Los tres “plomeros” cubanos involucrados en el escándalo de Watergate

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De izquierda a derecha, Virgilio González, Eugenio Martínez, James McCord, Bernard Baker y Frank Sturgis, los «plomeros» de Watergate. Foto: Departamento de Justicia de Estados Unidos.

Todavía resuena el fallido juicio político en contra del presidente estadounidense Donald J. Trump, un hecho que trascendió sobre todo porque el impeachment a un mandatario no es algo que pase todos los días. La última vez que algo así tuvo éxito fue en 1974, cuando la cabeza de Richard Nixon “rodó” como consecuencia del caso Watergate.

En aquella ocasión, el inquilino de la Casa Blanca fue defenestrado después de que se probara la conexión de su gobierno con actividades ilegales que incluían, fundamentalmente, el acoso a oponentes políticos y una galería de ejemplos de abuso de poder asociados a decenas de individuos, lista de la cual formaban parte unos cuantos integrantes del círculo más cercano a Nixon.

De todo aquello podríamos señalar nombres hasta el cansancio, pero resulta que, una más vez, se cumplió esa rara máxima de que “hay un cubano en todas partes”. En este caso específico estuvieron involucrados hasta tres de oriundos de la Mayor de las Antillas.

El primer sujeto de la lista es el señor Bernard León Baker, nacido el 17 de marzo de 1917 en La Habana. Hijo de un ruso-estadounidense y una cubana, «el Macho», como lo conocían, se unió de joven al ABC, organización contraria al gobierno de Gerardo Machado. Por esos años, el padre lo envía afuera para alejarlo de la ebullición social que ocurría en su país natal, pero en el ‘35 se hace ciudadano cubano y regresa a estudiar en la Universidad de La Habana.

Durante la Segunda Guerra Mundial, exactamente después del ataque nipón a Pearl Harbor, Baker se alista en la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Se convierte en subteniente y pasa a tripular un B-17 Flying Fortress, el cual sería derribado trece misiones después, el 13 de febrero de 1944, en la zona alemana de Brunswick. Luego fue apresado y trasladado a una prisión en Barth hasta mayo del ‘45, cuando los soviéticos liberaron el campamento.

Tras su etapa en el “army”, Macho volvió a Cuba y se unió a la Policía Secreta bajo la administración de Batista, labor que realizó paralelamente a su trabajo encubierto como agente del FBI y la CIA en la Isla. Tras la revolución del ‘59, se marchó, solo para volver dos años después durante la invasión de Bahía de Cochinos.

Luego voló por debajo del radar durante diez años, hasta que en 1971 E. Howard Hunt lo “fichó” a él y a sus compatriotas Eugenio Martínez (Musculito), Virgilio González para su equipo de “plomeros”, grupo conocido oficialmente como Unidad de Investigaciones Especiales (SIG, por sus siglas en inglés), al servicio del presidente Nixon.

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Musculito venía de Artemisa (8 de julio de 1923), entonces territorio pinareño, y se había marchado de Cuba dos veces: primero, escapando de la represión de Batista y luego del proceso de cambio post 1959. Vino a Girón, pero eso tampoco terminó por salirle bien. Después se asoció con el SIG, que por entonces tenía, entre otras, la asignación de descubrir el vínculo económico entre George McGovern y Fidel Castro, de quien decían que financiaba en secreto la campaña del candidato demócrata.

Por su parte, Virgilio (a.k.a. Villo; 18 de mayo de 1926), arrastraba un pasado en el archipiélago que incluía un rol como chofer del oficial de la Marina de Guerra y agente de la CIA, Felipe Vidal Santiago. Además, constaban en su currículo participaciones en los sucesos de abril del ’61, en la denominada Operación 40 y en el fiasco que fue su incursión para “rescatar” a dos agentes soviéticos que supuestamente querían desertar de Cuba durante la Crisis de Octubre de 1962, viaje que terminó con algunos colegas desaparecidos (incluido el CIA Eddie Bayo) y un regreso cabizbajo a los States.

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El primer trabajo serio del grupo consistió en descubrir datos confidenciales sobre Daniel Ellsberg, analista de la Corporación RAND (Research ANd Development, por sus siglas en inglés) y sospechoso de filtrar a la prensa los Papeles del Pentágono, serie de documentos “top secret” vinculados al conflicto vietnamita. La misión era ir a Los Ángeles y colarse en casa de su psicoanalista, el Dr. Lewis J. Fielding. Allí fueron Bernard, G. Gordon Liddy y Hunt con la expectativa de encontrar algo que sirviera para desacreditar a Ellsberg, aunque el resultado fue nulo y el “tutorial” de Baker como espía de la Casa Blanca terminó con un “mission failed” como la copa de un pino.

Pero al año siguiente, en el Distrito Columbia, sí sonaría su nombre y el de sus colegas. Esa vez, Bernard, Musculito, Villo, Hunt, Gordon Liddy, Frank Sturgis y el gran jefe James McCord, fueron designados por el Comité para la Reelección del Presidente con el objetivo de que realizaran labores que incluían plantar micrófonos, escuchas ilegales y robar documentos de la sede del Comité Nacional Demócrata, localizada en el complejo de edificios Watergate.

Aunque en principio su labor “a pie de obra” pareció bien acabada, todo se arruinó por un detalle mínimo: un pedazo de cinta adhesiva que McCord olvidó quitar de una puerta. El celador notó una incoherencia, llamó a la policía y comenzó la debacle. Lo que vino a continuación fue una catástrofe que terminó con Nixon dimitiendo del cargo y nuestros protagonistas sin otra opción que declararse culpables y cargar con condenas de entre 18 a 24 meses.

Por si fuera poco, luego se supo que Baker había trabajado en mantener “off the record” buena parte de los ingresos de la campaña de Nixon. La cereza del pastel.

Tras ser liberados, Baker se radicó en Miami y allí fungió como inspector de construcción en el estado soleado. No obstante, los reportes indican que aguantó solo hasta 1982, año en que se retiró antes de tiempo para no tener que enfrentarse a un caso de despido basado en acusaciones de holgazanería. Tiempo después, el demócrata James Carter le negó el indulto, y en 2009, a los 92, falleció.

Para González tampoco la cosa fue fácil. Como es lógico, fue etiquetado, al igual que sus compañeros, como un delincuente común, no tuvo demasiada suerte para “levantar cabeza”. Vivió sus siguientes años sin gloria, aunque no consta que se haya arrepentido jamás de su fallo en la operación Watergate.

En el epílogo de esta historia, el único que salió bien parado fue Martínez, quien consiguió regresar a las andadas e incluso realizar un trabajo encubierto en Cuba, gracias al cual el mismísimo Ronald Reagan —presidente en la etapa 1981-1989—, le otorgó el perdón incondicional.

En 1995 asistió a Oliver Stone durante la filmación de Nixon, y por ahí cuentan que todavía guarda un regalo especial de Richard: un trébol de oro que le regaló el entonces presidente y que llevaba grabadas las siguientes palabras: “Buena suerte. Richard Nixon”.

Nota:

Algunos especulan que el día en que John Fitzgerald Kennedy fue asesinado en Dallas, Bernard Baker, Virgilio González y Eugenio Martínez estaban cerca. Según declaraciones del detective Seymour Weitzman, al acercarse a Grassy Knoll, una de las zonas desde donde procedieron los disparos, apareció el propio «Macho» con un carnet del Servicio Secreto ordenando a todos que se marcharan. Otras fuentes apuntan que, en el otro lugar del que salieron los proyectiles que mataron a JFK, la Texas School Book Depository, es posible que hayan estado sus compañeros «Musculito» y «Villo». Supongo que, quizás, nunca lo sabremos, pero la duda quedará.

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