He visto muchas series tontas disfrazadas para parecer más “profundas”, o lo que sea que eso signifique. He visto productores con remordimientos, con la pesada carga en su conciencia de que no hicieron nada más allá de lo que mostraron en pantalla y que intentan arreglarlo todo insertando unas líneas con ridículas aspiraciones a trascender. He visto, en fin, al cliché avergonzado de ser cliché. Lo que pocas veces he visto es la ecuación invertida: un guión jodidamente serio y profundo con la más perfecta máscara de lo convencional y trillado. Debo confesar que rara vez me he topado con algo parecido a Deadly Class.
En el mundo de los asesinos adolescentes del colegio del señor Lin todo nos recuerda a las vomitivas entregas de El Internado, con su misterio mojigato y sus actuaciones deprimentes, sin embargo, también nos remite a Nietzsche, a la ilusión enajenada de los 60´s, a la rebeldía antisistema de los complicados 80´s, al espíritu indomable y tóxico de Hunter S. Thompson, a los mitos más oscuros de la Norteamérica profunda, al psicodélico proceso de aprender a diferenciar entre el bien y el mal y, por último, al anarquismo militante de Alan Moore.
Deadly Class es apta para todo público, o al menos para todos los gustos. Cada cual ve lo que quiere ver, cuanto le conviene, ya sea para fortalecer sus creencias o para ponerlas en jaque. La cuestión está en cuál de los fugaces diálogos o monólogos de Marcus, el protagonista, fijemos los ojos. Claro está, aquellos que prefieran enternecerse con romances complicados, subtramas estereotipadas de la vida en los colegios, escenas de acción o vísceras sangrientas a borbotones, también tienen su oportunidad de pasar un buen rato.
La historia es tan clásica que, explicada a grandes rasgos, no mereciera ni ser reseñada sin antes remitir a cientos de relatos similares. Marcus, un joven huérfano que vive en las calles, es invitado a estudiar en una academia y allí conocerá a los amores de su vida, se meterá en líos, encontrará una banda de inadaptados que poco a poco se harán sus amigos y, con el tiempo, su familia adoptiva. Ya está, así de fácil. Pero, entrando en detalles, quizás llame su atención que Marcus es un psicópata cuyo sueño es matar al presidente Ronald Reagan, que la academia es una escuela de asesinos, que los amores de su vida son una yakuza y una katrina de un cartel de la droga, que los líos serán con asesinos seriales, neonazis y mafiosos rusos y que sus amigos son un pandillero pacifista, una chica gótica y par de punks marihuaneros anarquistas.
¿Se puede asesinar por una buena causa? ¿Cuáles son los límites entre el bien y el mal? ¿Existe el bien? ¿Existe el mal? ¿Puede un justiciero ser un criminal, o viceversa? ¿Quién es el culpable, el sistema o nosotros? He aquí algunas preguntas sin respuestas de esta serie que, por el mero hecho de haberlas planteado de forma solapada, merece ser recomendada. Por supuesto, también quedan sueltas otras tantas interrogantes de tipo culebrón juvenil: ¿Marcus es un héroe o un psicópata idealista? ¿A quién ama Marcus? ¿Lex y Billy podrán hacer un trío con Petra? ¿Realmente Chico amaba a María? ¿Recuperará Marcus a Saya?
Deadly Class es lo que usted quiere que sea. Se ajustará a sus gustos como un trozo de tela elástico. Digamos que, al final, pareciera una caldosa cubana: puede tomar el cucharón y servirse de lo que más abunda, caldo y vianda, pero si es inteligente, sabrá que debe ir a por la carne. Por supuesto, siempre y cuando no sea vegetariano.
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