El cordero está a punto de ser sacrificado. Camina hacia el altar. Es imposible salvarlo. Se acerca el golpe final. Es inevitable. El cordero ha sido sacrificado. Por suerte para él, no es el final, sino el comienzo de un viaje. Una antigua deidad decide devolverle la vida a cambio de venganza. Deberá crear un culto y asesinar a los cuatro obispos, responsables de su sacrificio y del encadenamiento del Dios que ahora le brinda una oportunidad de regresar. Todo está listo para iniciar Cult of the Lamb (2022, Massive Monster), que, como su nombre indica, gira en torno al culto creado por un cordero inmortal.
Con un diseño de personajes adorables, que solo despierta ternura y ganas de apretujarlos, Cult of the Lamb suaviza unas mecánicas macabras y perturbadoras donde el sacrificio, el castigo y el maltrato, son el pan de cada día de los acólitos. ¿Puede uno elegir ser un buen líder y tratar con cariño a su rebaño? Por supuesto, pero los mayores premios y recompensas se reciben cuando eres un degenerado que sacrifica a sus seguidores a cambio de poder. Sus ojitos tiernos pueden parecer agradecidos por haber sido elegidos para tan grande honor, pero en el fondo no deja de ser un acto terrible.
Además de los bellos animalitos, otro acierto del diseño está en el estilo rústico de todos los elementos y construcciones, cercano a lo caricaturesco como en Dont Starve (Klei Entertainment, 2013), con lo cual también mitigan el trasfondo violento. El videojuego se desarrolla en un bosque, ahí está oculta la secta, en un pequeño claro; y los dungeons donde nos adentramos en busca de recursos y esos cuatro obispos que debemos asesinar, también son parajes naturales. En estos encontramos pequeños altares, chozas, cementerios y otras estructuras, todas muy básicas. Pero lo principal está en ese pequeño claro del bosque donde ejercemos de dios y poco a poco construimos el paraíso con el que toda secta satánica sueña. Puede parecer una idea poco clara, pero ese diseño simulando una época de dioses paganos ayuda también a procesar la violencia.
Cult of the Lamb es dos juegos en uno. Por una parte tenemos un roguelite parecido a Hades (Supergiant Games, 2020) en cuanto a la composición de escenarios (aunque no es isométrico). Cada viaje a estos dungeons dura menos de quince minutos y termina en un combate con un boss, que bien puede ser un poderoso discípulo de la Vieja Fe o un obispo. Logremos derrotarlos o no, en cada incursión obtenemos algunos recursos, planos para construcciones decorativas, nuevos seguidores para el culto y cartas del tarot, entre otras cosas. Estas cartas funcionan como las bendiciones del Caveblazer (2017, Deadpan Games) o las evoluciones del Nuclear Throne (2015, Vlambeer): mejoran al cordero y son aleatorias; si tenemos suerte, pueden facilitarnos muchísimo la partida y hacer más fácil el enfrentamiento con los múltiples enemigos.
Los combates suelen ser bastante sencillos. Una vez aprendes los patrones de ataque (muy básicos), e incluso permites a los distintos jefes moverse libremente en las primeras instancias de los combates, se vuelve muy simple derrotarlos. Ahí entiendes que el centro del gameplay no está en las peleas, sino en el segundo juego de este dos en uno: el simulador de colonia.
Durante la mayor parte del tiempo estamos en el culto, buscando cómo mantener vivo este pequeño grupo. Hay tres indicadores principales: hambre, higiene, y el más importante, la fe. Cada día podemos realizar un sermón para mantener la fe bien alta. Esto es solo el inicio, pues en el manejo del culto hay muchísimas mecánicas. Por un lado está el fervor: en el centro del terreno hay una estatua del cordero que recibe veneración; cuando cierta cantidad se acumula, la usamos para desbloquear nuevos edificios, ya sean las viviendas de los feligreses, granjas para cultivar alimentos, aserraderos o minas, tumbas o criptas para enterrar a aquellos que mueran… y así hasta completar un árbol tecnológico que nada tiene que envidiar al de Age of Empires II (1999, Ensemble Studios). Mientras más seguidores recen ante nuestra estatua, más fervor reuniremos.
Por desgracia, en un inicio debemos encargarnos de cultivar alimentos, cocinarlos, limpiar las heces fecales (de esto hablaré después porque es de lo mejor del juego), y casi todo recae sobre el líder, algo impensable. Poco a poco podremos dejar las responsabilidades en los feligreses hasta lograr una base capaz de autogestionarse.
Por otro lado, podemos interactuar con cada miembro del culto, ya sea para bendecirlo, hacerle un regalo o mandarlo a trabajar, entre otras acciones. A veces piden favores y, al cumplirlos, aumentan su fe en nosotros: puede ser algo sencillo, como aceptar a un nuevo integrante o buscarle unas flores en el bosque. Otras peticiones son más complicadas y peligrosas, como que los sacrifiquemos, que les preparemos un plato de heces fecales (comerlas es su sueño), o que apresemos a alguien por robar. Con todas estas interacciones, los feligreses suben de nivel. ¿De qué sirve esto? Más fervor para mejorar el culto, más probabilidades de que regresen vivos si los enviamos en busca de recursos, un mayor premio cuando los sacrificamos, y obtenemos unas piedras necesarias para decretar los mandamientos del culto.
Las heces fecales juegan un papel central en Cult of the Lamb. Sirven de abono en la granja y son el principal elemento que atenta contra la higiene. Algunos alimentos puede que no sean apropiados y provoquen “heces instantáneas”, y si otro miembro del culto se acerca a ellas, puede enfermar de gravedad. Hay que construir baños. Suena muy básico, pero, literalmente, la mayor parte del tiempo estamos recogiendo las caquitas que dejan por aquí o por allá: es otra forma de suavizar la violencia y los actos inhumanos dentro del culto.
Al avanzar en la partida, se desbloquean distintos rituales, que no solo ayudan a mantener la confianza en el líder bien alta, sino que también traen otros tipos de beneficios, y lo único necesario para celebrarlos son los huesos de los infieles que asesinamos en los viajes a las tierras de los obispos. Es muy curioso cómo las mejoras del cordero (nuevas armas, más puntos de vida, magia más poderosa) se logra a través de la gestión de la base y no a través del progreso en los dungeons, como en la mayoría de los roguelite. Esto obliga a que debamos dedicar más tiempo a desarrollar el culto para así volvernos más fuertes y poder ejecutar la venganza por la cual nos fue dada una segunda oportunidad. A nivel de narrativa se siente perfecto, pero como mecánica, cuando estás acostumbrado a mejorar por méritos propios, se siente raro y fuera de lugar.
Cult of the Lamb funciona para echar una partida corta y desconectar, pero también para sumergirte durante horas. Sus incursiones rápidas y la posibilidad de parar en cualquier momento, dejan al jugador en una posición cómoda al elegir qué quiere hacer. Además, al ser tan monstruoso en cuanto a mecánicas, evita que nos aburramos con facilidad: podemos ir a pescar a la costa, jugar a los dados con NPCs, volver a escenarios anteriores para obtener mejoras o solo pasar las horas con los seguidores. De hecho, es bastante relajante y tranquilo, excepto por el detalle de la secta y los sacrificios.
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