La historia de este chico no empieza, como tantas, por el camino conocido. Igual que el héroe de las mil caras de Joseph Campbell, Yolexis Collado vivía en un mundo regular. La pelota, el deporte de toda la vida en esta Isla con forma de diamante, fue su primera opción. Tampoco terminó cruzando el primer umbral así, tan fácil como un primer rebote dentro del área. Antes pasó por el judo. Terminó con una mano maltrecha.
“Recuerdo que lo del fútbol comenzó a los nueve años, cuando un profesor fue a la escuela buscando muchachos con algún talento o aptitud para practicarlo. En ese momento me apunté, siguiendo un consejo de mi mamá, quien siempre me habló de la importancia de buscar otras actividades para ocupar mi tiempo fuera de la escuela.
“La cosa no inició tan bien, porque falté a la primera clase y el profesor fue a mi casa, habló con mis padres y les explicó la seriedad del trabajo que se hacía allí y la necesidad de que yo me sintiera incluido”.
Luego de ese primer acercamiento, el muchacho comenzó a sentirse en su elemento. Llegaron los éxitos primigenios. El juego constante impulsó un rendimiento notable y en el complejo Ciro Frías de Arroyo Naranjo empezó a corearse su nombre como sinónimo de crack.
A partir de ahí el ascenso fue constante. Las aptitudes de Yolexis se combinaron con la calidad de un equipo capitalino que en aquella época estaba formado por una “banda” de alevines nacidos durante el más crudo cénit del Período Especial. Incluso con 10 u 11 años, aquellos niños sorprendían a los adultos por su talento y madurez a la hora de pararse sobre la cancha. Por esa época fue que la generación del ’94 despertó el interés de los expertos.
Más tarde llegaría el paso hacia la EIDE. De la mano del “profe” Lázaro Francisco, y aún siendo alumno de primer año, Yolexis se coló en la convocatoria para el equipo que representaría a la escuela en campeonatos de las diferentes categorías. Su despertar en la medular y la inoportuna lesión de un compañero le consiguieron el puesto. Pasó el tiempo y en el once titular se juntarían con Collado otras dos futuras promesas: Andy Baquero y Daniel Luis Sáez.
Pero como toda buena historia heroica, llegó el momento de la prueba traumática. En 2011, la clase de 1994 viajó a Montego Bay con la ilusión de ganarse un pasaje a la Copa Mundial sub-17 de ese año, que organizaría y ganaría México. Colocados en el grupo B junto a Estados Unidos y Panamá, las cosas no fueron nada bien. Una derrota 1-3 frente a los norteños y un posterior empate sin goles contra la selección canalera, fueron la prueba de realidad que necesitaba el aún inmaduro equipo para reconocer el largo camino que había hasta la cima.
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Un año más tarde, el panorama no parece demasiado prometedor. En medio del llamado para iniciar el camino mundialista con la sub-20, la noticia del cambio de técnico no es bien vista por Yolexis, y tampoco por su nuevo mánager. En ese momento Raúl González Triana, habituado a la absoluta, recibió el encargo de trabajar como sustituto de Alexander González, designado en ese momento para guiar a unos diluidos Leones del Caribe.
“Recuerdo que él (González Triana), acostumbrado a trabajar con la mayor, cuando llegó a nosotros se sentía como degradado, pero cuando empezó a ver cómo nos desempeñábamos, se fue encariñando con la tropa y poco a poco llegamos a lograr lo impensado”.
La experiencia de sentirse en el Mundial empezó a vivirse un poco antes de aterrizar en Turquía. En Puebla, México, se efectuó la última fase clasificatoria de Concacaf, y allí, ya con el pasaje en la mano, los cubanos se sintieron mundialistas por primera vez. Habían obtenido el premio por sus propios méritos, y eso lo reconocieron los aficionados de diferentes países —hondureños, mexicanos y salvadoreños—, que in situ felicitaron al once antillano por su éxito.
Al pensar de nuevo en la gran cita, a Yolexis le salen solo un par de palabras: emoción y aprendizaje.
“No sabíamos que íbamos a estar en el partido inaugural, en donde tuvimos la suerte —y el orgullo— de anotar el primer gol del torneo, aquel de Maikel Reyes frente a Corea del Sur. Luego las cosas no salieron del todo bien, pero terminamos ganando muchísimo más de lo que perdimos”
“El partido contra Portugal, por ejemplo, nos dio una perspectiva completamente diferente de las cosas. Chocamos con compañeros de la misma edad, pero que ya jugaban en Primera División, y se notó la diferencia. Allí estaban Joao Mario, Joao Cancelo, Bruma, entre otros que hoy en día son figuras a nivel de clubes o de la misma selección mayor de ese país”.
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Veracruz. Juegos Centroamericanos y del Caribe. Penales. Amargura.
Es la semifinal de la justa futbolera que forma parte de la cita multideportiva más relevante de la región. Cuba juega contra México en un partido que la afición anticipa como “de león para mono, con el mono amarrado”. Se equivocan.
“Poca gente lo sabe, pero muchos llegamos a ese partido lesionados y con problemas provocados por el desgaste físico. Nos subíamos las medias hasta todo lo que daban, y nos bajábamos un poco los shorts para que los contrarios no vieran las vendas. Yo mismo me tenía que infiltrar antes de salir, y los días de descanso los pasábamos metidos en hielo buena parte del tiempo”.
“Sin embargo, aquel día salimos a dar el 110 por ciento, muy concentrados. Aun sin Raúl en la banda, porque había sido expulsado en el juego anterior, sabíamos que estaba todo en nuestras manos. Ni siquiera el público en contra pudo con nosotros. Decidimos salir a la cancha a faltarle el respeto a los mexicanos, futbolísticamente hablando, y la verdad es que las cosas salieron bastante bien”.
Los de la Mayor de las Antillas empujan a los aztecas, desconcertados ante la irreverencia de sus contrarios. Terminan los noventa minutos reglamentarios y todavía no hay goles en la pizarra. A ocho minutos de iniciado el tiempo extra, Yordan Santa Cruz agarra la pelota en tres cuartos de terreno, regatea un par de rivales y apunta al arco. El balón entra y el descanso de muchos en la Isla se ve violentado por la celebración de un gol en la madrugada. Cuba se pone arriba y México reza.
“Creo que lo que nos faltó en ciertos momentos del partido fue la capacidad de rematar al rival, de sentenciar el partido. Luego, ya cerca del final vino aquella falta que el árbitro se inventó para beneficiar a los locales”, cuenta Yolexis.
Roberto López coloca la esférica y dispara. Sandy Sánchez no puede hacer nada para evitarlo. Empate de nuevo. Pitazo final. Habrá que jugársela desde los doce pasos. Seis veces se colocan frente a la meta y seis veces aciertan de uno y otro bando. En la séptima ronda los locales se adelantan. El próximo disparo puede definirlo todo.
“Cuando fui a tirar, con la tanda súper cerrada, noté que el portero me había adivinado la intención, y quise colocarla al medio, pero él estuvo bien y detuvo la pelota con los pies. Fue muy duro, porque habíamos luchado durante 120 minutos, pero en aquel instante de dolor, mi mejor recuerdo son mis compañeros, que corrieron todos a abrazarme y a decirme que lo olvidara, que la vida sigue a pesar de esos errores”.
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Pasadas esas glorias, el ascenso a la selección absoluta no se hizo esperar. Tanto Yolexis como la mayoría de sus colegas mundialistas fueron ascendidos a los Leones del Caribe, adonde llegaron con la esperanza de impulsar a la escuadra tan lejos como habían logrado con la sub-20, pero para Collado todo no ocurrió de la mejor forma.
“Se había dicho que iba a haber un seguimiento con nosotros, para lograr que nos mantuviéramos en la selección, de la que éramos el futuro inmediato. Ese seguimiento no se dio del todo”.
“A eso súmale la mala calidad del campeonato nacional. Empezando por las pésimas condiciones de las canchas, la mala calidad de los árbitros, más los choques e incomprensiones del personal que trabajaba en otras provincias, el torneo significaba para nosotros un bajón de nivel que no nos ayudaba con la progresión”.
El momento crítico para el grupo fue un viaje a Guyana, en donde representarían a Cuba en un partido que podía darles un puesto en la Copa Oro.
“Allí sufrimos muchas cosas que nos hicieron cambiar. La noche que llegamos —dos días antes del juego— tuvimos que dormir en la parte de afuera de una embajada, porque no teníamos hotel, y ese lugar no abría hasta las seis de la mañana. Aquello fue realmente vergonzoso para todos. Como integrantes de la selección nacional consideramos que no fue justo que nos trataran de esa forma”.
“Desde ese momento, muchas personas empezaron a sentirse desmotivadas, y poco a poco comenzaron a desvincularse del deporte. Así fue que algunos decidieron irse de Cuba o simplemente dejaron de jugar al fútbol, mientras otros nos quedábamos, todavía con cierta esperanza. A pesar de todo eso, yo personalmente siento un gran orgullo de haber formado parte de aquella generación, junto con otros excelentes futbolistas como Andy Baquero, Daniel Luis Sáez, Arturo Diz Pé, Abel Martínez, Maikel Reyes, entre otros. A pesar de las distancias que nos ha impuesto la vida, recordaré siempre esa época con mucho cariño”.
“Me queda también la satisfacción de que nosotros comenzamos desde abajo, siendo un equipo que estaba etiquetado como el peor de entre todas las categorías, y logramos meternos en un Mundial, algo que nadie había hecho en muchísimo tiempo. Nuestro nivel fue tan bueno en ciertos puntos, que éramos capaces de ganar y perder con los mayores, y recuerdo que a veces se molestaban, porque no entendían del todo cómo unos muchachos podían competir tan bien con futbolistas experimentados y curtidos”.
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Es 2016, Yolexis forma parte del equipo habanero que participa —y desciende a Segunda— en el nacional. La última fase se disputa en Santiago de Cuba, y tras el partido final contra Cienfuegos, el desgaste se hace presente como nunca antes. Yolexis tiene solo 22 años, pero se siente como un veterano. Con pérdida de peso y la ilusión prácticamente ausente, toma una decisión que le cambió la vida.
“Fue el final para mí. Senté a mi mamá y le dije que se había acabado. Ella al principio no lo aceptó, y trató de convencerme de que lo pensara, pero era muy tarde
Dos años después de haber jugado aquel partido oficial, ha decidido desentrenarse. Tras varios años de exposición a las cargas físicas excesivas normales del alto rendimiento, le quedan varias secuelas que quiere borrar. Ahora va al gimnasio y corre por las mañanas, buscando desprenderse del estrés. En todo este tiempo se las ha arreglado para mantener una férrea desconexión del fútbol. Todavía se reúne con sus antiguos compañeros que aún viven en Cuba, los activos y los que no lo están, pero no quiere saber nada de tocar balones.
Mientras, piensa en el futuro. Estudia Cultura Física en el Fajardo, y tiene interés en dedicarse al fitness como disciplina deportiva. La teoría de la escuela podría combinarse con un buen entrenamiento y darle algo nuevo con lo que trabajar.
De regreso, poco o nada. “Pudiera ser, pero el problema es que cuando uno se aleja durante un tiempo largo, pierdes todo el trabajo y la forma que habías logrado. Eso que yo hice no me ayuda tampoco, porque cuando te desconectas, regresar es extremadamente difícil. El fútbol depende de que uno esté siempre arriba de eso, tratando de limar los detalles que te faltan para mejorar.
“Lo otro es el tema de la administración, que en este período no ha cambiado su forma de trabajo, y realmente eso es algo que tampoco me da ganas de volver. Nos pasaron los años pensando que las cosas podían ser de otra forma, pero al ver que nada era diferente, lo mejor para mí fue salirme y buscar algo más que hacer con mi vida”.
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