#checkpoint: «Minit»: sencillez y condensación

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Foto tomada de Steam.

Existen dos motivos por los cuales un videojuego obtiene un gran hype. El primero es la publicidad: grandes estudios que crean una burbuja sobre su lanzamiento estrella y pasan meses creando expectativas; ahí está Cyberpunk 2077 (CD Project, 2020). Que las cumplan o no, ya es otra historia. Incluso obras indies logran acaparar la atención antes de salir al mercado gracias a una buena estrategia en redes sociales o al dirigir toda su atención a una comunidad específica. Y en el segundo grupo tenemos videojuegos bien creados, obras casi perfectas que destacan por su calidad, y terminan en boca de todos. Ahí están Stardew Valley, Among Us, Minecraft, Terraria, Spelunky, Bastion, entre muchos otros. Y por supuesto, Minit (2018), la joya monocromática de la que hablaremos por acá.

Al iniciar la partida, tenemos a un bichito adorable que puede recorrer muy pocos espacios y termina en una playa donde hay una espada. Esa debe ser la señal para iniciar la aventura, ¿no es la espada el emblema de todo aventurero? La tomamos y ¡boom! estamos malditos. Un reloj en la parte superior de la pantalla comienza una cuenta regresiva desde sesenta, y al llegar a cero, morimos ¿Querías una espada? Ya la tienes, y ahora morirás cada un minuto y volverás a aparecer en tu casa. Cuando regresamos a la playa donde estaba el arma, encontramos un individuo que, al vernos, nos pregunta si tomamos la espada maldita, y nos aconseja ir a la vieja fábrica. Ya tenemos una misión.

De ahí en adelante comienza la partida, donde además de movernos en cuatro direcciones, solo podemos usar dos teclas: la primera para utilizar el objeto, y la segunda para morir a placer. En un inicio, el único objeto es la espada, pero más adelante encontramos otros que nos permitirán buscar distintas interacciones, y también hallaremos nuevos puntos desde los cuales podemos revivir cuando morimos.

Minit es un ejercicio nostálgico puesto en práctica con un minimalismo extremo. Una paleta de dos colores, pixel art sencillo, personajes con rasgos distintivos mínimos y pantallas con un nivel de detalle extremo. Esto último es una de las mayores virtudes de la obra; sus creadores se aseguraron de que cada interacción tuviese algún tipo de recompensa para los jugadores, y así, si intentaban acciones aleatorias, aunque estas no les permitiesen avanzar, sí tuvieran alguna consecuencia, ya fuese una animación, un secreto escondido a plena vista o una reacción inesperada. Al ser un videojuego tan corto, ganable en dos o tres horas, todos estos detalles le dan una profundidad que invita al jugador a explorar cada posibilidad e interacción con cada uno de los objetos. Es lógico que estos creadores pusieran tanta atención a los detalles, ya que como jugadores también son muy exigentes; en una entrevista en Gamasutra explican que, al probar un First Person Shooter, lo primero que hacen es disparar a un bombillo de luz; si este se rompe, es un buen juego, si no, no vale la pena jugarlo.

Sus creadores son Kitty Calis, una de las desarrolladoras de Horizon Zero Down (Guerrilla Gmes, 2017), Jan Willem Nijman, uno de los dos creadores de Nuclear Throne, Dominik Johann y Jukio Kallio, compositor de Nuclear Throne y Hotline Miami (Dennaton Games, Abstraction, 2012), entre otras obras. Estos cuatro desarrolladores partieron de una idea que nació en un Game Jam en 2012; Calis y Nijman le dieron vueltas por años a esa noción de una muerte recurrente condicionada por el tiempo. Al final, todas estas limitaciones propiciaron centrarse en la profundidad de la obra, y no tanto en diversas mecánicas.

Minit tiene una estructura muy parecida al primer Legend of Zelda (Nintendo, 1986), debido a que está compuesto por diferentes pantallas entre las que nos movemos al llegar al borde. A veces necesitamos un objeto para acceder a estas, pero una vez entendemos qué necesitamos, se hace muy fácil la navegación. Minit también bebe muchísimo de los RPG más viejos, donde los personajes nos solicitaban misiones sencillas y, a cambio, recibíamos un premio, casi siempre en forma de objeto o moneda. Una de las primeras es la del cantinero, que pide la eliminación de cinco cangrejos. Al estar estos en dos sitios separados por dos o tres pantallas, debemos movernos con rapidez para hacerlo y regresar al bar en menos de sesenta segundos. Esta misión es una de las más sencillas, pero nos dibuja cual será la tónica del juego: encontrar dónde está el objetivo y luego ejecutar las acciones de la forma más rápida posible. Otras pueden ser más complicadas, pero es fácil determinar qué necesitamos para cumplirlas, y de seguro, algún personaje que creemos está solo de aderezo, nos proporciona alguna pista con su línea de diálogo. Esa es una de las mayores virtudes de esta obra: la perfección y la sensación de que nada sobra, todo está en su lugar y además tiene un motivo para estar ahí.

La música es otro de los motivos por los que caí rendido desde el primer acercamiento. Kallio utiliza una percusión como melodía base para crear la mayoría de temas que acompañan al jugador por los diferentes espacios que visita. Con sus canciones, la sensación de prisa aumenta, pero nunca apuntan a la desesperación, sino a la felicidad, una suerte de fiesta con rupturas cada un minuto. Sin embargo, en los momentos de tensión, las melodías adquieren un matiz sicodélico y desesperante, y con esto aumenta la idea de asfixia y del tiempo que se nos escapa a velocidad de crucero.

Después de dos horas en el mundo de Minit, nos sentimos totalmente agotados. Da igual si logramos ganarlo, lo cual es posible incluso sin haber encontrado el 50 % de los objetos. La sensación de agobio viene de ese reinicio cada minuto. Nunca nos sentimos estancados, pero hay un momento donde comprendemos que no es un juego sencillo en lo absoluto, sino una obra condensada todo lo posible, y el tiempo necesario para descubrir cada secreto y saciar esa necesidad de encontrar cada detalle será mucho mayor. Minit es una lección de cómo al centrarnos en una idea determinada, explotada al máximo, podemos obtener una maravilla que se acerca a la perfección. Y cuando estamos cerca de esa perfección, llega una alegría que nos llena, semejante a la de estar frente a una pintura que transmite sensaciones, ya sea por la escena o por el estilo que de alguna forma toca nuestra sensibilidad. Minit logró transportarme a ese mismo estado. Y al menos para mí es motivo suficiente para recomendarlo.

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