En junio de 2018, Juan José Santisteban llevaba varios meses en la mira de las fuerzas del orden colombianas y también de la DEA estadounidense. Luego de que cayeran muchos de sus asociados, vivía encerrado en su apartamento de la zona privilegiada de Medellín conocida como El Poblado, protegido por las fuerzas de seguridad que resguardaban a sus vecinos, casi todos políticos importantes.
Sin embargo, su mujer ya estaba cansada de vivir en aquel “palomar” y un día le insistió tanto que él accedió a llevarla a comer a un restaurante cercano. Y ahí cayó definitivamente. Pero ese es solo un segmento de la larga historia que comenzó en Cuba en los años 60.
El protagonista de este relato, quien llegaría a ser conocido conocido como “el Pablo Escobar cubano”, nació en la mayor de las Antillas en 1965 y, antes de llegar a una edad suficiente para tener sentido del mundo, ya vivía en Estados Unidos junto a su familia.
Tiempo después en Miami, su ciudad de residencia, entabló vínculos con bandas colombianas que allí actuaban. Luego de varios años de actividad en el país norteamericano, debió marcharse a Venezuela para evadir las investigaciones de la DEA. En tierra bolivariana creó una nueva red de contactos con traficantes que operaban en la zona del Caribe y se especula que contó con la ayuda de altos cargos militares para obtener un pasaporte venezolano a nombre de Juan José Santisteban Gómez.
Se hizo de una flotilla de aviones con las que movía su “producto” y hacía crecer su operación conjunta con el cártel mexicano Jalisco Nueva Generación, dirigido por Nemecio Oseguera Cervantes. Fueron precisamente estos “socios” quienes le apodaron como Chacal, pues según ellos José tenía un don especial para moverse con diferentes identidades y disfraces.
A la par de sus negocios en tierra de los aztecas, él se conectó con la Oficina de Envigado, cártel colombiano radicado en Medellín. El éxito que tuvo allí lo llevó en 2014 a cambiar su residencia con el objetivo de supervisar más de cerca sus “emprendimientos”.
Se dice que pagó 30 millones de pesos en Colombia para naturalizarse. Entonces comenzó a usar la “máscara” de Pedro Antonio Becerra Cárdenas, un exitoso negociante, y realizó uno de sus movimientos más brillantes: se compró un nada humilde apartamento en El Poblado. Al instalarse en ese sitio, residencia de muchos peces gordos de la política antioqueña, garantizó su total seguridad, y algo similar hizo al conseguir una finca en el privilegiado Llano Grande, lugar en donde tenían las suyas otros actores de peso en ese departamento del país sudamericano.
Una vez “amarrado” todo en Medellín, se fue hasta Catatumbo y pactó con algunos sectores del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y también con la organización de Los Pelusos. De ahí se fue a Nariño, en donde “fichó” a varios guerrilleros de las FARC que iban por su cuenta y, al fallar su alianza con un tal Guacho, se asoció con otro sujeto llamado David, junto a quien creó las Autodefensas Unidas del Pacífico (Aupac), un pequeño ejército de 150 sicarios que operaban en la selva de Nariño para resguardar sus laboratorios clandestinos y las expediciones para transportar la droga a bordo de embarcaciones semisumergibles.
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Tras concretar estas movidas, garantizó que su “mercancía” saliera hacia el Caribe, también rumbo a Venezuela y, además, con destino al Pacífico mediante el litoral de Nariño.
Sin embargo, aunque Juan José se mantenía a salvo en Medellín bajo su tapadera de empresario, la policía colombiana rastreó a varios de sus subordinados. A través de las llamadas interceptadas a Cusumbo, encargado de las Aupac, tuvieron el primer indicio del cubano y luego destaparon “basura” hasta llegar al Chacal.
El general Jorge Vargas asumió el liderazgo de una la operación conjunta que realizaron la DEA, la Fiscalía colombiana y la Dirección de Investigación Criminal e Interpol para “cazar” al narco antillano.
El punto de giro de la investigación vino cuando lograron detener a dos mexicanos que se encargaban del avión que tenía Santiesteban/Becerra en la zona de Pereira, de quienes obtuvieron el nombre de su empleador, también conocido como “El Gordo”.
Sin embargo, a la hora de armar el dispositivo de vigilancia en El Poblado, la situación se complicó, pues la seguridad del área les hacía imposible acercarse al Chacal. Finalmente encontraron una manera de conseguir información a través de los vicios del capo.
Resulta que este “camaleón” es amante de los caballos y solía asistir frecuentemente a competencias. En esos espacios se colaron los agentes, enmascarados como personal de servicio, y así lograron grabar audios que lo incriminaban a él y a sus colegas.
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La captura del cabecilla sucedió en junio de 2018, de la forma más inesperada para él. Al detectar que salió junto a su mujer rumbo al lujoso restaurante que quedaba al frente de su apartamento, a los agentes les bastó con personarse y esposarlo sin gran aspaviento, tras lo cual le informaron de la orden de extradición de la corte del Distrito Sur de la Florida que pesaba sobre su persona.
Tras sacar de las calles definitivamente al Chacal después de casi dos años de investigación, la fuerza conjunta se dedicó a desenmarañar su red. Al hacerlo, descubrieron que en 2016 llegó a tener capacidad para trasladar alrededor de 25 toneladas al año de cocaína desde Colombia hacia América Central y Estados Unidos. Fue extraditado finalmente en 2019, a raíz de una orden firmada por el presidente Iván Duque.
“Por la cantidad de droga y las conexiones mafiosas dentro y fuera del país, sin duda alguna se trata de uno de los personajes más relevantes en el mundo del narcotráfico de los últimos años. De allí la importancia de esta operación entre la Policía, la DEA y la Fiscalía”, declaró el general Vargas al referirse a este hombre que llegó a ser tan “célebre”, que la Interpol emitió en su contra una circular roja para su captura en 180 países.
Aunque aparentemente las movidas del Chacal habían cerrado con su detención, cinco años después, a finales de mayo de este 2023, en el aeropuerto El Dorado, de Bogotá, las fuerzas del orden colombianas arrestaron a Elizabeth “La cucharita” Durán Sinisterra, lugarteniente de Santiesteban/Becerra que había continuado la operación desde Monterrey, México.
“Era la encargada, según la agencia americana, de enlazar las rutas para el envío de clorhidrato de cocaína desde México hacia los Estados Unidos; presuntamente para la estructura de narcotráfico y lavado de activos, de Juan José Santiesteban, alias ‘El Chacal’ o ‘Pablo Escobar cubano’. Esta estructura transnacional de narcotráfico tendría alianzas con el cartel de Jalisco Nueva Generación y las AGC (Autodefensas Gaitanistas de Colombia, también conocidos como Clan del Golfo)”, explicó la policía al momento de su aprehensión.
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