Historias del Pre en el campo: La noche azul

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La viva estamapa de la escuela al campo. Foto: Kaloian Santos/ OnCuba News.

La razón por la cual algunas personas parecen personajes ficticios es la misma por la que algunos personajes ficticios parecen personas de la vida real. Esto lo supe en el Preuniversitario en el campo.

I

A Juan José lo conocí a los pocos días de comenzar el curso escolar, no por casualidad en el comedor, mientras él trabajaba en el autoservicio. Esa vez me despachó el postre con la mano temblorosa y derramó en mi bandeja goterones de mermelada de mango sobre el arroz. Y después me miró, el infeliz, con aquella cara gorda y roja como una hamburguesa poco hecha, y me pidió lo disculpara. Yo lo hice, porque los gordos también son criaturas de Dios.

Juan José no estaba en mi aula ni en mi albergue, pero sí en décimo grado, como yo. A veces formábamos juntos en los matutinos y él me ofrecía una galleta, pan con mayonesa, lo que tuviera, solo por el placer de compartir conmigo los carbohidratos de su tristeza. En lo siguiente nos hicimos amigos porque Juan José era un tipo fácil de querer, el gran amor de las tías del comedor y el único de nosotros capaz de conseguir sobras de pollo a las once de la noche. Y una noche fue, también, cuando, por algún efecto insólito de la luna llena sobre sus casi doscientas libras, resultó ser el primero de nosotros en conseguir novia.

El nombre de la chica era Marley, una gordita de lo más graciosa que usaba sayas cortas y era parte del pelotón de ceremonia de la escuela. Marchaba súper lindo, me dijo Juan José una tarde y quizá esa marcialidad de la chica, su disciplina con los horarios de comida, fue lo que enamoró a mi amigo. El tema es que eran de lo más felices y a los demás muchachos nos daba una envidia sana, un no se qué de quererlo más a Juan José, por buena gente y suertudo, por templar todas las noches en cualquier rincón oscuro mientras nosotros jugábamos a las damas.

Y por recordar bien a mi amigo, por describirlo como era, puedo ahora —porque es padre de familia, ingeniero eléctrico y todavía buen comensal— contar aquella historia que le sucedió menos de un mes antes de terminar décimo grado…

Un día se fue la corriente eléctrica desde las cinco de la tarde, algo así, y el jefe de guardia nocturna decidió bajar a los estudiantes del albergue y ubicarlos en el patio general. Puso a un profesor en cada escalera de acceso al bloque principal del edificio y así controló que nadie subiera a las aulas o regresara al dormitorio. Pero a Juan José no le importaba nada de eso. Él y Marley estaban en la situación ideal: de noche, sin luz. Así que aprovecharon y se fueron al sótano debajo del albergue de las hembras, donde había un banco improvisado (una tabla sobre dos bloques), y se sentaron allí para comer algo y templar luego. En la locura del sexo, entre desabrochar el pantalón y quitarse el calzoncillo, Juan José dejó sobre el banco un pedazo del pan que estaba comiendo. El pan se llenó de santanillas, ahí, entre las nalgas de Marley y Juan José. Sucedió que le picaron las bolas a mi amigo y la vulva y las nalgas de Marley, la pobre, que no encontraba consuelo incluso después de ponerse una toalla mojada ahí debajo; tampoco Juan José, que luego enjuagarse puso a Marley a soplarle las pelotas rojas como faroles.

Todo esto lo supe más tarde, cuando ya en el dormitorio mi amigo, el gordo más buenazo del mundo, vino a pedirme un poco de colonia para rociarse las bolas.

—Es muy duro ser gordo —me dijo—. Si fuera flaco me la hubiera templado de pie.

II

Emilio siempre vivió con el fantasma de la medicina, muy específicamente de la ginecología. Eso, por su afición al porno y a las vaginas, tema predilecto en cualquier horario: en el desayuno, en la cola para usar la única taza que descargaba en el albergue…

—Antes de meterla, siempre mete un dedo primero; lo sacas, embarajas y haces como que la abrazas y por detrás te hueles el dedo. Si huele como a pescado ni lo intentes.

Así, antes de dormir.

—Tengo la teoría de que la forma más extendida y usada por las mujeres para tirarse un pedo, es mientras caminan.

Y cosas por el estilo. Ponía a cualquiera de los nervios cuando mencionaba un infierno de bacterias, tangas con manchas amarillas, el ph adecuado para la flora vaginal…  Emilio, a quien jamás se le conoció novia alguna, aunque podía describir (y dibujar) veinte posiciones distintas del Kamasutra.

A veces, cuando se emborrachaba con aquel ron malo que vendían los guajiros de la zona, Emilio comenzaba una descripción larguísima de cómo le haría el sexo a Franceska Jaimes, y de largo repasaba el culto al falo en el Egipto antiguo, las representaciones itifálicas en iglesias del románico o la Venus de Willendorf; el sexo tántrico, la sugestión sicodélica y los afrodisíacos —ahora recuerdo aquel consejo suyo de aplicar una pizca de jengibre sobre el glande antes de penetrar a una chica…

Pero nada le interesaba más que dibujar vulvas en una libreta de hojas blancas que guardaba en la taquilla, con piezas con títulos como “el bollo de Daniela” o “perilla de Mónica vista desde arriba”. Y por ser tan buenos dibujos, por retratar con tanta fidelidad, muy específicamente, algunos detalles íntimos (un lunar, un tatuaje), alguien se dio cuenta de que Emilio era un voyeur experto, vamos, un “mira hueco”. Y claro, lo era. Se supo cuando descubrieron en tres baños de hembras agujeros con excelente ubicación, muy bien trabajados.

A Emilio lo expulsaron del Pre en el campo por ser un oteador furtivo. Se fue una tarde en onceno grado, no sin antes advertirnos que tuviéramos cuidado con cierta compañera de estudios, a quien había visto poniéndose óvulos de Clotrimazol…

Nadie lo vio más en todo el tiempo que restó en aquella escuela entre maleza y campos de papa… Tampoco yo, aunque nunca olvidé las lecciones de Emilio, sin importarme si eran ciertas o no. Quizá por eso hace unos días lo busqué en Facebook, le mandé una solicitud de amistad (no la ha aceptado) pero nada, apenas encontré información suya, datos vagos: “Se unió en 2015”; “Trabajó en el Hospital Ginecobstétrico América Arias”.

Nota: Los nombres de los sujetos que aparecen en este texto fueron cambiados; no así sus historias ni sus destrezas.

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