
Hay voces que marcan épocas, y la de Laíto Sureda es una de ellas, aunque lamentablemente en tiempos más recientes no se hable mucho de este artista. Nacido en Cienfuegos el 7 de mayo de 1914, Estanislao «Laíto» Sureda Hernández fue el arquitecto de momentos musicales que todavía hoy recuerdan sobre todo los que más canas peinan.
¿Te has preguntado alguna vez cómo nace una leyenda? En el caso de Laíto, todo comenzó en las calles del barrio La Juanita, donde un joven humilde, con sueños musicales, acariciaba la idea de convertirse en cantante. «De niño pasó vicisitudes, no conoció a su padre, tampoco lo inscribieron, aprendió a vivir solo», contó a Rafael Lam el músico Senén Suárez, uno de los grandes amigos del sureño.
El destino le tenía preparada una sorpresa cuando a mediados de los años treinta se unió a la Cienfuegos Jazz Band, con la cual debutó en la emisora CMHJ de su ciudad natal. Tiempo después se trasladó hacia la capital cubana y sus comienzos en dicha urbe no fueron nada sencillos. Según un texto publicado por Habana Radio, el cantante comentó en una ocasión que «la comida no era fácil, imagínate cómo andaban las cosas, que el paisano Benny Moré tenía que pasar el cepillo, con eso te lo digo todo. Ya eran estrellas Nelo Sosa, Miguelito Valdés, Antonio Machín, Panchito Riset, voces que yo admiraba mucho”.
No obstante, Sureda creyó en sí mismo y pudo codearse con los más importantes intérpretes de su generación y logró formar parte de agrupaciones como la de Senén Suárez, además de la Sonora Matancera, donde compartió escenarios con la diva Celia Cruz.
“Flaco, alto con 1.80, desorbitado en el giro de sus palabras, con porte de galán del cine mexicano de la década del 40. Fanático del béisbol. Hay que adicionarle su carácter duro, variable, impredecible, de bromas muy pesadas, un artista que no era comida fácil”, dijo sobre él Félix Contreras.
“Llegar a la Sonora fue emocionante, un conjunto ‘entoletao’ por donde pasaron los grandes todos. Lo primero que coloqué fue Cañonazos y Cualquiera resbala y cae; dos bombazos, para que me respetaran. Con la Sonora viajé a Venezuela, Panamá, Haití, Curazao, República Dominicana y Colombia, donde soy muy querido”, contó en declaraciones citadas por el referido medio radiofónico. En 1955 se marchó de la banda por ciertos desacuerdos en cuanto al factor económico y luego se unió a otros conjuntos.
Fue Idilio, esa canción que todos los cubanos conocemos, la que lo catapultó a la inmortalidad. Laíto la cantó desde los años cincuenta y desde entonces se convirtió en su sello personal. Su interpretación fue tan magistral que hoy sigue siendo la versión definitiva de este clásico (nos referimos al tema publicado en Sonaron los cañonazos, su disco de 1997), pese a que las jóvenes generaciones tengan más cerca en sus recuerdos el cover protagonizado por Leoni Torres.
La voz de Laíto, descrita por los entendidos como aterciopelada y versátil, le permitió navegar con maestría entre diferentes géneros musicales. Del son al bolero y a la guaracha, Sureda dominaba cada estilo con una naturalidad envidiable, pero, a pesar de su innegable talento, hubo un período en su vida sobre el que se habla poco: sus años de relativo silencio mediático. Esta etapa, que se extendió durante varias décadas, representa un capítulo intrigante en la vida del legendario cantante cienfueguero.
Durante esa fase, Laíto se mantuvo alejado de los grandes escenarios y las luces de La Habana, prefiriendo una vida más tranquila. Sin embargo, esto no significó que dejara de cantar. Por el contrario, este período lo dedicó a presentaciones más íntimas, donde seguía cautivando a públicos más reducidos, pero no menos entusiastas.
Este alejamiento de los grandes medios, aunque podría parecer un retroceso, en realidad le permitió reconectar con sus raíces y fortalecer aún más su vínculo con el público de su terruño. Durante este lapso, Laíto se convirtió en una figura casi mítica en su ciudad: todos conocían su voz, su talento, pero pocos tenían el privilegio de verlo actuar regularmente.
Cuando finalmente decidió volver a los grandes escenarios, su voz no solo mantenía la misma calidad, sino que además había adquirido nuevos matices, enriquecida por las experiencias y la madurez de estos años más apacibles.
Su gran boom mediático sobrevino en los años noventa del pasado siglo. En un contexto en que el mundo aplaudía la reaparición de talentosos artistas como Omara Portuondo, Compay Segundo y otros, gracias al impacto global del Buena Vista Social Club, en Cuba los ojos también se posaron sobre Sureda, quien, tras regresar de un viaje a Colombia donde tuvo la mejor de las acogidas, creó una agrupación, Laíto y su sonora, junto a su hijo José, su nieto y el cantante Rolando Montero (El Muso).
En 1998 ganó un Premio Lucas por el videoclip de su interpretación de Idilio. “Que la Sonora Matancera, ni un carajo, ahora es cuando he tenido más popularidad en mi vida”, le dijo en el camerino del teatro Karl Marx a Rafael Lam. La última nota de su concierto vital sonó en La Habana el 7 de septiembre de 1999, a los 85 años, cuando todavía disfrutaba de aquel éxito postrero
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