
En 2006, La Habana vivió un episodio inquietante cuando un criminal apodado «el Corta caras» mantuvo en vilo a no pocos pobladores. En una época donde era limitado el acceso a la información fuera de los medios de comunicación tradicionales, los rumores sobre este misterioso agresor se extendieron como pólvora por toda la ciudad, creando un ambiente de preocupación que marcó a toda una generación de capitalinos.
Según varias informaciones publicadas en aquellos días por la web Cubanet, en su momento el gobierno cubano distribuyó una nota a través de los Comité de Defensa de la Revolución (CDR) para intentar calmar a la opinión pública, que se encontraba exacerbada por el aumento de actos delictivos violentos en la capital. La versión oficial, citada por dicho sitio, reconocía únicamente «un solo ataque del Corta caras, y que otras dos personas lograron eludirlo», todo ocurrido supuestamente en un solo día, el 9 de febrero, en los límites entre Arroyo Naranjo y Boyeros.
La descripción oficial del atacante, según las fuentes citadas, lo presentaba como «un hombre de tez mestiza, con una edad de entre 35 y 40 años», aunque la nota no aclaraba la motivación que habría tenido el individuo para cometer estas agresiones. Sin embargo, la realidad en las calles de La Habana contaba una historia diferente.
Los rumores populares hablaban de múltiples ataques y describían al criminal de manera más detallada. Según Cubanet, se trataba de «un mulato aindiado de bigote poblado y mirada de pasquín, de una edad comprendida entre los 35 y 40 años», cuyo biotipo correspondía supuestamente «a alguien proveniente de las regiones orientales».
Trascendió igualmente, siempre de manera extraoficial, que este hombre poseía como arma un machete modificado y los blancos de sus ataques generalmente eran muchachas jóvenes. La ausencia de información en los medios de comunicación estatales contribuyó a alimentar la leyenda urbana.
En ese entonces, a partir de lo que conocieron acerca de los hechos perpetrados por dicho hombre, muchas personas comenzaron a evitar salir de noche.
Según refiere Cubanet en varias notas, entre custodios y policías circuló un retrato hablado del malhechor, que igualmente comenzó a expandirse mediante varias de las redes de intranet cubanas, como fue el caso de Infomed, donde fue divulgada dicha imagen a través de correos electrónicos.
Aquel fenómeno se convirtió en algo más que un caso criminal; se transformó en una narrativa que reflejaba los miedos y ansiedades de la sociedad. Los rumores se multiplicaron exponencialmente, creando versiones cada vez más elaboradas: «que si era un preso fugado o un loco escapado de Mazorra. Que si el tipo andaba en moto o a pie, vestido de inspector de Epidemiología», según recogía la citada fuente.
La historia permanece envuelta en el misterio casi dos décadas después y se convirtió en un ejemplo paradigmático de cómo, en ausencia de información oficial transparente, los rumores y el miedo colectivo pueden crear sus propios relatos, transformando hechos criminales en una leyenda urbana que perdura en la memoria colectiva de los habaneros.
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