Hace unos años, cuando la versión original de El Internado causaba furor a mi alrededor, sentí la necesidad de ver qué había de bueno en aquella serie que todos insistían (casi enfermizamente) en ver.
A duras penas conseguí completar los primeros seis episodios de la primera temporada, lo cual me llevó a confirmar que en España son tan buenos haciendo humor como malos en la ficción dramática. Más allá de la manida historia de unos jóvenes que asisten a una escuela privada llena de secretos, me resultó particularmente risible la (casi) ausencia de compañeros de aula que tenían los protagonistas, la capacidad de supervivencia de algunos personajes, los giros predecibles y las pésimas actuaciones de una buena parte del elenco.
No obstante, al menos los creadores de aquel bodrio popularísimo lograron conectar con la audiencia. Las razones de ese hit televisivo eran bastante obvias: la tropa de muchachos que peleaba con nazis y otros macabros inventos de los guionistas lograron que a la gente le importara lo que sucediera con ellos, y ese, por sí solo, es mérito suficiente para darles algo de crédito.
Cuando me enteré de que alguien en España tuvo la “brillante” idea de hacerle una especie de reboot/remake a la susodicha serie que se transmitió entre 2007 y 2010, no pude menos que preocuparme por cómo se las arreglarían para volver a “enganchar” al público con algo que ya parecía destinado a (dejarnos) descansar en paz.
Sin embargo, luego de pasar por encima a los ocho episodios que constituyen la temporada inicial de El Internado: Las Cumbres, que es como se llama la nueva versión, supe que sus creadores no entendieron jamás los límites entre los sublime y lo ridículo.
Si hay un factor que genera “ruido” desde el principio en esta propuesta es que los estudiantes puedan usar internet para trabajos investigativos de clase, pero no para contactar con sus familias. Podrán entonces imaginar lo estúpido que suena cuando desaparece un chico y la policía no cree a sus compañeros, quienes señalan un secuestro violento, pues según los agentes del orden, la “víctima” había enviado antes una postal a sus padres ¿En serio alguien envía postales en 2021?
Luego, otro momento que destaca por su particular capacidad para insultar la inteligencia de quienes estamos del otro lado de la pantalla, es ese en que el cura, un tal Elías, intenta amenazar a la directora de la escuela con exponerla por encubrir los experimentos ilegales que se han estado realizando con sus alumnos. Si tonto resulta que el párroco no vaya a la policía en primer lugar, peor aún es cuando luego de “regañar” a la encubridora desde el borde de un acantilado, esta aprovecha para deshacerse de él con la mayor facilidad del mundo, aplicándole la ancestral técnica de un “zas, toma empujón y a tomar por…”.
Ya los alumnos son harina de otro costal, uno en muy mal estado, por cierto. Sí, igual que sus colegas de Laguna Negra, son un elenco de caras bonitas con un arsenal de poses más largo que el de Paris Hilton. No obstante, a diferencia de sus amiguis de hace una década, estos de Las Cumbres no son niños de “mami y papi”, sino jóvenes con problemas de conducta que han sido enviados allí para reformarse. Aquello es una suerte de prisión en donde los estrictos carceleros y loss convictos adolescentes parecen puestos por el plató como si se tratara de fichas de Monopoly.
Los personajes de la serie no tienen personalidad y mucho menos son capaces de crear vínculos que resulten creíbles entre ellos, pese a que esto último sea más culpa de los escritores que de los —bastante— discretos intérpretes. En resumen, a los integrantes de la trama cuesta quererlos o… cualquier otra cosa también cuesta. Si mañana aparece un hueco en la tierra y se traga este internado, casi nadie lo extrañaría.
En su defensa, hay que decir que el cast es más variado e inclusivo que antes. Sí se han tomado en serio el hecho de la diversidad que hace a un grupo de personas más humanas y les da, además, algo de profundidad, aunque eso no alcance demasiado.
Algo más a su favor es que, finalmente, del otro lado del Atlántico han aprendido a hacer episodios más cortos, pues aquellos de poco más de 70 minutos, llenos de estopa y sin demasiada “sustancia”, eran una tortura. También mejora un poco el ritmo y, sin dudas, la producción de turno ha trabajado en serio todo lo referente a los efectos especiales y la ambientación.
Por último, hay poquísimas lanzas que romper en favor de El Internado: Las Cumbres, una serie confusa que intenta lucir como material para adultos, pero que en realidad resulta más bien destinada al mismo público de La isla de las tentaciones.
PD: Si usted la disfrutó, le anuncio que ya hay una segunda temporada en camino.
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