En el capítulo anterior, habíamos hecho mención al vacío de poder que dejó la muerte del rey Elvis Manuel. Como suele suceder tras la marcha de un monarca tan absolutista como ilustrado, no pasó mucho tiempo antes de que otros aspiraran seriamente a su trono y su corona. Sin embargo, nadie se sentía con el talento necesario para mandar en solitario sobre los vastos dominios del reino del reguetón, por lo cual los pretendientes realizaron alianzas de todo tipo con la promesa de compartir el poder a partes iguales.
Un mapeo casi epidérmico propone tres grandes coaliciones político-musicales. La primera fue Gente de Zona, formada por dos infantes del género, entonces delgaduchos, que construyeron su imagen a partir del empleo desmedido de gafas de sol gigantescas (usadas hasta en las noches sin luna) y la ostentación de prendas de aleaciones que pretendían ser oro. La segunda fue una alianza musical algo más antigua, cuyo nombre rendía tributo a su cabeza pensante y autoritaria: Eddy-K. La tercera fue un binomio inusitado entre un tal Baby Lores y otro sujeto llamado Insurrecto, quienes terminarían como vencedores de esta pugna bajo el nombre de Clan 537.
El Clan 537, según algunos historiadores, no triunfó por su estrategia única, sino, simplemente, porque las estrategias de sus rivales dejaban mucho que desear. Eric Hobsbawm, en su monografía aún inédita, Tiempo de rupturas: sociedad y cultura en el siglo del reparto, reflexionó al respecto:
“El Clan 537 fue una unión política perfecta en la historia del reguetón. Poder económico y cerebro fueron suficientes para lograr el éxito. Baby Lores, ‘la máquina de hacer dinero‘, e Insurrecto, ‘el mejor bolígrafo de la República‘, demostraron que nada es imposible para la sinergia del capital económico y el intelectual (…) Eddy-K no podía competir con el estilo del Clan, pues todavía se adhería al viejo estilo de camisetas anchas y poses bravuconas de los amantes del basket del Bronx, en vez de asumir, por ejemplo, la sensualidad babyloreana. Gente de Zona, por su parte, no supo trascender la narrativa de sus temas. Mientras Jacob y Alexander hablaban ambos como una misma persona envuelta en un triángulo amoroso con un amigo imaginario (Eso me da tremenda pena, porque tu novio es mi socio, y no puedo quererte, mi chula, porque me ensucio el negocio), Baby Lores e Insurrecto se repartían indistintamente los roles del traidor y el ofendido, haciendo mucho más íntimo el diálogo pasional”(s/f, p. 55-56).
El Clan 537 revivió la dramaturgia de un clásico olvidado por entonces: Ella y yo, de Don Omar y Romeo Santos (entonces integrante del grupo Aventura). Sus temas, en especial Déjala ir 1 y Déjala ir 2, usaban la estrategia del suspense para solidificar a su aprobación popular. Varias leyendas surgieron en torno a estas producciones. Una de ellas habla de que sus historias están inspiradas en manuscritos secretos de Shakespeare, aunque hay quien asegura que son de Víctor Hugo o partituras de vergonzosas operetas de Verdi. De cualquier forma, estas habladurías suelen ser obra de envidiosos que intentaron en su momento restarle méritos de originalidad al Clan 537. Otro de los rumores, sin embargo, sí parece ser cierto, y habla de supuestos ruegos de Televisa y del ICRT por el derecho de estas tramas para incluirlas en sus telenovelas.
De todas formas, la realidad histórica constata que la coalición entre Baby Lores e Insurrecto construyó el único período de paz más o menos duradero luego de la muerte del rey Elvis. Hobsbawm, en la monografía antes citada, plantea lo siguiente:
“Hasta cierto punto, el Clan 537 fue único en su tipo, un fenómeno de masas irrepetible, una alianza tan fuerte que su separación solo podía desencadenar lo que, en efecto, sucedió. El mundo del reguetón se dividió en dos, y después se fracturó en mil pedazos, muy de vez en cuando reconciliables. Fue lamentable el caos que sobrevino, aunque, sin dudas, el golpe más fuerte se vio dado por la naturaleza de dictadores en huida que demostraron Baby Lores e Insurrecto. En un amago por reestablecer el orden, estos dos exponentes fingieron volver a su consulado al estilo de la Roma republicana, pero solo para sacarle 100 CUC de los bolsillos a cada súbdito y desaparecer del panorama reguetonero de la isla” (s/f, p. 122).
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