bien podríamos necesitar, como mínimo, un par de doctorados.

Para ir a la génesis del asunto habría que viajar a los años en que tener celular era un asunto de nervios. En los días del período “Cubacélico” Superior, recibir una llamada podía ser motivo de hipertensión y taquicardia. Algunos jóvenes pueden preguntarse el motivo de tanta exasperación, pero entenderán de inmediato cuando les diga que las tarifas eran bastante altas (1.50 CUC por minuto, lo mismo si te conectabas 10 segundos que 59) y, además, existía la “diabólica” regla de que pagaran ambos interlocutores, todo lo cual convertía cada llamada en un potencial derroche de dinero.

De esa etapa proviene la costumbre de “dar una perdida” para expresar un “algo” indeterminado. Ni siquiera los nazis, dueños de la máquina Enigma, lograron un sistema de codificación tan complejo. Nosotros tenemos un nivel superior de protección anti-hackeo: “el cuadre”. Es así que sólo los dueños de cada móvil saben qué quiere decir un timbre.

Pasado el tiempo, y reducidas (un tin) las barreras de precio por llamada, apareció un nuevo dilema. Enfocada en buscar nuevas variantes para generar(nos) dolores de cabeza, ETECSA creó otra maniobra digna del mismísimo Nicolás Maquiavelo: los asteriscos (88 y 99).

La primera variante significaba que pagaba quien llamaba; en la segunda, gastaba el que la recibía. El *88 se convirtió entonces en una señal de amor, cariño y respeto, mientras que el *99 pasó a ser motivo de discordia entre los habitantes de este país. Curiosamente, Etecsa dispuso hace tiempo que “el que llama paga”, pero por cosas de la vida, mantiene la otra opción. Vaya usted a saber por qué.

De cualquier manera, lo de los timbres ha seguido evolucionando hacia maneras más rebuscadas. Aunque persiste el método “clásico”, también tenemos una nueva galería de variantes o códigos para comunicarnos cuando no tenemos, o no queremos, gastar dinero en un mensaje de texto o una breve llamada.

Así, podemos encontrar timbrazos-de-una-vez con mensajes sencillos, del tipo “ya llegué/ya salí/ya voy en camino”, “conéctate urgente”, “me estoy acordando de ti ahora mismo” y también los hay más elaborados y terrenales, al estilo “acuérdate de ir a coger el arroz, que se va a vencer”.

Luego tenemos algunas combinaciones:

  • una vez: para que te conectes al Sijú, dos para “Guasá” y tres para Messenger;
  • una vez significa “te quiero”, dos “te quiero muchotote” y tres “estoy más caliente que un microwave”;
  • si te timbro una vez es que ya salí, dos veces es que llego rápido, y tres quiere decir que me demoro un poco más;
  • una perdida es para “ven para acá, que mi marido acaba de salir”, dos para “espérate, que acaba de regresar” y tres para “lo siento, mejor lo dejamos para otro día”.

Necesitaríamos unas cuantas páginas más para exponer “a full” este fenómeno tan característico de la Isla. En todo caso, esperamos que haya entendido nuestro punto. Por si acaso, siempre puede darnos un timbrecito si quiere aclarar alguna duda. O dos, si quiere recibir una conferencia magistral.

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2 Comentarios

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  1. En cierta occasion, cuando los celulares no estaban muy difundidos. Me encontraba con un grupo de estudiantes chinos por la zona de Cojimar y veo a un tipo vendiendo puré de tomate. Decidí llamar a mi esposa a ver si quería que lo compraba. Y uno de los estudiantes -que por cierto, tenían una excelente cultura financiera me dijo. «Profe, la llamada le va a costar más cara que el puré.»

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